Eurovisión

Los actuales festivales de música han evolucionado de manera que están muy lejos del tipo de festivales de la canción surgidos en los años 50 del siglo pasado, a semejanza del Festival de San Remo (más bien, se parecen a los de Woodstock). Sin embargo, el Festival de la Canción de Eurovisión se ha convertido con el paso del tiempo en un esperpento musical de lo peor.

La primera edición del Festival de la Canción de Eurovisión fue en 1956. El primer objetivo era el de “unir a los pueblos en la música y dar a conocer al mundo la música europea”. Ojo: diez años después de la finalización de la II Guerra Mundial, los participantes de aquella edición fueron los países del Benelux, Francia, Suiza, Italia y Alemania. Por eso, el idioma era un asunto primordial: La norma exigía que los participantes cantasen en su propio idioma. Así fue hasta que los suecos (y ya antes de ABBA, con su “Waterloo”, hubo otro precedente) plantearon la posibilidad de cantar en inglés. Esta peculiar forma de inmersión lingüística ha dado pie a que cantar en lengua vernácula se haya convertido en excepción. De este modo, desde 1998 hasta la actualidad, todos los temas ganadores han sido en inglés (salvo en 2 ediciones), como lengua no vernácula.

El segundo objetivo del Festival era probar los límites de la tecnología para la transmisión en vivo. Sin el nacimiento y crecimiento de la televisión – como medio de comunicación de masas – no hubiera sido posible la popularidad que alcanzaron estos festivales ¡Para eso se hizo el Festival! Por eso, este tipo de competición era un auténtico trampolín promocional para los participantes y los ganadores de éste y otros festivales de canción ligera de la época (como Raphael, Julio Iglesias, etc.); y las canciones llegaban a convertirse en auténticos clásicos. Basta con recordar algunas intervenciones de nuestros representantes en Eurovisión para entender los momentos de auge y declive del Festival en nuestro país. En cierto modo, este auge o declive también tiene que ver, tanto con el del canal único de televisión, como con el estilo de canción propuesto (en relación a las tendencias más corrientes).

La canción ligera era el género más popular cuando nació el Festival en 1956. Así se llamaba a las canciones con arreglos de orquesta, interpretadas por un atractivo señor o una elegante señorita. Pero las nuevas tendencias de la música Pop en la década siguiente se dejaron sentir en las propuestas de los distintos países. Lo malo, es que este afán competitivo, junto a la dificultad de la intervención de las orquestas, y los problemas que pudieran derivarse por la retransmisión en directo, han dado lugar a que éstas hayan desaparecido definitivamente desde 1999, y se sustituya por una pista pregrabada: la música en directo ha desaparecido del todo, salvo las voces.

Así que, superados los objetivos iniciales – ni música autóctona, ni problemas tecnológicos, ni promoción de artistas o canciones – no se entiende muy bien el objetivo de este Festival. Ni como festival de la paz de los pueblos, que poco importa que el anfitrión de este año, Israel, someta a sus vecinos a una lenta y agónica aniquilación (claro, que éstos no participan en el Festival). Pero como la competición continúa, es preciso llevar propuestas competitivas, impactantes. Así, el Festival de la Canción, se ha convertido en el Bazar de las Sorpresas, con mujeres barbudas, mujeres disfrazadas de hombre que en un momento dado se desprenden de dichas prendas para dejarse ver como espléndidas mujeres, pianos ardiendo, un Chikilicuatre, y otras lindezas. El espectáculo ha dejado de ser musical, para ser un carnaval visual, aderezado por una puesta en escena muy calculada en iluminación, espacio y banderitas del público, donde lo de menos es la música.

Si todo esto no fuera suficiente, uno constata que el Festival es una insufrible sucesión de canciones, las cuales responden de distinta manera a un mismo estereotipo facilón, entre momentos sensibleros o ultra-marchosos, defendidos por nuevas formas de “galanes y galanas”. Las producciones de estudio son muy profesionales, pero son como los pañuelos de papel: Si en otros tiempos, las canciones que competían se oían antes, durante y después del Festival (por radio, por televisión …), ahora son de usar y tirar inmediatamente. Puro objeto de consumo, en una sociedad de consumo que se lamenta de la falta de sostenibilidad ¿Entonces, para qué un Festival como éste?

Antonio Fernández Reymonde
Ruido Blanco

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1 COMENTARIO

  1. Enteramente de acuerdo. Esto se debe al manierismo de Eurovisión, que se ha creado ya y que lleva a construir una canción para el Festival de Eurovisión y no se expresan las peculiaridades de cada país dentro de la música moderna. Un Festival hortera y desfasado…….

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