De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (36)

Manuel Cabezas Velasco.- Había comenzado un nuevo día. La estampa que mostraba el símbolo de la comunidad judía en Ixar, su sinagoga, no venía a reflejar una estética recargada sino más bien mostraba unas formas sobrias, puras y sencillas. La nave única de la que se componía aparecía cubierta por una doble vertiente que tenía como elemento sustentante a tres arcos diafragmas. El tejado era a dos aguas.

Detalles de la judería de Híjar
Detalles de la judería de Híjar

Allí quedaba puesta de manifiesto la separación entre varones y mujeres al albergar una tribuna destinada a las mujeres conocida como matroneo. En ese lugar debían orar las damas hebraicas de Ixar. El hazzán leía la Torah y realizaba otros cánticos en la bimah o púlpito. Dentro de la sinagoga en una hornacina a modo de armario los textos sagrados judíos – los rollos del Séfer Torah o Pentateuco según los cristianos – aparecían guardados. Dicho lugar era conocido como el hejal, estando siempre orientado hacia Jerusalem.

La importancia de este templo venía refrendada porque para que se realizasen algunas reformas era necesario realizar una petición de una licencia que sería concedida por el arzobispo de Zaragoza. Mediante esa licencia, la casa de oración judía o domus orationis se habían reformado de la misma la tribuna que pertenecía a las mujeres y las ventanas, además de renovar diversos muebles y enseres necesarios para que el oficio pudiese celebrarse en las mejores condiciones posibles.

La sinagoga tenía como lugar de entrada un patio que se conocía como azara, y, próxima al templo judaico, aparecía un edificio colindante conocido como la casa del rabí, que comunicábase con el interior del recinto a través de una ventana, desde la cual los oficios litúrgicos podían ser presenciados sin mostrar su presencia.

Buen conocedor de los libros sagrados era Eliezer ben Alantansi, y dado que su imprenta gozaba de la protección del propio Duque de Ixar, desde sus comienzos habíase estado empeñando en que algún día viera la luz surgiendo de aquellos tipos algún ejemplar del Pentateuco para hacer honor y poner de manifiesto su fe mosaica con el propio ejercicio de su profesión. Ese momento parecía haber llegado, aunque para ello sería necesaria la colaboración estrecha de los socios de la imprenta y de alguien más que había llegado recientemente a la villa hijarana: el orfebre converso que también venía huyendo del levante, Alfonso Fernández de Córdoba, cuya ayuda sería muy estimada.

A ello Eliezer sumaba que aún debía saldar una cuenta pendiente que le había llevado años atrás a Ixar: a modo de chanza, dando a entender su posible conversión al cristianismo en su juventud, propició cierta animadversión entre el mundo judaico que le rodeaba allá por Huesca, motivo por el cual su propio padre le envió con unos parientes para evitar las represalias de tal comportamiento. En Ixar, a su labor de físico, se sumaría la de impresor.

Su profesión de fe en dicha población era intachable. Era, por todos, conocido, tanto cristianos como musulmanes y judíos, y dada su vasta cultura, era un personaje que no pasaba desapercibido para amigos y enemigos.

Junto a la figura del impresor, la actividad tipográfica de los tres socios fundadores se había visto favorecida por la proliferación de artesanos que curtían la piel como eran los pergamineros y los encuadernadores, tan necesarios para la labor realizada por Alantansi.

– ¡Buenos días, Eliezer! ¿Cómo ha ido la noche con el aviso que ayer te llegó? – preguntó un joven exultante Ismael.

– ¡Buenos días, muchacho, todo fue nada más que un susto! ¡Con apenas un tónico fue suficiente para restablecer los desarreglos de vecino tan temeroso! Pero, ¿a qué se debe tanto gozo? – recordando el leve suceso nocturno, para el maduro impresor hebraico no pasó desapercibida la alegría del muchacho y sintió curiosidad.

– ¡Acabo de pasar una noche difícil de olvidar, teniendo frente a mí a mi amada, y entre nos al bebé que nos llenó de vida, a pesar de las azarosas circunstancias de su nacimiento! ¡Apenas se ha movido en toda la noche y con la señora Mariam se ha quedado mientras Cinta marchaba para la cocina del Duque! – no disimulando su feliz estado de ánimo, el muchacho respondió a Eliezer.

