La mujer del Valle (14)

Todo cuento tiene su moraleja. Y en este caso una asombrosa. Curar toda enfermedad, conseguir que el hombre viva cien años, tal vez más, y esperar a que su naturaleza acabe agotada y termine por firmar la defunción a fuerza de desgaste, generaría más problemas al ser humano.
relatovalero

La mujer del Valle

Manuel Valero

Capítulo 14

De algún modo la muerte está en la escaleta de la existencia: todo ha de acabar algún día. ¿A qué distorsionar esa libre concurrencia que se inició desde el primer nanosegundo de la gran explosión? Y por otro lado, qué tremenda paradoja: el hombre ha acumulado tanto arsenal atómico y biológico como para dejar la tierra hecha un rastrojo, el mismo hombre que va devorando poco a poco el ecosistema… ese mismo hombre va ahora y descubre una medicina integral contra todo microbio. Así que las cosas estaban muy enmarañadas. Por un lado, la actividad secreta del Gobierno para evitar lo que parecía inevitable, que la hipotética consecución de una salud indesmayable cayera en manos de otros gobiernos, que el misterioso componente al que parecía dirigir el juego de los números que siempre repostaban en el 3 fuera desvelado e incluso que se desatara una psicosis colectiva para hacerse con la pastilla prodigiosa a manos de mercachifles que aprovecharan el furor de la salud perpetua para fabricar placebos a su antojo. A estas alturas parecía que lo de menos era llegar hasta la mano criminal de acabó con la vida de la bailarina. Y sin embargo, ese era el cometido de la policía, que de lo otro ya se encargaba la inteligencia. Vaya, por una vez se va a dedicar la inteligencia nacional a algo productivo y no a fisgarse unos a otros para destruirse, dijo Abdón. Habían salido al campo. El poli Wen lo recogió en su casa. Abdón subió al coche y Capitán se acomodó en el asiento de atrás con el hocico captando las esencias del aire a través de la ventanilla abierta. La vida común, la de las gentes transitado cada cual por sus vidas y sus soledades, la armonía del trajín cotidiano no daban muestras de preocupación alguna. Contra lo que pudiera parecer, el trantrán de los días no advertían de cataclismo alguno. La gente hablaba en todas partes, en las plazas, en los bares, en los cines, en las calles, en el mercado… pero luego seguía a lo suyo. Al final cada cual interpretaba los acontecimientos a su modo y pronto se hizo evidente el natural escepticismo con que se toman las cosas que parecen imposibles. Al margen del fabuloso entramado de aquella arma estratégica que no destruía sino que alargaba la vida, lo que realmente interesaba a Wen y los suyos era capturar al matón o a los matones o a la mano que apuntó a la víctima. Nada. Hasta que ocurrió lo que tuvo que ocurrir y así como los muertos perdidos reclaman su aparición con una cascada de casualidades, los vivos que no andan con la conciencia limpia y que no dejan de darle vueltas a la culpa para evitar ser encausados y tenidos como sospechosos, siempre vuelven al lugar del crimen. Para Wen y Abdón que con los días se habían convertido en una extraña pareja, tal que Plinio y Lotario y sus pesquisas en el luminoso Tomelloso, tan llano, tan lípido que no parecía lugar de razón para el crimen, así poli y nonagenario se confabularon en estrechar sus relaciones y macerar una amistad sobrevenida a lomos de las circunstancias hasta que la luz iluminara los recovecos de aquella gigantesca cueva platónica. Durante el paseo en coche, Abdón le detalló el mapa del Valle, cada parcela, cada montonera, cada pecio minero sobreviviente de los tiempos del esplendor. Hasta la vista de la gran refinería le explicó al poli las plantas que se fueron construyendo a medida que crecía y sus derivados petroquímicos. Da la petroquímica ya no queda nada, o casi nada, y la empresa pronto se digitalizará de tal modo que el control va a ser cosa de un par de hombres y unos cuantos robots. Hacía una mañana dulce. A la Feria de Mayo le quedaban los últimos cartuchos. Luego hablaron de política, de fútbol, de mujeres. Si tuve una novia pero me dejó hace tres meses por un escritor. ¿Por un escritor? Si, ese oficio por el que muchos se pavonean por el mundo aunque apenas vendan media docena de libros. ¿Y es ese tu caso, muchacho? Esa es mi desgracia, que no es mi caso. Se trata de Antolín Salinas. Autor de bet sellers, rico, famoso y gilipollas. Acabáramos. Pues lo siento, chico. Habrá otros amores, eres joven y apuesto.

Fue al regreso del paseo campestre. Wen invitó a comer a su viejo amigo joven. Aparcaron el coche. Espéreme aquí, me ducho y bajo en un momento. Capitán se inquietó repentinamente como si hubiera olido pescado podrido. En la recepción del hotel fue avisado por el muchacho que atendía el hostal. Hay un señor que ha preguntado por usted. Esta hay sentado, en el recibidor. Wen se giró y lo vio. Era el joven que anduvo de gira y de amores con Araceli Olmedo.

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