El club de los 65

Manuel Valero.- Cuando uno mira atrás sin ira, que es como hay que mirar, con nostalgia, con absoluta asunción de cada día de nuestro pasado, un poco más viejo – a mí me gusta esta palabra-, tal vez un poco más sabio por eso, uno se deja mecer por el dulce discurrir de los años.

Decía Pio Baroja, que las cosas tienen su libre concurrencia como si los acontecimientos fueran el lógico producto de la inercia personal que empuja a cada uno. Saber gestionar la circunstancia, mismamente. O lo que es lo mismo adaptarse a la inmediata coetaneidad. Un día como el último del año tiene el oculto sortilegio de lo fronterizo, donde termina una cosa y comienza otra, como si se le pudieran poner puertas al tiempo que no sabe de esquinas ni callejones.

A punto de ingresar en el club de los 65, recuerdo una canción de Silvio Rodríguez, Paladar.

Llego al club de los cincuenta y una mano trae la cuenta

llama la atención al suma desde hoy hasta mi cuna.

La escuché antes de llegar a esa frontera, indemne, porque la crisis de los Cuarenta, pasó de largo, sin que el ánimo se descuajaringara. Es lo bueno que tenemos los melancólicos pertinaces, que la crisis existencial congénita que llevamos a la espalda nos inmuniza contra las crisis folclóricas.  Y ahora que la he puesto esta misma mañana, me ha sobrecogido el hecho de comprobar la mayor de las obviedades: lo rápido que pasa el endemoniado tiempo. Tanto, que ya va viendo uno la otra orilla del mar, como decía Alberto Cortés:

A partir de mañana empezaré a volver de mi viaje de ida

A partir de mañana empezaré a medir cada golpe de suerte.

Me llama la atención lo carente que están de poesía las letras de las canciones de hoy. Y eso es porque uno ya tiene el calzado gastado. Si un día comienzas la comparativa de tu pasado con el momento presente,  esa es la señal. Y debe ser así, porque doblada la esquina de los sesenta, hace ya un lustro, no hay nada que a uno le satisfaga más que evocar las viejas canciones de la juventud adolescente y de la adolescencia madura, pero a dosis ¿eh? QueLo malo es encajonarse en el pretérito imperfecto y remoto, mientras la vida continua delante de tus narices. Por supuesto que no se trata de eso, simplemente, que es imposible evadirse de la sensación de llevar tiempo viajando. Los de mi generación tenemos la suerte de haber vivido a caballo entre la prehistoria tecnológica y la tecnología de la comunicación inmediata, sin que nos haya costado nada adaptarnos a la vertiginosa instantaneidad de las cosas. Hoy contamos con un remedo de Biblioteca de Alejandría a tan solo un clic de ratón y con una videoteca asombrosa que te lleva a ver la primera actuación de los Rolling Stones en la pulcra BBC.  Los Rolling, precisamente, paradigma de senectud  juvenil.  La tecnología de repente te pone en el andén del tiempo y te transporta donde el capricho de la nostalgia.

Joaquín Sabina también le cantaba al tiempo de la lozanía cuando rayaba los años del vestíbulo de la madurez definitiva pero con un optimismo vitalista que es lo bueno.

Así que de momento, nada de adiós muchachos

me duermo en los entierros de mi generación

Cualquier cosa te regresa a lo que fue, no a lo que pudo haber sido sino a lo que fue realmente. Hace poco leí algo referente al Círculo de Lectores y en un segundo ya estaba yo en los años en que llegaba a casa el representante con la revista que me leía de sopetón y luego me tiraba horas en elegir los dos libros deseados aunque a  veces la decisión era instantánea. Calculo que casi un 20 por ciento de mi modesta biblioteca los adquirí en el Círculo y en los kioskos de prensa cuando algunas editoriales lanzaban los títulos inefables de nuestra Literatura o de la Literatura Universal.

Por lo demás ,resulta patético engominarse con la loción inútil de una impostada juventud. Otro de los cantantes que nos ha dejado este año, Camilo Sesto, fue el  paradigma de la absurda pelea física contra los años que cargamos como cuentas de un rosario de plomo. Al tiempo hay que enfrentarlo con el antibiótico del espíritu. Así que no hay más que afianzarse a la circunstancia orteguiana, cargar las esferas macizas bien equilibradas como cuando llevamos dos cubos de agua, uno en cada mano, y tenemos la sensación de que pesa menos, dejar que la libre concurrencia haga lo suyo, dosificarse un poquito con el resabio de la experiencia, disfrutar la salud, primer don intasable, y que lo demás vaya a su amor, sin ira. 

Si como decía Víctor Hugo, los cuarenta son la vejez de la juventud y los cincuenta son la juventud de la vejez, supongo que los sesenta serán, un poco, como el regreso esporádico a la pubertad. Al fin y cabo un anciano es lo más parecido a un niño. Y así hasta que llegue el momento en que nuestro reloj no marque las horas.

Que 2020 sea un buen año. Otra vez.

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5 COMENTARIOS

  1. Te suena?

    El dolor envejece más que el tiempo,
    este dolor dolor que no se acaba,
    y que te duele todo todo todo
    sin dolerte en el cuerpo nada nada.

    A tantos días de dolor se muere uno,
    ni la vida se va,
    ni el corazón se para,
    es el dolor acumulado el que,
    cuando no lo soportas,
    él te aplasta.

    Mi accidente será un buen epitafio:
    Cuando una calle bajo el sol cruzaba,
    de dolor– o de amor– es lo mismo,
    murió desbaratada.

    Era cojonuda para los niños…y brutal para los mayores, aunque los Martes y trece la usaran para bromas…

    Y ahora,

    a envejecer bien

    como el jerez.

    Ser también útil de viejo,

    ser oloroso,

    ser fino,

    no ser vinagre,

    ser vino.

    Me quedo con eso de no ser vinagre…o intentarlo.

  2. Que buen regalo despedir el año gozando de la lectura de este artículo tuyo, con la calidad y sensibilidad a qué nos tienes acostumbrados, y con reflexiones y sentimientos sobre el paso del tiempo que tanto compartimos quienes, como en mi caso, superamos de largo esa frontera de los 65. Un fuerte abrazo y Feliz singladura en el nuevo 2020.

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