Camarón en lontananza

Texto: César Muñoz Guerrero. Fotografía: Mario Pacheco.- No hago que la montaña venga hacia mí si digo que el deslavazado retrato que guarda estas líneas no es el más conocido de todos los que le tomaron a Camarón. Su autor, el fotógrafo Mario Pacheco, sumó al carácter insólito de La leyenda del tiempo (un álbum marginal dentro de una carrera coherente) la impresión de una efigie oscura como un injerto en las coordenadas del rock.
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Aquel excelente disco quedó como una especie aislada en nuestro panorama musical, y no nos llamemos a engaño. Con independencia de la mejor o peor salud actual de la cultura en España, peculiaridades como esa no se fraguan cada dos por tres en ningún panorama de ningún país. Por lo pronto, personajes como Manuel Molina, Paco de Lucía o Enrique Morente se fueron también, pero sin el (mismo) reconocimiento que el antedicho logró, por cierto, en vida.

Desconozco qué suceso alejó al público generalista de esta disciplina, algunos de cuyos entendidos siguen excluyendo a quienes no consideran versados en la materia. No creo que los medios de difusión de la época prestaran más atención que ahora; tampoco que las cifras de ventas discográficas fuesen entonces apabullantes, con la excepción de aquellas casetes de bajo coste distribuidas en proverbiales cruces de caminos. El ridículo alegato de que los espectadores con oído —esos que nunca fallan, los verdaderos incunables de la melomanía, capaces de dar igual tregua a Mendelssohn y a Iron Maiden— se han reducido a día de hoy ni lo insinuaré; de todos es sabido que el buen juicio es siempre minoritario. Por otro lado, el flamenco se mantiene vivo allí donde se transmite de generación en generación: en la juventud de Camarón mismo, este descubría en los pueblos a talentos que habían pasado desapercibidos para los especialistas. Veo, quizá, un indicio de desacierto en la ausencia de emplazamientos iconoclastas como el colegio universitario San Juan Evangelista, donde el cantante gaditano cortó la baraja por última vez. Esa carencia, sumada a la de autoridades con un prestigio que trascienda las barreras de las etiquetas, está arrinconando a los seguidores del género, obligados a acudir a los orígenes para deleitarse con viejas y anónimas glorias.

Tengo ahí arriba, en línea en el estante, las cintas que corresponden a todas las grabaciones de estudio de Camarón. El crítico Fermín Lobatón, en su columna de 2 de julio en El País, marcaba el canon definitivo de esa obra, que todavía reproduzco en una pletina Pioneer de los años de la movida. De ellas surge esa voz de raigambre antigua, incontaminada, al otro lado de los experimentos y fusiones con que intentan borrar de la faz de la tierra unos sonidos que descienden de lo más recóndito de la tradición española. Solo quien estudie con fruición la línea del tiempo puede pretender dar un paso adelante en ese sentido. Enrique Morente, que manejaba con soltura el medio centenar de palos (palabra que denomina a cada una de las variedades de música flamenca) existentes, lo hizo con Omega en 1996, amén del propio vocalista de La Isla con La leyenda del tiempo, de 1979.

Tomar conciencia de los antecesores, saberse uno mismo parte de una escala evolutiva, no mercadear en nombre de la autenticidad, todo es lo mismo. Es necesaria la reivindicación de un distintivo que existía ya antes de la revolución del rock o de que la música popular pasara a denominarse pop. Nadie separará entre lo procedente y los aditivos que se le han impuesto, porque pocas civilizaciones arrostran tras de sí tanto peso de la historia, tanto maltrato inmune, tanto apisonamiento en nombre de la corrección política o del despotismo, que para el caso vienen a ser cosa igual. La duda ha de ser un imperativo eterno, con mayor énfasis aún si alguien se erige en guardián de la esencia e intenta transformar un legado universal en coto privado. Camarón dudaba, y por eso sabía que tocar con una banda de rock o una filarmónica británica no eran formas de perversión. Sobre él hormigueaban las enseñanzas privilegiadas de unos maestros que le ataron para siempre a una historia que, en ocasiones, parece haberse detenido en el almanaque sobre el día de su desvanecimiento.

