De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (32)

Manuel Cabezas Velasco.- El castillo del Duque poseía un patio central porticado cuya decoración iba de las pinturas a las yeserías. Además, albergaba una capilla interior que poseía pinturas góticas y techumbres y muebles variados. Una de sus dependencias era la imprenta de Alantasi y Zalmati.

Palacio de los Oviedo en Almagro (Ciudad Real)
Palacio de los Oviedo en Almagro (Ciudad Real)

Las referencias dadas por Mariam sobre el joven Ismael al impresor Alantasi le hicieron ver que, desde muy pronto, era digno de encargarse de tareas de cierta responsabilidad. Eliezer, muy conocedor de la versatilidad de los libreros de la época, pues no sólo se limitaban a la venta de documentos impresos sino que eran unos auténticos y reputados copistas y calígrafos, a lo que se sumaba que no sólo venderían los libros sino todos aquellos complementos que requería un buen escritorio. Y, por supuesto, era importante su participación en el proceso final de la tipografía, como podía ser el cosido de cubiertas, el dorado de cantos u otras labores adicionales.

La destreza mostrada desde el primer momento por el recién llegado hizo prestarle mucha atención a cómo se desenvolvía el muchacho. Así, cuando requería la ocasión, abandonaba la imprenta y la dejaba en sus manos para dedicarse a algunas de sus ocupaciones ajenas a la tipografía.

– ¡Muchacho, voy a salir a un encargo, te dejo al cuidado de la imprenta! – se dirigía El Toledano al joven.

– ¡Señor Alantasi…, perdón Eliezer, no se preocupe, aquí estaré hasta su vuelta! – respondía agradecido el aprendiz.

El encargo recibido le encaminó al conocido como Eliezer a la casa de una joven que parecía estaba a punto de traer al mundo a un nuevo ser. Aún no era un experto físico, pues realizaba sus estudios de medicina a la par que sus actividades tipográficas y culturales. Sin embargo, la confianza que despertaba en sus compañeros de fe, le hacía sentirse obligado a echar una mano para quien le pidiese ayuda.

Además, el respeto que la población judía mostraba a Eliezer venía también de su familia, asentada por generaciones en la localidad hijarana y en el resto del reino aragonés. De forma más reciente, su padre, Abraham Alantasi, había sido nombrado notario de la aljama de Huesca por el rey Juan II en 1459. Sería el notario quien enviaría al joven estudiante en 1482 a la población de Híjar donde tenía algunos familiares. En ese tiempo mostraría cierto interés por el arte de la tipografía a la par que seguiría estudiando para ejercer la física. La llegada del joven Ismael a la imprenta de la que era dueño, amparado bajo el abrigo del Duque, supuso un soplo de aire fresco. En él vio a un joven avispado que no desconocía el mundo de los libros, y al que sólo veía un pero: era cristiano, aunque su fuerza, destreza e inteligencia le ayudarían, no sólo en el manejo de la prensa en torno a la cual giraban los demás elementos de la imprenta, sino también para componer los diversos muebles de madera. Allí estarían los tipos colocados en cajas y subdivididos en cajetines. Los que no se usaban permanecerían en unos estantes. Las cajas con las letrerías que se usan se colocarían en un armazón de madera denominado chibalete, haciendo así más llevadera la tarea. Los muebles restantes serían las mesas y tablas de imponer.

Una vez que Ismael se fue familiarizando con las diversas cualidades de los elementos que aparecían en la imprenta, Eliezer fue poniendo a prueba la pericia del muchacho, y se fue despreocupando de ciertas tareas que antes requerían de su atención exclusiva. Cuando vio las aptitudes del aprendiz, fue dejando solo al joven para así disfrutar de más tiempo libre y poder finalizar sus estudios de medicina, a la espera de poder ejercer dicha profesión con la autoridad real.

Un aviso un día llevó a Alantasi a abandonar la imprenta y dejarla en manos del joven Ismael. Le había llegado, de forma discreta, por mediación de su amiga Mariam, de cuya confianza gozaba desde hace años, sabiendo ambos lo mucho que habían sufrido en carne propia por profesar abiertamente la religión mosaica.

A la labor de físico que ejercía – aún sin autorización real – Alantasi, habría que sumarle su gran actividad cultural, no siendo ajena a los lugareños de Híjar, dada la importante población hebraica existente.