– ¡Me alegro por tu familia! ¡Dichoso eres en los tiempos que corren! ¡Envidia a veces tengo de tu juventud y no haberla aprovechado de igual manera! ¡Qué tiempos aquellos en que estaba centrado en el mundo de la medicina en Huesca y no se me ocurrió otra cosa que fanfarronear para echarlo todo a perder! ¡Vamos a ponernos a limpiar algunos tipos hebraicos y continuaremos con lo que dejamos ayer! ¡Más tarde me sigues hablando de aquellos que te acompañaban en tan dichoso momento! – respondió el maduro judío sintiendo aún cierta nostalgia al tiempo que alegrábase de su joven discípulo.

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La difícil situación que los conversos soportaban en el concejo municipal obedecía a las nuevas disposiciones que el monarca Enrique IV había dictado para que estuviesen privados del ejercicio de dichos cargos en ciudades como Ciudad Real o Toledo. Uno de los afectados sería Sancho de Ciudad. Mas también estaba en la misma situación su hijo Juan y sus socios Diego de Villarreal y Rodrigo de Oviedo. Todos ellos dependían de los vaivenes que sus protectores calatravos y demás alianzas enjugasen respecto al menguado poder del monarca y al que mayor empuje mostraban en ese momento: los partidarios del infante don Alfonso y, por ende, de Isabel su hermana. Además, los pingües beneficios que obtenían de las rentas e ingresos gestionadas en su sociedad habían soliviantado el espíritu de los cristianos viejos tanto de Ciudad Real como de Almagro.

Además, con su actividad recaudatoria conocían de forma acertada la situación patrimonial y personal de los mismos, información que en los negocios siempre podía ser utilizada con cierta ventaja.

Sin embargo, junto a los socios con los que percibía aquellas rentas e ingresos, existían personas de cierta relevancia que también habían formado parte del bando rebelde, y de la propia vida de Sancho. Uno de ellos era su gran amigo, el ya anciano Juan González Pintado – regidor al igual que Sancho, aunque también ocupase cargos en la corte de los reyes Juan II y Enrique IV –, del que nunca podría olvidar la gran ayuda que le prestó en la villa de Aranda, salvándose de la ira de los regidores cristianos viejos que no toleraban el rigor con que Sancho hacía gala de su fe mosaica.

Otra persona importante en su vida, habitual en los ritos de oración que se oficiaban en la torre, era María Díaz “la Cerera”. Ella tenía pendiente una cita con Sancho para ponerla al corriente de las tribulaciones de la comunidad conversa en Ciudad Real. Ese día había llegado. De pronto, repetidos golpes se oyeron en la puerta de entrada.

– ¡Buenos días, doña María! – abrió solícito el joven Juanillo e invitó a entrar a la dama, sabiendo el motivo de su visita. ¡Sígame, por favor!

– ¡Gracias muchacho, detrás de ti voy! – respondió la Cerera.

Llegando a la estancia que Sancho usaba a veces de despacho y otras de lugar de oración, Juanillo golpeó suavemente a la puerta.

– ¡Adelante, Juanillo! ¿Qué te trae por aquí? – respondió el heresiarca levantando la mirada hacia el umbral en el que se hallaba el joven.

– ¡Doña María me acompaña, don Sancho, tal como me indicó! – respondió respetuosamente el muchacho.

– ¡No la hagas esperar, que pase, pues! – respondió.

En ese momento la dama atravesó la puerta de la habitación que tantas veces había visitado, dirigiéndose al anfitrión. Tras de sí, el joven cerraba la puerta dirigiéndose hacia la cocina donde debía recoger el refrigerio que su amo le había encargado previamente.

– ¡Buenas tardes, María! ¡Gracias por responder a mi llamada, pues necesito que me pongas al tanto de los asuntos que nos atañen! – dirijíase Sancho de Ciudad a María Díaz, habiendo abandonado su mesa y acercándose hacia la dama la invitó a sentarse.

– ¡Gracias a ti Sancho, por recibirme! ¡Ya supongo lo ocupado que estás, no te entretendré si no es necesario! – respondió agradecida ante el caballeroso gesto de don Sancho.

– ¡Lo primero, ante todo, es conocer cómo estás tú! ¿Tus hermanas Leonor y Elvira? ¿Tu hija? ¿Y tu sobrino Juan? – preguntaba respetuosamente el heresiarca por la familia de la invitada.

– ¡Gracias Sancho por preguntar! ¡Todos, más o menos, bien! ¡Cada uno con sus circunstancias! ¡Mis hermanas con los quebraderos de cabeza que maridos e hijos dan a todas horas! ¡Mi hija Constanza es otra cosa! ¡Parece ser que la ven con mucha frecuencia acercase a un hidalgo que llaman Juan de Torres! ¡No sé qué voy a hacer con ella! ¡Mi sobrino y su padre, con el comercio de paños, parece que no les va mal! Reitero tu agradecimiento, mas ¿cómo están los tuyos ante tu ausencia? ¡Supongo que María estará ahora más tranquila al verte! – respondió agradecida al anfitrión, correspondiendo mutuamente al interés.