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5 COMENTARIOS

  1. El ‘cante flamenco’ es un cante muy difícil.
    Existen cuatro clases de ‘flamenco’: el ‘grande’ que es difícil de interpretar y más difícil de entender; el ‘intermedio’ que es un poco menos difícil de interpretar y de entender; el ‘chico’ que es fácil de interpretar y de entender y el ‘popular’ que es frívolo y sensual, fácil de interpretar y muy fácil de entender.
    De hecho, el ‘flamenco’ es lo más difícil que se puede tocar en una guitarra, más incluso que el jazz.
    El ‘flamenco’ es un arte muy desconocido y difícil al que no se le da el valor que realmente tiene.
    Ahora hay jóvenes que cantan muy bien ‘flamenco’ pero se tienen que ir a lo comercial para ganar dinero.
    En España, no se aprecia el ingenio y, por eso, el ‘flamenco’ está muy valorado fuera de nuestras fronteras.
    Creo que todo tiene que evolucionar y el ‘flamenco’ es universal.
    Para acercarse al ‘flamenco’ no hay que tener una mente cerrada.
    Aunque, tal vez, la ‘música celta’ sea un pelín más difícil….

    • No puedo estar de acuerdo contigo, Charles, cuando dices que no se le da al flamenco el valor que realmente tiene. No se lo dará quien no quiera dárselo, pero desde 2010 es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. No encuentro mayor reconocimiento que ese.

      Tal vez por eso, por su cultura y tradición oral, que pasa de generación en generación, podrá tener sus altibajos, pero no será fácil que muera mientras siga habiendo vientres de cepa caló flamenca.

  2. No es sólo Camarón, es el duende el que está en lontananza de mercaderías, y no podría ser de otra manera, con la superficialidad presente, para un arte «jondo» cuyo ambiente natural son las cuevas y su pronfuda intimidad. Yo sigo disfrutando de ello por los rincones de la sierra de Aracena, en donde el fandango es tan familiar que sale por las ventanas de las casas como el aroma de las cocinas; y en la serranía de Cádiz (Arcos, especialmente), en donde las soleás y las peteneras tiñen de rojo sangre sus bellos pueblos blancos y se respira flamenco hasta en las iglesias. En las grandes ciudades (Sevilla, Córdoba, Granada…) parece que se empapan más y mejor de las más comerciales rumbas y bulerías, cosa que no culpo, que no soy un purista, pues mi padre me inició en el flamenco con una copla en boca de Manolo Caracol, La niña de fuego, que emociona hasta las piedras, y que, por cierto, es la canción principal de la magnífica película Magical Girl, de Carlos Vermut, que muestra cruda y creativamente la desesperación en la que estamos cayendo los españoles, con una soberbia interpretación del 17º Premio Corral de Comedias, José Sacristán.

    Podrá acusarse al mundo romaní de exacerbamiento y tribalismo, pero saben mejor que nadie lo que sólo los escultores y arquitectos clásicos y los grandes poetas se proponían al fraguar sus obras: la perdurabilidad del arte. Sólo hay que ver sus tumbas. Y hablando de poetas, esas dos maravillas de discos que citas, tienen a Lorca en común duendeando por sus letras:

    El tiempo va sobre el sueño
    hundido hasta los cabellos.
    Ayer y mañana comen
    oscuras flores de duelo.

    y

    No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
    No duerme nadie.
    Las criaturas de la luna huelen y rondan las cabañas.
    Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombre que
    no sueñan
    y el que huye con el corazón roto encontrará por las
    esquinas
    al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de
    los astros.

    Aprovecho para citar al que ya es una figura consagrada del flamenco, por hacer lo que sólo muy pocos han hecho: valerse de sí mismo para bordarlo en sincronía de cante y toque, el daimieleño Ricardo Fernández del Moral, que lo demuestra cada vez que se sube a un escenario, como recientemente nos impresionó en la no menos impresionante Motilla del Azuer o en aquel también memorable concierto que dio hace unos años con la buena acústica del Sacro Castillo-Convento de Calatrava la Nueva. Nunca olvidaremos ambos. Estos espacios y otros más, que se conjugan en sintonía perfecta con el arte, han de aprovecharse con más frecuencia.

    Bravo por tu artículo, César.

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