No obstante, la importante labor realizada por Eliezer Alantasi venía acompañada de la estrecha colaboración que tenía con su socio y estampador Salomón bar Maimón Zalmati, que se ocupaba del aspecto financiero. Gracias a este importante apoyo económico, Alantasi publicaba ese mismo año una obra del rabino germano asentado en Toledo Jacob ben Asher Orach Chaim (Sendero de la vida).

Por su parte, Zalmati también traería a Híjar a un viejo conocido, Alfonso Fernández de Córdoba, orfebre en origen aunque también grabador e impresor de gran experiencia, que conoció al empresario en las imprentas de Valencia y Murcia años atrás, cuando su carácter virulento y sus problemas con la justicia y la Inquisición, le hicieron cambiar de aires. Este cambio conllevaría un mayor despliegue de la imprenta, una mayor sofisticación de la imprenta hijarana. Aunque Eliezer había llegado antes a Híjar, los mayores conocimientos del orfebre sevillano harían de la imprenta un centro importante de difusión no ya sólo para libros hebreos sino también en otras lenguas como el latín o el castellano.

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Juanillo había cumplido con el cometido que Juan de Ciudad le había encargado: concertar un encuentro de sus dos amigos con su amo don Sancho para el anochecer.

Para ello fue preciso ausentarse de las tareas de la casa más de lo previsto, ya que en un principio había que buscar fuera de la ciudad sólo a Rodrigo de Oviedo, pues Diego de Villarreal estaría cerca de la torre, aunque no sucedió así.

– ¡Buenos días, Cristina! ¿Está el amo don Diego? – preguntó con un pícaro gesto el criado de don Sancho a la esclava de Juan Falcón, suegro del de Villarreal.

– ¡No, Juanillo, marchóse muy temprano de regreso a su casa de Almagro! – respondía pizpireta la jovenzuela.

– ¡De acuerdo, no se hable más! ¡Si vuelve antes de anochecer, dile que mi amo le espera cuando oscurezca! – respondió contrariado el joven.

– ¡Se lo diré, galán, por ser tú! – respondió juguetona la esclava. Con un gesto cariñoso le envió un beso con la mano al muchacho.

Fue, entonces, cuando Juanillo debió partir, sin dilación, hacia la villa de Almagro en busca de los dos grandes amigos de su amo.

La dificultad de la empresa no era más que redoblar los esfuerzos y estar atento para evitar que cualquiera le diese el alto y averiguase cual era su destino y su cometido. En cuanto a avistar la residencia de los dos destinatarios no entrañaría tanta dificultad al tener en cuenta la proximidad a la que se encontraban. La ubicación de los dos socios del heresiarca en la zona o barrio noble fue fruto de la lealtad que ambos habían tenido al Maestre calatravo, quien en justa recompensa cedería las parcelas sobre las que se asentarían sus respectivos palacios. Sus portadas destacaban sobremanera por sus rasgos mudéjares, al igual que en el zaguán de entrada. Incluso algunos de los Oviedo recibirían mandas testamentarias de parte de don Pedro Girón. Rodrigo, además, estaba casado con la hija de un destacado converso almagreño, Men Gutiérrez, criado del Maestre y arrendador de los bienes de la Mesa maestral además de ser un irreductible fiel a la Ley mosaica. La joven tenía por nombre Catalina Gutiérrez.

Tras cumplir las tareas encomendadas por su amo, Juanillo regresó raudo a la casa de su dueño.

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Los recuerdos del grupo de conversos hacían más llevadera la calmosa travesía. Todo parecía estar tranquilo, demasiado tranquilo, después de los azarosos acontecimientos que se habían sucedido en tierra firme. Sancho seguía llevando la voz cantante con sus relatos. María le seguía como amada esposa, aunque sus pensamientos estaban aún en la ciudad que abandonaron, presos del pánico. La joven pareja aún no había tenido que soportar los tormentos de sus progenitores, no ya sólo de los de Ciudad sino de la prolífica familia de mercaderes a la que pertenecía Isabel, los Teva. Aunque aún quedaba una sorpresa para los navegantes cuya portadora sería la joven esposa de Juan de Ciudad.

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