– ¡Tienes razón! ¡A María no me la merezco, siempre está ahí a pesar de los quebraderos de cabeza que la puedo dar! – respondió Sancho.

– Sin embargo, supongo que la familia no será el único motivo de mi visita, ¿no es así? – contestó la Cerera para centrar más la conversación.

– ¡Cierto es! ¡Tengo entendido que los nuestros están teniendo problemas con la justicia y que los cristianos viejos están detrás de que nos confisquen nuestros bienes y riquezas! ¿Qué me puedes decir de ello, María? – yendo directamente a los temas candentes, Sancho preguntó.

– ¡Difícil situación por la que atravesamos Sancho! ¡Las noticias que tienes son ciertas! ¡A raíz de las disposiciones del rey Enrique, parece ser que vuestros bienes ya no están a salvo, y sobre todo pretenden que no podáis ejercer cargos en el concejo para concentrar ellos más poder! ¡Es, por ello, que estamos pensando que si ya no gozamos de una gran protección del maestre que pueda contrarrestar la fuerza del monarca, quizá haya que buscar nuevas tierras donde poder seguir siendo fieles a nuestra Ley! ¡Algunos, entre los que me encuentra, estamos buscando protección por tierras del sur! ¿Qué harás tú, Sancho? ¡Disculpa mi brusquedad, pero no podemos perder más tiempo! – seguía informando María al heresiarca.

– ¡Bien, pero aún…! – respondía Sancho cuando de pronto se oyeron unos leves golpes a la puerta de la estancia.

– ¡Pasa, Juanillo! – dio permiso el amo al joven, sabedor de que su llegaba tenía un objeto: traer algunas delicias con las que relajar la conversación con María Díaz, interrumpiéndole para dedicarse a algún goce dietético.

– ¡Disculpen la interrupción! – Juanillo se dirigió a los presentes, y dejando los alimentos recogidos de la cocina, volvió por sus pasos, cerrando nuevamente la puerta.

En esos momentos, los dos grandes conversadores hicieron un pequeño receso en los temas tan arduos, para recordar tiempos mejores al hilo de una buena comida.

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10 COMENTARIOS

  1. Estremecedoras imágenes de la judería de Híjar y de su casi intacta antigua sinagoga.

    El hueco dejado por los judíos expulsados nunca fue ya ocupado. Los judíos allá donde se establecen son unos de los elementos de la sociedad más dinámicos y brillantes en todos los sentidos.

    Quedaron muchos judíos convertidos al catolicismo (posiblemente más que los que se fueron), y de entre sus descendientes son destacables los reformadores como Teresa de Jesús y Diego Laínez directo sucesor de Ignacio de Loyola como general de los jesuítas.

    Los jesuitas fueron de las pocas órdenes religiosas que no aplicaron en sus miembros los infames Estatutos de limpieza de sangre.

    Esa genialidad del pueblo judío fue expulsada, y sólo una sombra de ella logró perpetuarse en nuestra cultura a través de los judeoconversos, de los cuales el rector del Colegio de los jesuítas de Alcalá afirmaba que había en ellos más virtud que entre los hidalgos y cristianos viejos.

    Velázquez, Baltasar Gracián, Góngora, y muchos dinamizadores sociales como médicos, abogados, comerciantes impulsaron sin la pujanza de antes y dinamizaron la sociedad española.

    Siempre me queda la sospecha de que detrás de todo español ingenioso, y dificultades no encuentran pocas, se halla la chispa brillante de un miembro original del Pueblo de Israel, el pueblo más pequeño y perseguido, pero el preferido por Yaveh entre todos.

  2. Con siglos de retraso y vergonzosas persecuciones, hoy todo cristiano puede y debe sentirse, originaria y esencialmente judío. Jesús de Nazaret se sentía así.

