Pesadilla antes de Navidad

Manuel Valero.- El ángel de todos los años se había jubilado así que le fue encargado a su sucesor, un luminoso ser del séptimo circulo bajar a la tierra a cantar lo de todos los años: Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombre de buena voluntad. Pero el Supremo no estaba informado de una asamblea que ángeles contestatarios habían celebrado detrás de un nube tóxica que hacía tiempo que se había acomodado en el mullido algodón celeste.

Era tan tóxica que desinhibía la omnisciencia divina y la convertía en un lugar de sombra en el mismísimo Cielo.  Entre los díscolos estaban casi todos los ángeles de la guarda. Aducían que eran los que más trabajaban y sin embargo solo podían ver la cara del Jefe un poco de escorzo cuando los querubines y serafines  se solazaban sin nada más que hacer al lado del Creador. Pasados mil milenios que para los hombres eran quince días, más o menos, la angélica disconformidad había tomado cuerpo. No tenía las dimensiones de Luzbel ni reivindicaban el poder como el bello demonio sino que querían democratizar un poco el solario eterno y que la distribución de galones se votara cada cinco mil años de modo que un ángel de a pie pudiera presentarse a las elecciones de serafín y que los primeros en la escalera celeste fueran sometidos al escrutinio de su gestión con la neutralidad de la Deidad Suma. Era precisamente lo que argumentaban los reunidos en la nube tóxica: si la propia Deidad era una y trina, sin jerarquía alguna, distintos e iguales, por qué los alados no?.Los más activos y ruidosos eran los custodios. Además de estar en lo más bajo del escalafón, se le gastaban las alas antes que a ninguno por el trajín, y sobre todo llevaban muy mal el control que sobre ellos ejercían los ángeles dominantes.

Así que empezó la Asamblea previa a la Navidad. Empezaron discutiendo si lo de cantar las glorias del Jefe en las alturas no era un redundancia, pues en las alturas era loado y amado y gloria tenía para jubilarse en condiciones, no así en las bajuras fangosas del mundo donde recibía más capirotes que preces . También debatieron sobre si la paz se la regalaban exclusivamente a los hombres de buena voluntad, pues en ese caso  iban a ser muy pocos en la Tierra merecedores de tal  regalo. Debatieron durante cinco siglos si la paz se la podían desear a los hombres de voluntad normalita, incluso a aquellos que lo mismo eran de voluntad buena como de voluntad floja o poco deseable, a los descastados, tibios, desatentos, incrédulos y maleantes, traidores, trepas, y escritores con ínfulas o sin ellas.  ¿No bajó el Hijo para consolar a los deshechos humanos? Sí, sí, gritaron, batiendo tanto las alas que casi disipan la nube. De modo que después de la Asamblea elevaron un comunicado al Anciano Eterno con la esperanza de que su Santa Tolerancia y Sabiduría, Misericordia y Justicia, se mostrase dispuesto a aceptar sus peticiones. No querían nada más, ni amenazaron con huelga de alas caídas, ni revueltas que descuadernaran la jerarquía,  ni nada parecido. Escribieron:

-Elecciones sectoriales y democratización de los ascensos en la carrera angelical.

-Apertura del gremio a los ángeles de color y a los seguidores de Lucifer arrepentidos.

-Rotación en el graderío celeste para que todos disfrutaran con plenitud del rostro de quien chasqueó los dedos e hizo estallar el Big Bang.

-Cambio de la fórmula del anuncio de la llegada del Hijo Único al mundo aunque hubiera que reformar los Evangelios. Quedaba así:

Gloria a Dios en las Alturas y Bajuras y Paz a los Hombres de Buena, Pasable, Regular y Episódica voluntad.

Y vio Dios que era bueno, no como sus competidores, el  ismaelita y el judío, que eran muy absolutos y no evolucionaban, y ese año todos celebraron la Navidad con más alegría, cantaron más villancicos que nunca antes, iluminaron las ciudades con tantas bombillas que se podían ver el Planeta encendido desde Marte, repartieron polvorones y caviar entre los pobres y todos los hombres vivieron en paz. ¿Todos? No. Había un pequeño país que eran como un moscardón insoportable incapaz de darse un Gobierno.

Antes de partir el joven anunciador de ese año preguntó:

-¿Qué hacemos con los políticos y políticas, Jefe?

-No cobrarán un duro hasta que haya…

Como gruñía su mujer lo despertó.

-Pepe, Pepe, despierta, que pareces un guarro la víspera de San Martín. ¡Y estamos en Navidad, Pepe!

Cuando el señor presidente abrió los ojos estaba tan ensopado en sudor que la cama era la mismisima balsa chorreante que salvó a Ben Hur de palmar más seco que un salazón.

Al día siguiente hubo Gobierno.

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