La esperanza de los pobres nunca se frustrará

Fermín Gassol Peco. Director Caritas Diocesana Ciudad Real.- “La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble. Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida”. Así comienza el Mensaje del Papa Francisco para la Tercera Jornada Mundial de los Pobres.

Como en ocasiones anteriores, se trata de un mensaje dirigido no sólo al mundo cristiano sino a todas las personas que habitamos el planeta, en especial a quienes dirigen los destinos de las naciones. Porque la pobreza es desde el principio un gravísimo problema de índole ético social, de pura solidaridad y que por lo tanto atañe a toda la humanidad aunque para nosotros los cristianos esa solidaridad la veamos traducida en fraternidad, en considerar y amar al otro como hermano, en asumir que “su pobreza es mi pobreza”; solamente desde esta proximidad y concienciación podremos erradicar la miseria que padecen nada menos que ochocientos millones personas, hermanos nuestros, en este mundo que presume de ser desarrollado. 

Pero la esperanza que el Salmo ofrece no se circunscribe ni se detiene en la mera superación de la pobreza material, económica, repartiendo cosas y bienes, sino que ha de alcanzar a compartir lo que tenemos y somos. El fin de la pobreza será un hecho, pues, cuando todas las personas obremos conducidas y convencidas por una certeza superior, trascendente, por un ideal que haga elevarnos sobre el plano en el que estamos mentalmente situados, la competencia frente al otro. Cuando actuemos desde la Fe. Porque la Esperanza no es sino una apuesta de la Fe por el futuro.

Es lo que viene a decirnos Francisco en otro momento de su mensaje: “El compromiso de los cristianos, con ocasión de esta Jornada Mundial y sobre todo en la vida ordinaria de cada día, no consiste sólo en iniciativas de asistencia que, si bien son encomiables y necesarias, deben tender a incrementar en cada uno la plena atención que le es debida a cada persona que se encuentra en dificultad. «Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación» por los pobres en la búsqueda de su verdadero bien. (Evangelii Gaudium 199). No es fácil ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero. Es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios”.

“Atención amante”, esta es la clave, la opción, el camino para que la pobreza deje de existir. Un trayecto que se inicia con un irrenunciable asistencialismo a la persona empobrecida pero que nunca ha de tener vocación de permanencia, posibilitando lo antes posible su promoción. Porque el peligro que encierra quedarse anclados en el mero asistencialismo es generar paternalismo y dependencia. El asistencialismo permanente solo estaría justificado para aquellas personas que padecen discapacidades que las inhabilitan para valerse por sí mismas.

Es mediante la promoción, es decir adquiriendo cultura y ejerciendo un empleo, como los empobrecidos obtendrán los instrumentos necesarios para poder salir en un determinado momento de su estado de pobreza, logrando la esperada autonomía. Una labor por otra parte, en la que ha de estar implicada toda la sociedad y muy especialmente sus representantes públicos, responsables del bienestar social. Y recalco lo de “toda” pues se trata de aprobar la asignatura, pendiente aún, más importante para que la humanidad pueda ejercer y considerarse a sí misma como tal.

Una atención amante hacia las personas empobrecidas en la que han de caber también dos extremos: Primero, considerarla desde una perspectiva plenamente humana, estadio que para un cristiano reside en la doble condición de su filiación divina y fraternal, haciéndole partícipe del Reino de Dios. Y segundo, esta atención amante, esta preocupación por noble y caritativa pueda ser, debe realizarse en todo momento teniendo presente la libertad de la persona a la que ayudar. Nadie puede obligar a nadie a ser o dejar de ser lo que no desea, por mucho que nos duela. Con la misma libertad con que Dios dotó a Adán y Eva en el Paraíso.

La esperanza de los pobres nunca se frustrará, que reza el Salmo 9, creo que es el deseo, el clamor, la apuesta, una afirmación de esperanza en esa misma Esperanza.

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