Jorge Julve: Tirando hilos

El texto anterior a este De Poblete a Julve: costura y pesca, publicado en estas mismas páginas el día 17 pasado, con relación a sendas exposiciones visibles en la ciudad de Almagro, ha dado lugar a algunas interpretaciones oblicuas. Tanto por la liberalidad de unir a dos creadores diferentes y distantes, como por, la más amplia liberalidad, de realizar ejercicios comparativos entre Bellas Artes (las Fine Arts de los ingleses) con otra suerte de oficios y manualidades, más cerca esos oficios de la menestralía y del artesanado que de la representación.

Como si la suerte de las reflexiones sobre determinadas cuestiones estuviera sistematizada y acotada, cuando ya Roland Barthes se interrogaba sobre la posibilidad de escribir una Historia de la Pintura desde la materialidad misma de sus ingredientes. Indagar en la sangre utilizada, en los aceites esenciales, en las tierras coloreadas, en las caseínas y en los pigmentos minerales para descubrir sus posibilidades expresivas y sus posibilidades técnicas. O como John Constable decía, que se había hecho pintor gracias “al ruido del agua que escapa de las esclusas de molinos, los chopos, las maderas podridas, los postes musgosos y los ladrillos”.

En el caso de Jorge Julve la conexión con la costura que citábamos en el texto previo, nacía, más problemática, de la denominación de la exposición (Tirando hilos) que de la materialidad misma de su trabajo; aunque éste muestre también un reguero de incorporaciones pegadas y adheridas a modo de un collage discontinuo, donde lo pintado y lo pegado son parte de lo mismo y todo ello se produzca con una determinada vocación de figuración fría merced a un color desnaturalizado, que es un asunto central de su obra.Un color que retomaría la denominación latina de la vida enfriada, que llamaban ya como caput mortuum, que no es sino la cabeza de muerto y de aquí la expresión. Y que sirve para representar adecuadamente, las cosas muertas y los mundos mortuorios; bien distintos esos registros del fulgor colorista de los Stillleven, que es como llamaban en la Holanda del XVII a los Bodegones. Y el color subido y gozoso de estos, contrasta con los caput mortuum latinos, y ello a pesar de que la versión francesa de los Bodegones tomaron la denominación de Nature morte. Un caput mortuum con “tonos de azul, de amarillo, de gris, ¿qué se yo?”, como fijaba Calvo Serraller en la voz Mortecina de su libro Columnario.

Figuración fría, visible en el tratamiento cromático sostenido y en el carácter secundario y prescindible de los objetos/imágenes capturados e incorporados a sus papeles y telas. No son asuntos centrales, ni objetos contundentes, ni personajes (ausentes) brillantes, sino el serial de la cotidianeidad de objetos que apagan el brillo de su desfile por la frialdad de la reflexión. Como si al  cuerno, colorístico y apoteósico, de la abundancia se le apagaran las luces y quedara ensombrecido. Y ello en alguien que procede de una cultura caliente como la levantina y colorísticamente vibrante como es su propia tradición pictórica, representa una rara ascesis y una suerte de desnudez del color. Que, curiosamente, ocupa el arranque del texto que acompaña la exposición y que nos advierte de que “el color sólo sirve para despistar”. Función esencial de ciertas técnicas del camuflaje: desde el mundo animal a la propia estrategia militar.

La denominación del conjunto de obras mostradas en Fúcares, responde al ya citado nombre de Tirando hilos, que tiene una clara raigambre en el mundo del trabajo de la costura y de las hilaturas; aunque el autor alude más al efecto específico del lanzar el hilo como captura de algo, más que como ensamblaje y ajuste de labores y tareas. Tirando hilos pero no Tejiendo hilos, al igual que verifica el pescador con su captura de piezas a través de sedales y anzuelos dispuestos al final del hilo de pesca. Y un anzuelo ¿no será la muestra de lo ilusorio, con apariencia de realidad?

Por más que haya tantas suerte de artes de pesca (atarraya, almadraba, copo, arrastre, jábega, cepo) como posibilidades pictóricas. Por más que haya una pesca productiva, otra pesca deportiva, la pesca recreativa e incluso la sosegada pesca filosófica. Tirando hilos, por tanto, como forma de capturar repertorios visibles y visuales y no tanto como posibilidad de tejer y verificar taraceas, boiseries y marqueterías, sino de extraer piezas singulares desde la homogeneidad oculta e invisible de los fondos marinos al copo del laborante. Algo parecido podemos afirmar del arte de la pesca, que rompe el banco continuo del pescado homogeneizado en su grupo, pero individualizado en su captura, y se traslada  a otro proceso difuso de trituración digestiva. Como ocurre con las imágenes, que al ser capturadas se individualizan, por más que desde 1936 sepamos, con Walter Benjamin, que “la obra artística ha dejado de ser única y concreta para devenir múltiple y abstracta”.

Si el trabajo de Jorge Julve, a juicio de Alejandro Ratia, se produce como una captura del universo de las imágenes que serán posteriormente incorporadas y “pasadas por la trituradora de la pintura”, habrá que interrogar por otras trituradoras conceptuales contemporáneas en el proceso de elaboración de imágenes, conceptos y sentidos. Y ese es un tema cada vez más importante, en el proceso de inundación producido por el diluvio de imágenes procedentes de múltiples campos. ¿Cómo pensar las imágenes y cómo clasificarlas? Y entender, con ello, cómo esos procesos de trituración hacen converger lo que antes del batido o triturado, era divergente, para ser más tarde unificado. Algo parecido a lo que ocurre con el lector del código de barras en las cajas de los supermercados: aunque los productos que se trasladen por la cinta lo hagan en alboroto y  confusión, tras su lectura por el dispositivo óptico, el tique de compra habrá agrupado los productos en categorías unificadas para hacer inteligible la compra y la adquisición.

Por lo tanto ese ejercicio de  Tirando hilos lo que trata no es sólo de individualizar la captura de las imágenes segregadas, sino someterlas al proceso de vivificación del frío, en una suerte de criogénesis. Una reanimación icónica similar a la operada en el campo de la cinematografía, cuando un mismo asunto es filmado desde varios puntos de vista del set. Aunque luego esa fragmentación del rodaje quede unificada y alterada por el montaje. Y donde hubo tres cámaras y tres grabaciones, al final solo quede una única mirada y un único relato. Y también lo identificamos con ese proceso cotidiano de los reproductores de imágenes, que nos permiten la paralización del continuo diverso del relato fílmico, en la imagen unitaria, congelada por el stop del mando. Posibilidad de la congelación de la imagen abstraída del relato continuo, que se convierte en un fundamento retrospectivo de la pintura. De igual forma que Calvo Serraller, al indagar en la montaña nos dice que “Lo que la tierra posee de entrañable, cobra pleno sentido en la montaña”. De igual forma que acontece su inversa: “Donde más agónicamente se enseñorea la montaña, es justo en el país de las llanuras”. Y así todo ello nos permite afirmar que donde más luce el color es en el país de las tinieblas. Y donde más se echa en falta ese color, es en el carrusel del Pantone.

Periferia sentimental
José Rivero

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