Cuando 1.000 años no sean nada

MarcelinoDavid Lombardía trabaja en un laboratorio agrícola, en la sección de hortalizas. Su oficina está en un rascacielos de dimensiones colosales. No es el único. El mundo está salpicado de otros semejantes. Tiene 500 años. Le quedan 150 para jubilarse. La esperanza de vida es de 1.000. Cuando transcurran los siguientes 500, ¿hasta dónde se habrá ampliado la barrera del máximo vital?

Estamos en 2.467. Hace 450 años, David tenía 50; vivía en España, donde había nacido. Era oriundo de Puertollano, provincia de Ciudad Real. Los últimos días de Noviembre y primeros de Diciembre de aquel año estaba en Salamanca haciendo un estudio relacionado con un proyecto que traía entre manos. Un amigo, catedrático de su histórica Universidad, le animó a que asistiera a la conferencia que Aubrey de Grey iba a dar en la ciudad. Le hizo caso.

En 2.467 ya nadie piensa que el envejecimiento sea un proceso natural inmutable, sino la principal enfermedad del ser humano. La enfermedad causante de la mayoría de los problemas de salud con los que la humanidad había tenido que enfrentarse. No la única, sí la más importante puesto que nadie escapaba a ella.

En aquella lejana época, un biogerontólogo de la universidad de Cambridge, llevaba varios años diciendo que los 120 años de vida del ser humano, según su programación genética, no debían tomarse como una sentencia inapelable. El límite podía ser superado. Aquella persona era el conferenciante a quien fue a ver siguiendo la recomendación de su amigo el catedrático.

David había escuchado entonces, incrédulo, decir a de Grey que en 20 años se estaría en condiciones de aplicar las terapias capaces de frenar al envejecimiento y elevar a 150 años el horizonte de vida humano. Esa sería la primera etapa. La segunda se caracterizaría por su mayor rapidez, ya que se entraría en una evolución exponencial.

Dijo de Grey en aquella conferencia que la estrategia que se estaba siguiendo no consistía en descubrir una terapia concreta. Se trataba de definir un método combinado de bioingeniería que involucrara al ADN, a las células madre, a la regeneración celular, a la inmunoterapia…..El vector clave de la estrategia estaba en enfocar a un mismo objetivo -el envejecimiento- los avances que se estaban alcanzando en diferentes campos.

“El desarrollo se produce hasta los 20 años”, había dicho el conferenciante 450 años atrás “Las terapias que estamos desarrollando no consisten en prolongar el desarrollo, sino en frenar el envejecimiento posterior…..”

Durante la conferencia, de Grey lanzó una afirmación ilusionante, contundente y muy polémica:

“Entre los aquí presentes habrá quienes alcancen los 1.000 años de edad”.

¿Por qué en vez de empeñarnos en paliar los efectos del envejecimiento no ponemos nuestros esfuerzos en el envejecimiento en sí?, era el resumen de la crítica que de Grey hacía al enfoque médico convencional.

En 2.467 esa forma de pensar era una obviedad. Tan obvio como que en 2.017 muchos se preguntaran por qué en vez de encubrir las llamadas enfermedades de la piel mediante remedios cutáneos no se enfrentaban directamente los desarreglos internos del organismo que las producían. Todo muy lógico, pero tal lógica no existe hasta que no se cambia la manera de pensar y, por tanto, de enfocar la solución de las cosas.

A la salida de la conferencia, Lombardía se unió a un grupo que se fue a un reconocido bar de tapas. Allí se explayaron a gusto sobre el conferenciante.

Abundaron los comentarios medioambientalistas: que dónde iba a meter el planeta a tanta gente……., de dónde iban a salir los alimentos…….., de qué iban a vivir………

Hoy en día, Lombardía sonreía al recordar aquel pensamiento tan reduccionista y, después de tantísimo tiempo, aun sentía rubor al pensar que también él había sido presa del mismo en alguna oportunidad.

