Un verano para pensar (1): Irreflexiones

Alguien que entiende me dijo una vez, más o menos, que la meditación consiste en hacer el esfuerzo de no dejarse influir por los sentidos, algo así como no pensar, para lograr mayor conciencia de uno mismo y que los pensamientos más profundos afloren del interior. Dicho de otro modo, es casi tan imposible dejar de pensar, como dejar de respirar: uno puede contener la respiración mientras no sea por demasiado tiempo.

O sea, las personas pensamos continuamente. Pero eso no determina ni que pensemos correctamente, ni que los actos que puedan derivarse también lo sean. Incluso se podrían establecer categorías sobre la calidad de nuestra forma de pensar. Más bien, creo que presenciamos, y hasta normalizamos, actos o situaciones que son impropios de una reflexión previa, hasta el punto de pensar (yo) si no hay demasiada inconsciencia en nuestros hábitos cotidianos. Las cosas bien hechas, bien parecen, dice el refrán. Pues no sé, no sé…

Hay gente que sube videos a YouTube haciendo toda clase de peripecias, como incrustar una mazorca de maíz en una broca, hacerla girar con un taladro, llevarse la mazorca a la boca para comer sus ricos granos y a los pocos segundos perder unos cuantos dientes. A alguno le cuesta los dientes, y a otros les cuesta la vida, porque se ve que hay una enorme emoción en arriesgar la vida saltando desde un balcón para caer con mayor o peor fortuna a una piscina. “Cosas de jóvenes”, dicen. O sea, la irreflexión como síntoma saludable de juventud.

Los hay con más mala leche, los hay que encuentran su diversión en lastimar a otros, sin reparar en la magnitud del daño ajeno que provoque. Los hay peores, los hay que ni siquiera podrán disfrutar de presenciar ese ensañamiento cuando ponen clavos en alimentos para ser engullidos por los perros, o artefactos mortales en mitad de una vía de paso ciclista en el monte.

Claro, que locos y marginales forman un reducidísimo porcentaje de nuestra población, y estos casos tal vez sean los más notorios (y no poco frecuentes), pero no los únicos irreflexivos ¿Qué implica el término “chapuza”, aplicado a cualquier campo? Dar un tipo de solución a un problema, que por su deficiente resolución genera otro tipo de inconvenientes o problemas. Son menos nocivos que los casos anteriores, pero no son sino otra forma de causar estropicios por la misma causa: por no pensar las cosas bien. No creo que haya nadie a quien le gusten las cosas mal hechas, y menos en su oficio. Vaya, que no es lo mismo una chapuza en casa propia que en casa ajena: hay una responsabilidad detrás de la encomienda. Sin embargo hay distintas razones para actuar chapuceramente: acabar cuanto antes la tarea, gastar menos en materiales, tomar poco interés por el encargo, etc.. Tampoco estaría mal establecer una especie de Escala de Richter de las chapuzas para medir los desastres de sus consecuencias.

No creamos que esto de la irreflexión vaya por estratos sociales o niveles educativos, que también afecta a personas de titulación superior. Me entenderán perfectamente si, por poner un ejemplo y con perdón de los arquitectos, digo los arquitectos. Las pruebas están a la vista de todos. La arquitectura es un arte que trasciende la mera edificación y la sabiduría popular para convertirse en un oficio que requiere combinar conocimientos diversos, tanto técnicos como humanísticos. Cuando la prioridad de la edificación no busca la eficacia ergonómica, sino criterios especulativos de tipo artístico, o monetario, el resultado es el disparate. Por no hablar de los casos de deficiencias constructivas. Y que me perdonen los arquitectos – porque podríamos hablar de médicos, profesores, artistas, economistas, etc. – pero si he escogido este oficio, es porque en este caso no hay razones perentorias que puedan justificar un mal diseño.

Pero bueno, pelillos a la mar ¿Quién no ha tenido un accidente (doméstico, por ejemplo) por no fijarse bien antes de actuar? Pues quien más, quien menos ¿Es que todos los accidentes suceden por no pensar? ¿Acaso un incidente aislado nos convierte en irreflexivos? Pues evidentemente, no. No trato de equiparar la irreflexión con la distracción, la torpeza, o el desacierto en un cálculo. Pero si se fijan y hacen memoria, seguramente no sean tantos casos aislados, ni debido a causas ajenas. Nuestras decisiones responden a nuestro modo de ser. Otro caso, menos dramático: alguien te pregunta, y tú no tienes suficiente criterio para responder… pero respondes con convencimiento. Vergüenza ajena da ver algunas entrevistas en televisión… ¡Cuanto daño puede hacer lo que uno dice, por no haberse parado a pensar un poquito antes!

Creo que las personas no somos conscientes del alcance de nuestra falta de reflexión. Por ejemplo, la procrastinación define la voluntad de para posponer indefinidamente una acción necesaria, mediante el emprendimiento de otra acción, que a su vez nos sirva de excusa para convencernos de que nos quitó tiempo para hacer lo que debíamos. Lo urgente, antes que lo importante. Es algo muy común. Incluso puede ser patológico.

No es que no pensemos, que sí que pensamos, es que pensar las cosas en detalle requiere un esfuerzo, que llega a convertirse en práctica, en agilidad, y que es lo que en última instancia modela nuestro modo de ser. Y como todo tipo de esfuerzo, a veces no es fácil, aunque tampoco es tan difícil.

No, no me he olvidado en esta ocasión de los políticos, pero podrán imaginarlo, ya les he dedicado demasiado espacio en otras ocasiones … ¿Imaginar? Otra forma de pensar…


Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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