Memorias de un hombre común (20 y último)

Sí, lo veo con nitidez, los años son incapaces de velar los ojos con la pátina de la ceguera. Y aunque así fuera no hay cortina que oculte lo vivido. Cuando los ojos miran hacia adentro se vuelven locuaces y descubridores de experiencias remotas que regresan a la mente para ser de nuevos saboreadas con la lucidez que da la experiencia y la tristeza que otorga esa misma experiencia. Apenas se vislumbra la penúltima posada nos es imposible desandar lo hollado para llenar los oscuros agujeros de los errores con la luminosa argamasa de la buena conducta y la certeza de lo correcto.

memoriasMemorias de un hombre común

Manuel Valero

Capítulo 20

Me senté a su lado en la tumba vecina a él que no era sino un breve promontorio con una cruz herrumbrosa clavada a la cabecera, sin nombre alguno que informara de su inquilino. Ese humilde promontorio de tierra se hacía más triste ante la incógnita de su morador. La tumba de mi tío sí tenía una lápida que adquirió mi padre al marmolista a cambio de arreglarle unos muebles. Era una lápida normal, sin ornamentos y sobre ella el nombre de mi tío y dos fechas. El moho y el verdín colonizaban ya el bajorrelieve de las letras que mi madre limpiaba siempre el día de los Difuntos. Debo confesar que hablaba con él sin reparos ni remilgo alguno. Simplemente le hablaba y él me respondía con naturalidad y yo le seguía o no el razonamiento hasta construir un dialogo lúcido, escéptico y sereno. Los años pliegan la piel, arrumban los huesos y hacen el caminar más lento, pero también son un fuerte reconstituyente de serenidad si se ha vivido conforme a la conciencia y sin demasiados estragos. Al principio no lo hacía, pero luego iba a visitarlo al menos dos veces al año, una en primavera y otra en otoño. Y ya no dejé de hacerlo por el resto de mi vida. Mi tío Paulino fue mi referente moral y fue tan grande su sitial en mi anónima existencia como lo eran mi madre y mi padre.

Me tiembla la mano al escribir, lo hago con bolígrafo sobre papel y luego Ernestina me lo pasa a ordenador, Ernestina es una de las enfermeras de la residencia donde vivo desde que se murió Aurorita.  No quiero ser un estorbo para mis hijas. Tuve tres, todas hembras, Cristina, Rocío y Celia. Hoy están casadas todas ellas, Cristina de segundas. Y las tres viven en Madrid. Yo lo tuve claro desde el principio. Llegado el momento una residencia, bastaba con echarle imaginación y pensar que se estaba de vacaciones permanentes en un hotel. No tuve jamás problemas económicos y mucho más que eso, tuve el dinero abundante como para vivir como me diera la gana. Cuando le saqué a la ferretería la última pringue me vinieron a ver unos señores inmaculados de cuello y puños bajo una chaqueta azul marino muy solemne a interesarse por mi negocio. No lo querían para seguir con la ferretería sino para liberar el solar y construir un supermercado. Hablamos. Y al final me decidí por una cantidad nada despreciable, pagada de un solo tajo al alquiler que también era una fórmula. Así que les di a mis hijas lo que les correspondía a cada una: una mitad dividida en tres partes. La otra mitad la ingresé en mi cuenta junto a lo que me reportó la venta de la casa donde viví. Y me vine a vivir a Calpe y años después, a una residencia en Mahón.Mis hijas venían a verme y a veces se pasaban días enteros disfrutando de unas vacaciones en un hotel de la costa. En lo que a mí respecta siempre tuve algo de isla.

Y fue cuando decidí escribir mis memorias, las memorias de un hombre como cualquier otro, sin grandes hazañas que llevarse al frontispicio de la historia, que vivió según vino el aire, que no se dejó llevar de estridencia alguna. Mi tío me lo dijo hace mucho, mucho tiempo, cualquier hombre puede escribir lo que fue, si lo hace con honestidad, porque si no es la celebridad la que lo impulsa a ello, lo es el recuerdo que dejamos en la memoria de quienes nos aman y amamos como un daguerrotipo indeleble. No hay que descubrir continentes, ni ir a la luna, ni escribir un libro asombroso, ni atesorar una inmensa fortuna para escribir unas memorias. Simplemente basta con haber vivido. Tal y como fuimos y somos. Mi tío, mis padres, algunos amigos, conocidos, vecinos, tan anónimos como yo, murieron, como moría cada día un afamado artista, un pensador, un político o un guardia civil asesinado por ETA, que eso no es morirse, es otra cosa. La muerte siempre brujuleando alrededor. Siempre lo ha estado. Cuando somos jóvenes no nos apercibimos de ello, no caemos en la cuenta porque la presencia de la parca es silente, transparente, ajena, siempre se mueren los otros. A medida que pasan los años, esos otros nos son conocidos y familiares y así hasta que llega uno a la certeza e inevitabilidad no de la muerte ajena sino de la propia. Pero para mi buena suerte, yo viví una larga vida, tan larga que he tenido tiempo de relatar estas memorias que son tan mías como de los míos, un poco como homenaje a mi tío Paulino que fue el primer inventor de las memorias anónimas que no  escribió la personal porque se murió leyendo “Los miserables”, de Victor Hugo.