  3. Cierto es el mal estado aunque hay asociaciones que se preocupan por recuperar ese pasado, que, aunque modesto, genera mucha envidia respecto a CR, en la wie no podemos presumir ni siquiera de ello. La animadversión a los conversos en esta provincia fue cruenta, dejando apenas resquicios de su importante pasado. Ejemplo de ello es la actual Casa del Arco, que, desgraciadamente, no muestra nijgin indicativo de su antiguo dueño, Álvar Díaz, en plena alcana de San Antonio

  4. Por cierto, para recordar el pasado judío de CR abogo porque un nombre de las nuevas calles de las que tanto se hablan sea el de Álvar Diaz o el de Sancho de Ciudad, miembros de la comunidad conversa que habitada las tierras que por entonces se extendían entre las calles de Cslsttavs y la Mata

    • Coincido en su análisis, porque fue así. Precisamente por ello, y por estudios que he hecho de mi familia paterna, la cual sospecho que era judeoconversa de Toledo, creo que los judeoconversos emigraron de los centros urbanos a los núcleos rurales y peor comunicados, donde se dedicaron a los oficios que tenían antes.

      Si yo hubiera sido judeoconverso hubiera huido de cualquier núcleo de población bien comunicado que le fuera accesible a la Inquisición.

      Si hubiese sido un judío rico y destacado de la comunidad, seguramente me hubiera ido al exilio, porque mi prestigio se perdería con la conversión.

      Si no lo hubiera sido, seguramente me hubiese adaptado a la nueva situación, hubiera cedido religiosamente, hubiera exagerado las formas de la nueva Fe (por ello se desconfiaba de ellos y en privado seguiría con la Fe vieja). El nivel de desconfianza de los cristianos viejos y de la Inquisición fue tal, que hubo neurosis comunitaria, y la única forma de escapar de ella o era emigrar a sitios lejanos a la ciudad, o demostrar con quimérico esfuerzo una conversión sincera (por ello las palabras del rector jesuita de Alcalá).

      El caso es que una buena parte de judeoconversos probablemente emigraran a pueblos alejados donde gozaron de cierta tranquilidad. Téngase en cuenta que la religión allí se vivía relajadamente (Juan de Ávila es llamado el evangelizador de Andalucía) y pudieron no pocos prosperar o asentarse.

      Dos hechos que me permiten elaborar la hipótesis de ascendencia judeoconversa, es tener constancia de un pasado urbano, un desplazamiento a comarcas alejadas de la capital, el desempeño de profesiones liberales o del comercio, y una baja religiosidad y cierto libre pensamiento. Una tipología de judeoconverso particular y creo que popular. Otra son los apellidos, pero no los creo determinantes. Me parecen más determinantes cierta predisposición familiar a realizar profesiones vinculadas al tráfico mercantil y a considerar de forma secundaria y conflictiva la religión.

      No son tantas las generaciones que han pasado desde la expulsión de los judíos. Y el pensamiento social cambia muy lentamente, además creo que ciertos sucesos traumáticos se graban en la memoria o en su cosmovisión familiar durante generaciones.

      Siento es discurrir pesado.

      También soy un apasionado estudioso de la comunidad judía, muy hermética por cierto. Escucho música jidish a menudo. Es mi suegra la que tiene muy buenas amistades entre ellos por su época de Casablanca. Los sefarditas marroquíes son una comunidad muy conservadora y una buena parte de ellos ya vive fuera de Marruecos por razones lógicas. En Madrid llevan la sinagoga de Quevedo. Son muy prósperos por lo general y profundamente de derechas por cierto. Fueron muy franquistas en la época de la dictadura. Pese a la confesionalidad del Estado, gozaron de libertad religiosa y del favor del régimen.

      • Hoy por hoy acceder a la discretisima comunidad judía en Madrid se hace de estas dos formas. Están muy diferenciadas entre ellas. A la ultraconservadora y muy cerrada comunidad marroquí por recomendación de algún miembro que te conoce a tí o alguien de tu familia y hay amistad pasada o presente. A la otra comunidad, fundamentalmente argentina y de judaísmo liberal (no son sefardíes) por acudir asiduamente a sus actos. Son éstos más abiertos que los marroquíes, que no dejan entrar a cualquiera en su sinagoga.

        Desconfían y recelan mucho en general de quien se manifiesta como católico. Y no es de extrañar.

        Te recomiendo un grupo Sirah Jadasha, son de Barcelona. Tienen una música genial.

        • Mi afición a la música hebrea me viene de encontrar en Praga una tienda de sefardíes junto a la sinagoga. Vendían música en ladino, ellos sólo sabían palabras sueltas lo habían perdido…aquello me causó un gran impacto, y desde entonces me enganché.

          Afortunadamente toda esa producción musical se está editando en España. En la antigua judería de Gerona y por supuesto en Toledo, se vende abundantemente hoy.

          Hace 18 años era casi imposible.

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