De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (28)

Manuel Cabezas Velasco.- La suerte que había corrido Sancho al llegar a Almagro era mejor de la esperada, pues tenía como amigos a quienes estaban protegidos tanto por la Orden de Calatrava como por las personas más influyentes de la comunidad conversa almagreña.

Casa solariega de los Oviedo, Almagro
Casa solariega de los Oviedo, Almagro

Al dirigirse a la casa de Rodrigo de Oviedo, Sancho encontró cobijo en el que era arrendador de bienes de la Mesa Maestral y criado de los Maestres calatravos desde los tiempos de don Pedro Girón. Pertenecía a una familia, los Oviedo, que se había visto favorecida por las mandas testamentarias del Maestre Girón, además de estar emparentado, por su casamiento con Catalina, con Men Gutiérrez y Teresa de Castro, figuras preeminentes del espacio converso almagreño. El criado del Maestre también era conocido como “el comendador”.

– ¿Dónde están don Sancho y don Rodrigo, amado mío? – inquirió doña Catalina Gutiérrez a su esposo Rodrigo de Oviedo.

– ¡Señora mía, se marcharon poco después de anochecer, para evitar correr riesgos y sólo me queda transmitiros el agradecimiento de mi amigo Sancho, por la celeridad y el buen trato recibidos en su azarosa estancia en nuestra casa! – refería don Rodrigo a su amada Catalina, la cual había mostrado su inestimable colaboración, bien conocedora de la importancia del heresiarca de Ciudad Real y de los vínculos que tenía con los judeoconversos de Almagro, además de entender la situación que estaría pasando su señora, María Díaz, y su descendencia, ante la ausencia obligada de su irremplazable figura. El padre de la señora de Oviedo, Men Gutiérrez, era bien conocedor de los miembros de la comunidad conversa de la vecina Ciudad Real al haber sido recaudador de la alcabala de la misma, aunque a pesar de su relevancia había sufrido en carne propia las envidias que generaba su privilegiada y cuestionada posición. Ya en 1460 había dado con sus huesos en la cárcel por haber sido visto orando en la sinagoga a pesar de ser converso. Mas al gozar de la protección del Maestre don Pedro Girón, que le había puesto al frente de la administración de la Orden de Calatrava y habiendo huido desde la otrora Villa Real, se convertiría en arrendador de bienes de la Mesa Maestral y su criado, y por esto fue liberado de la acusación que el alcalde había realizado y que lo llevaba a la cárcel. Su pasado quedaba en entredicho, su conversión cuestionada aunque en su defensa se decía que sus orígenes se remontaban a los Montes de León para reafirmar su ascendencia cristiana.

– ¡Por favor, Rodrigo, desde que nos casamos, somos el uno para el otro, en las penas y en las alegrías! ¡Tus amigos son mis amigos, aunque pueda estar temerosa del riesgo que a veces corréis con vuestras actividades, levantando tanto recelo entre los que no consienten cualquier atisbo de la fe mosaica! – refería de modo dulce un pequeño reproche la señora Catalina Gutiérrez de la Caballería a su amado Rodrigo.

Sancho también tenía como amigo común a un Villarreal, don Diego, cuya familia gozaba de una gran relevancia en el espectro socioeconómico almagreño, dando nombre incluso a una de las calles principales, aquella que unía la villa de Almagro con la antigua Villa Real y, por entonces Ciudad Real. Ambos, Sancho y Diego, se dirigían esa noche al reencuentro de la familia de Sancho, que tan ansiosos estaban de volver a verlo.

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