¿Alimentos….? En eso consistía su trabajo; en producir los alimentos en un laboratorio. Alimentos sanos, nutritivos, deliciosos, que hubieran sido la envidia de la mejor huerta biológica de aquellos lejanos tiempos.

¿Dónde viviría tanta gente? El geocentrismo, aquella ideología empeñada en deificar al planeta Tierra había amputado del pensamiento de la gente corriente que el sistema solar estaba ahí, esperando, para ser embellecido por la acción creativa de la humanidad. De hecho, David Lombardía vivía en Marte. Tal como había predicho -y animado a conseguir- el gran científico ruso Vladimir Vernardsky, el hombre sería capaz de crear biosfera allí donde se lo propusiera si enfocaba sus capacidades creativas en el bien de la humanidad y no en su destrucción. Varios planetas del sistema solar hacía tiempo que ya eran completamente habitables con una biosfera maravillosa

¿La energía? ¡Qué años aquellos!, empeñados en controlar las energías fósiles, los unos, y en contaminar el paisaje con aerogeneradores eólicos, los otros. Lombardía había vivido la caída de las primeras, la inutilidad de las segundas y, afortunadamente, la irrupción de la fusión nuclear. Sólo por experimentar el impacto extraordinario de esta energía merecía la pena haber vivido. Imposible entender con la mente encogida de 2.017 lo que la puesta en escena de la energía nuclear de fusión había supuesto en el desarrollo material y espiritual del ser humano. Esta etapa se encontraba también a punto de ser superada por la materia-antimateria, y el mero hecho de poderla vivir entusiasmaba a Lombardía.

No podía olvidarse de su querido planeta azul; en 2.467 más bello y azul que nunca. Ni de su España natal, ni de su tierra de Don Quijote, ni del Puertollano que lo viera nacer. Ahí se dirige en estos momentos, pues algunas manías son eternas; ya se sabe: genio y figura hasta la sepultura. Y cuando esta última parece no llegar nunca las manías se afianzan de una forma……….El caso es que David Lombardía lleva 450 años asegurando que nunca ha comido unas migas como las de un bar de su barrio. Milagros de la vida, ese bar sigue existiendo, y el dueño que hizo famosas sus migas es quien las sigue preparando cuatro siglos y medio después; además, según la receta tradicional de su abuela.

Y ahí tenemos a Lombardía, aprovechando el receso para comer el bocadillo y la inmediatez de la energía nuclear de fusión, para hacer una escapada hasta el bar de sus amores y disfrutar de esas migas que en su laboratorio de Marte no ha habido forma de poder igualar.

Cuatro siglos y medio después, algunas cosas siguen igual. Las que siempre perduran.

Las mejores.

Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
mlastramuniz@hotmail.com

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23 COMENTARIOS

  1. Mejor relatar sobre gastronomía que sobre Historia o política española.

    No se cosechan críticas.

    Quizás late esa ironía en este relato.

  2. Marcelino, busca José Luis Cordero en Internet. Un estafador que dice esto:

    “No me pienso morir, y no solo eso, sino que en treinta años seré aún más joven”, “la muerte se va a convertir en opcional en dos o tres décadas” o “vamos a crear una civilización posthumana que va a ser casi igual a dios”.

  3. Colocarán radares espaciales <>(mentira todo, será para desangrarte a multazos para recaudar, el Estado Burgués se expandirá a otros planetas pero será igual de represor y sinvergüenza), como es arriba es abajo y como es ahora será mañana,

  4. Colocarán radares espaciales «para controlar la velocidad por su seguridad a un máximo de 2.000 millones de kilómetros por hora»(mentira todo, será para desangrarte a multazos para recaudar, el Estado Burgués se expandirá a otros planetas pero será igual de represor y sinvergüenza), como es arriba es abajo y como es ahora será mañana,

  5. Que tragedia para la humanidad teniendo a Trump viviendo tantos años, acabaría con ella las veces que su loquera le diera la gana . Mejor dejemos las cosas como están, si imaginamos esa situación , seria una tecnología muy secuestrada por los poderosos

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