Memorias de un hombre común (12)

Me es inevitable recurrir de nuevo a lo que mi tío Paulino pensaba de las cosas. Cuando conocí a Daniela y deseaba volver a verla en el instituto cada atardecer con un sentimiento de deseo y timidez, mi tío notó mi desazón. “¿Qué te pasa, Bernabé?” “Nada, tito, es que…estudiar no es tan…tan fácil” “A tu tío no lo vas a engañar, nene.memorias

Memorias de un hombre común

Manuel Valero

Capítulo 12

Tú tienes madera y talento para machacarte el bachillerato en la mitad de tiempo que lo hacen los niños ricos”. Mi tío tenía una vara de olivo y luego de un corto silencio me dio suavemente varias veces en mis partes. Como siempre, estábamos en el corral. “¿No será eso?” “No, tito” “Entonces es eso”,  y me golpeó con ternura el lugar exacto donde tenemos el corazón. “Si, tito”, le dije mirando al suelo con una extraña mezcla de triste felicidad. De felicidad porque había conocido a Daniela y de tristeza porque yo no sabía si ella quería verme a mi cada atardecer en el instituto o yo no era más que una persona sin más atención para ella que la que le pueda merecer cualquier otra cosa que no vaya más allá del asombro. Y ahora, sí, ahora recuerdo lo que me dijo mi tío, después de descubrir con la punta de un palo el punto doloroso. Jamás experimenté una síntesis tan preclara de mi situación y una diferenciación entre el sexo y el amor con el simple movimiento de una vara, como si amor y sexo pudieran separarse, pero ya me entienden a lo que me refiero. Él me golpeó en la entrepierna y en el pecho y con ese gesto nimio hizo un recorrido oceánico por mis abrumadores sentimientos. “La vida es una sucesión de primeras veces”, comenzó a hablar. Yo esta vez lo dejé hablar porque no tenía ganas de pensar en otra cosa que no fuera en Daniela y como mi tío dedujo que mi aparente embobamiento me predisponía a la pasividad, vio el cielo abierto para una plática. Nos sentamos en dos piedras, al lado del olivo. Mi tío golpeaba las ramas más flácidas:

“La vida es una sucesión de primeras veces. Cuanto nos ocurre y experimentamos por primera vez nos hace aumentar sin que podamos evitarlo la intensidad de nuestra existencia. Vivir no es la satisfacción animal de nuestras necesidades básicas sino la emoción, la felicidad, la alegría, el asombro de la primera vez. Sea cual sea la cosa que nos salga al paso la primera vez: el primer chapuzón, la primera pelea, la primera promesa, la primera traición, el primer amor, la primera muerte que atestiguamos, el primer amigo, el primer libro, la primera embriaguez, la primera vez que nos metemos dentro de una mujer, el primer hijo, el primer curso, el primer éxito, el primer fracaso…”

Se quedó en silencio como estaba yo. Pero yo ya no estaba abobado o distraído por la imagen mental de mi querida Daniela, sino que poco a poco mi tío fue captando mi atención y al poco de iniciar su perorata centré toda mi atención a lo que decía. Ya lo creo que le presté atención, tanta, que ahora escribo sus palabras con fidelidad de escriba.

“Y así vamos madurando de primera vez en primera vez porque después no hay más que un acomodarse a la rutina de una sucesión ininterrumpida de veces que convierte en fungible de tan cotidiano lo que un día nos asombró. La primera vez que vamos a la escuela nos invade el terror, nos separamos momentaneamente de nuestra familia y conocemos otra autoridad diferente a la del padre: el maestro. Pero pasados unos días, el acudir a la escuela es tan natural como el correr y la presencia del maestro tan previsible como un lamento del perro cuando le damos con un piedra. Ya nos hemos acostumbrado y preparado para la primera vez de otra cosa y así sucesivamente. No hay nada como la primera vez porque es lo que nos enseña a madurar”.

Volvió al silencio, esta vez seguido por un hondo suspiro.

“Hay una cosa que hacemos por primera vez sin darnos cuenta, Bernabé”. No le dije nada, simplemente lo miré interrogante. “Leer”, dijo. “Nunca leemos por primera vez. Vamos dibujando palotes, letras, aprendiendo las vocales, juntándolas  con las consonantes conducidos por la mano sabia del maestro…y poco  a poco sin apercibirnos si quiera descubrimos que entendemos el sentido de las letras y palabras colocadas en orden y que de la misma manera que le damos sonidos a los signos somos capaces de escribirlos en silencio. La escritura son  las palabras mudas; la lectura son las palabras vivas, aunque se puede escribir leyendo a viva voz lo que escribimos y leer en silencio solo para nosotros. Pero al grano, que me voy.  No hay una primera vez  que nos descubra de golpe la lectura, hay un primer libro y una primera lectura en serio, constante… Cuando quieremos darnos cuenta ya sabemos leer por eso no experimentamos la albricia de un halazgo… no nos asombramos de un solo golpe como cuando le damos el primer beso a una muchacha… ¿Eh, chico?”

Di un respingo. Me sentí como si fuera transparente y mi tío pudiera ver mis tripas sin esfuerzo. “Así que, muchacho, no te pasa otra cosa  que por primera vez sientes más aquí que aquí”, dijo, pero esta vez fue mi tío el que se palpó con su mano derecha su propio pecho y sus atributos. Yo le sonreía como un borrego estúpido que era lo que más me turbaba pero mi tío una vez más me armó de valor. “Cuando nos enamoramos nos volvemos más torpes de que lo que habitualmente somos. Así que muchacho, hay que enfrentar el toro… digo la muchacha que hay que ser más valiente para afrontar con gallardía el primer embate del amor que hacerlo delante de un toro, entre otras cosas porque para esto último hay que ser torero y para lo primero, basta con ser un hombre…”

De nuevo el silencio, ese silencio que es como el eco sordo de lo que acabamos de oír. Mi tío dibujaba una estrella sobre la tierra del corral con la punta de la vara. “¿Y como dices que se llama esa muchacha?” “Daniela” “Háblame de ella” “Viene al instituto, los señores de la casa donde sirve le pagan los estudios, son muy buenos, y por la noche va el señor a recogerla al instituto” ¿”Y no le has dicho nada?” “No, tito. Somos amigos, compañeros, aunque ella va a la clase de las chicas. Pero una vez estaba sentada en un banco y me acerqué a ella y hablamos y nada más. Yo la miro y ella me mira pero a mí se me aflojan las piernas y ella sigue andando más erguida que antes. Sufro mucho estando enamorado, tío. ¿Es normal?” “El dolor del amor duele más que el del odio pero hace menos daño”.

En ese momento sonó la voz de mi madre gritando mi nombre y el de mi tío que nos reclamaba a la cena. Nos levantamos pero antes de pasar al patio mi tío me dijo: “Solo hay una cosa que no se repite. Se repiten los besos, las lecturas, todo cuanto hacemos por primera vez excepto el nacimiento y la muerte, que ocurren una sola vez y para siempre…”

Mi tío se quedó pensativo como si no estuviera muy convencido de lo que me acababa de decir. Y añadió:

“Bueno, cuando una persona se levanta del suelo para comenzar de nuevo es de algún modo como si volviera a nacer, como aquella que se libra milagrosamente de un accidente. Y en cuanto a la muerte… bueno…hay quien dice que no es el final” “¿Y tú qué crees, tío?” “Que todos estamos destinados a descubrirlo cuando nos toque irnos del todo”

“¡¡¡Bernabé, Paulino, la cena…Vaya con Dios con el tío y el sobrino!!! “Ya vamos, madre”.

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