Comunicado de Pacifistas Ciudad Real: “Círculo de silencio en apoyo al pueblo rohingya”

Comunicado de Pacifistas Ciudad Real.- Los rohingyas son un grupo étnico bengalí de religión musulmana, localizado en el Estado de Rakáin, en la costa noroeste de Myanmar, la antigua Birmania. Rakáin es el segundo estado más pobre de Myanmar, y éste es un país que está en la lista de los países menos desarrollados en el mundo pues ha sido expoliado desde el siglo XIX. Su población está concentrada principalmente en dos municipios limítrofes con Bangladés: Maungdaw y Buthidaung.
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Algo más de un millón de personas forman la minoría étnica, lingüística y religiosa de los rohingya, un pueblo discriminado y perseguido durante décadas, que ha estado envuelto en conflictos armados de baja intensidad desde la segunda guerra mundial por la posesión de un estado propio.

Los rohingya forman cerca de 5% de los 60 millones de habitantes de Myanmar, pero el origen de este pueblo sigue siendo extensamente debatido: aunque han vivido en Birmania desde el siglo VIII, y aumentaron como mano de obra durante el colonialismo británico, la Ley de Nacionalidad de 1982 les negó la ciudadanía e incluso rechazó llamarlos grupo étnico. Desde el golpe de estado militar del 1988, el ejército se hizo dueño directo de los recursos del país: sus fértiles tierras, agua, comercio de opio, petróleo y minería. En 2012 tras anular la Ley de Tierra de 1963, abrieron el mercado a las corporaciones extranjeras para arruinar el país. Desde entonces se les prohíbe casarse o viajar sin permiso de las autoridades y no tienen derecho a poseer tierra ni propiedades. Las autoridades regionales anunciaron recientemente que comenzarán a poner en práctica una norma que prohíbe a los rohingya tener más de dos hijos.

En 2004, un enorme yacimiento de gas natural fue descubierto en la costa de la Bahía de Bengala y en 2008 comenzó la construcción de un gaseoducto y dos oleoductos terrestres de 1.200 km que cruzan el estado de los rohingya hasta la provincia de Yunnan, en China. Desde entonces, las protestas contra los oleoductos en varias zonas de Myanmar han sido constantes por la contaminación de ríos y destrucción de propiedades sin compensación.

En 2012, hizo aparición el grupo de insurgencia islamista ARSA, creado por la CIA y financiado por Arabia Saudita y Pakistán que ha desestabilizado la zona con ataques a las bases militares, lo que causó la escalada del conflicto. Dos olas de violencia, en junio y octubre, orquestadas por grupos extremistas de la mayoría budista, provocaron unos 140 muertos, cientos de casas y edificaciones musulmanas destruidas y unos 100.000 desplazados; poblados que ya habían quedado destruidos con el brote de violencia desatado en junio fueron arrasados totalmente durante el nuevo brote de octubre, y miles de rohingyas fueron desplazados a campamentos internos donde no reciben ayuda del gobierno y viven en condiciones de extrema pobreza.

En septiembre de 2016, las autoridades locales anunciaron la destrucción de casi 3.000 edificaciones erigidas por los rohingya, entre ellas 12 mezquitas y 35 colegios religiosos al considerar que habían sido construidas de manera «ilegal», un argumento que recuerda a los que se han usado en Israel con los palestinos, cuya suerte mantiene un enorme paralelismo con la de esta minoría musulmana en Myanmar.

Este nuevo estallido de violencia obligó a miles de personas a huir. Ya son más de 623.000 los refugiados que han llegado a Bangladesh buscando un lugar seguro. Muchos de ellos han recorrido un largo camino a pie y llevan sin comer desde que salieron de sus aldeas. Llegan agotados y enfermos. La mayoría son mujeres y niños.

Con cientos, e incluso miles de llegadas diarias, los campamentos de refugiados están desbordados. Necesitan urgentemente lonas de plástico para construir refugios de emergencia adicionales y artículos básicos como colchones y mosquiteras para atender a todos los nuevos refugiados que van llegando. Es difícil cuantificar el número de personas asesinadas y retenidas por el gobierno en los campos de concentración creados en Myanmar. El gobierno no da cifras.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) manifiesta que la crisis del pueblo rohingya es una de las más largas del mundo y también una de las más olvidadas, describe a los rohingya como uno de los pueblos más perseguidos, una minoría «sin amigos y sin tierra», así mismo manifiesta en un informe de octubre pasado que no sólo se trató de expulsar a seres humanos sino que se tomaron medidas para borrar de manera efectiva la historia, la cultura y el conocimiento de los rohingya, atacando a los maestros y a los líderes culturales y religiosos.

La fobia contra este grupo étnico se ha extendido a las ONG extranjeras que les proporcionan asistencia humanitaria. Las sedes de las organizaciones de ayuda humanitaria internacionales instaladas en la capital de Rakáin son asaltadas con cada rebrotes de violencia, grupos nacionalistas y religiosos han bloqueado en varias ocasiones la entrega de suministros a los rohingya, llegando a atacar con cócteles molotov en septiembre un barco fletado por la Cruz Roja Internacional.

El clima de odio se ha propagado como si fuera un virus que ha sobrepasado las fronteras de Rakáin para contagiar a una gran parte de la sociedad birmana, aparecen poblados que proclaman con orgullo estar libre de musulmanes, proliferan los discursos de odio y la descalificación a esta comunidad en las redes sociales son una constante.

La crisis ha generado incluso un singular movimiento de solidaridad con el mismo ejército que mantuvo durante décadas una férrea y brutal dictadura sobre todo el país y contra el que se rebeló en varias ocasiones esta misma población. Los militares han convertido el problema de los rohingya en nacionalismo xenófobo, dando la impresión de que existe un conflicto étnico cuando en la base están la posesión del territorio por el mismo ejército debido a los intereses estratégicos del gaseoducto y oleoductos.

Pero, en resumidas cuentas, en Myanmar se está llevando a cabo un cruel holocausto, solo hace falta ver algunas imágenes y vídeos: se destruyen hogares, se violan mujeres, se queman niños y hombres, e incluso se sacrifican personas para agradar a los dioses.

Por eso, desde el colectivo Pacifista de Ciudad Real nos solidarizamos con el pueblo rohingya, puesto que son víctimas inocentes de intereses militares, religiosos y económicos, reivindicamos su derecho a una vida digna, a ser reconocidos como grupo étnico, a la posesión de un territorio y denunciamos la masacre a la que están siendo sometidos.

Hacemos un llamamiento a la movilización internacional para romper el silencio, el cese del control de la oligarquía militar en Myanmar y exigimos el fin del exterminio del pueblo rohingya.

Y declaramos que “LA GUERRA ES UN CRIMEN CONTRA LA HUMANIDAD, NOS COMPROMETEMOS A NO APOYAR NINGUNA GUERRA Y A TRABAJAR POR LA DESAPARICIÓN DE TODAS SUS CAUSAS”.

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