Querido Emilio

Manuel Valero.- En estos tiempos antipáticos no te digo cómo se agigantan aquellos años en que aparcamos el credo político y vivimos la enorme lucidez de la convivencia. No soy muy dado a esto, creo que en  mis años de periodista habré escrito un par de obituarios, siempre sentidos, no oficiales. Y tu muerte me ha dolido.

Por mucho que uno se haga cuentas de que “al año podemos vencerlo pero los años acaban venciéndonos a nosotros”, y por mucho que uno recurra a la matemática biológica para aceptar con la naturalidad que se acepta la vida, la muerte, por más artimañas de consolación con que nos armemos para asumir el contrato original en que viene escrito el finiquito de nuestro breve que no leve paso por este mundo, no hay pragmatismo posible para el corazón.

Me ha dolido tu muerte, ya te digo, como a tu familia, tus amigos, tus compañeros, tus vecinos. Sobre todo porque eras un hombre singular subido a tu zapato, con tus rasgos que me recordaban  un poco a Camilo José Cela, porque fuiste un adalid de la cultura de entonces, porque luego del rodar de la vida, compartimos redacción y nosotros, los que entramos entonces, Laura, José María y yo que llegamos al mejor periódico escrito de provincias como era Lanza, fuimos limando las ínfulas de la hornada democrática y al poco tiempo, un bledo como una casa nos importaban los detalles ni el marchamo.

Como en toda familia, a veces, la convergencia no fue fácil pero con el discurrir de los años la cotidianeidad periódica en un periódico precisamente nos fue descubriendo que por encima del  sello identitario y la hoja de aval político, estaban los seres humanos, -¡no nos acordábamos de Franco!– y todos los seres humanos, querido Emilio, tenemos luces y sombras, algo que entenderás ahora mejor que nadie que estás en las luces.

Antes de nuestra llegada erais, eras la vieja guardia, pero eso formaba parte del guión. Lanza fuiste tú antes que yo y mis compañeros. Una de ellas Laura Espinar pasó a dirigirlo, rompiendo la masculinidad crónica de la dirección. Pero al poco no había viejas ni viejos, sólo periodistas de entrega, cada cual en su cometido. No se me olvida la redacción con tu presencia, medio acostao en la silla, con tus cosas y tus casos. Y un viaje por la hemeroteca te descubre un hombre de teatro, un hombre de la cultura, un periodista que lo mismo firmaba una crónica cultural que “El penalti”.

No sé si los políticos tienen cuajo humano pero yo estoy escribiendo en caliente. Serenamente en caliente porque tu buen recuerdo no necesita estrategias programáticas.

Así que Emilio Arjona, patacañón, de pelo duro y rasgos de literato bajo tus gafas de cíclope, lo único que te digo es que me esperes, nos esperes, si se tarda, no pasa nada. Al fin y al cabo es una cita ineludible.

Un recuerdo entrañable. Ve preparando el escenario.

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3 COMENTARIOS

  1. Buen y sentido recuerdo. Lo que ocurre es que con Emilio era fácil la convivencia. En Lanza había franquistas recalcitrantes y malas personas. Emilio era franquista pero buena persona. Hay radica la diferencia

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