Ahora siento que las fuerzas se van haciendo débiles y anodinas pero mi mente sigue entera, lo cual no sé si es mejor o preferible a un conocimiento quebradizo que te aísla hasta de la conciencia y comprensión de la partida última. Pero en fin, aquí tengo los doscientos ochenta y cuatro folios que he conservado para mi regalo personal, escritos de mi puño y letra, porque Ernestina se ha empeñado en llevar al editor el texto que he ido vertiendo sobre el papel como el lixiviado de mi existencia. Y yo le he dicho, que solo los he escrito para disfrute personal, para volver a vivir lo vivido, y recordar a los ausentes. Pero ella se ha empeñado, que no, don Bernabé, que hay que publicarlo, que yo conozco a una persona que tiene mano en esto. Pero quien soy yo, para semejante cosa, Ernestina, guapa, anda, anda… Que no, que he dicho que no, insiste. Incluso me dijo que los primeros 20 capítulos los iba a mandar a un periódico digital para que los publicaran en su sección de Cultura. Anda, anda… Que sí… El caso es que una vez corregido el texto y elaborado hasta el detalle como el escultor que se entretiene  en esculpir esos detalles nimios que sin embargo tienen tanta vida como las partes más solemnes de la estatua,  Ernestina me leía cada día un par de capítulos al atardecer y a veces, debo confesar que me ha hecho llorar, porque la experiencia de leer escrito lo que ha sido uno adquiere una dimensión novedosa. Si de normal uno es uno más, un anónimo, leído y reconstruido literariamente parece un héroe. No soy poeta, como no soy escritor, por más que me haya empeñado en escribir mi derrota por el mundo con la mínima calidad para que se lea sin sofocos. Supongo que mis lecturas y mis estudios me habrán facilitado la tarea. Pero el otro día, me asaltó una tristeza premonitoria y pasé toda la jornada con una clarividencia sobrenatural. Después de comer agarré un bolígrafo y tracé  estos versos. Me los inspiró Aurora, porque aquella tarde se me vino su recuerdo con tanto ímpetu que casi me abate, como si fuera la última vez. Escribí:

 

No es que el tiempo desmaye

con una lentitud inhumana

No es que los rincones de la casa

griten de solitaria humedad

como si nada pasara

como si no pasara nada

No es que las cosas parezcan

trastocadas, sin sentido,

mortecinas en el pasmo de la tarde

que recuenta los gorriones heridos

No es que se me cierre

el aire que respiro

cada vez que oigo al músico

de la esquina tocar nuestra canción

con su saxofón de intemperie

Es, simplemente, que te echo de menos

Echo de menos tu sombra, tu rostro

tus libros, y la diminuta explosión

de tu risa nerviosa,

y tu mano caliente y tu ternura ausente

Siempre me pasa, amor,

siempre me pasa

Apenas llueve

Como ahora,

en esta tormentosa tarde

en que no vienes.

Queridos amigos de estos tiempos, de los de ayer y de todos los tiempos, no hay cosa más asombrosa que la de haber nacido, haber vivido y haber tenido la humana tentación de contarlo, humana y vanidosa. ¿Hay algo heroico en los hombres buenos que nos han precedido sin que tengamos noticias de ellos? Yo creo que sí y han sido muchos, han sido hombres comunes, que han modelado el presente y el futuro con la grandeza de sus gestos y sus actos. Todos somos la memoria, nuestra memoria hasta que la memoria nos olvida. Pero esto es otra historia.

FIN

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6 COMENTARIOS

  1. Mis felicitaciones por este extraordinario relato sobre las memorias de un hombre no tan común.
    Y es que, cuando uno escribe su primer libro, uno ya no vuelve a tener la sensación de escribir para uno mismo, sin pensar en la crítica ni en los lectores.
    Las buenas personas existen, lo que ocurre es que no saben que lo son.
    ¡Chapó, D. Manuel!…..

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