Mujer pensionista tenías que ser…

Luis Mario Sobrino Simal.– Con la lectura de un manifiesto que denuncia las carencias del Pacto de Toledo ha dado comienzo este lunes una nueva concentración de pensionistas en Ciudad Real con la mirada puesta en el próximo 8 de marzo y un marcado carácter feminista.

Así, varios miembros de la coordinadora de Ciudad Real en Defensa del Sistema Público de Pensiones han leído textos que relatan los casos de María, Emilia, Lucía, Concha, Laura, Carmen y Meryem, cada una de ellas de una población distinta pero con un denominador común: son pensionistas, con todo lo que ello implica.

Estas son sus historias:

María vecina de un pueblo de Ourense llevaba 48 años casada con Pepe. Tenían 3 hijos varones ya independizados. Llevaban toda la vida viviendo en el mismo pueblo. Ella trabajaba, llevaba el huerto, la casa y los hijos. Jamás tuvo un sueldo, dependía económicamente de su marido. Pepe le daba unas palizas de escándalo por celos o por cualquier cosa, y peor cuando venía borracho. A María jamás se le pasó por la cabeza denunciar, “es lo que hay”, pensaba. Lo mismo que le hacía su padre a su madre. Además ¡que iban a pensar los vecinos, sus cuñadas! Estaba tan desesperada que pensó en suicidarse. Pero Pepe se le adelantó un día y la estranguló…».

«Emilia vive en un pueblo de Alicante, es aparadora, es decir, que cose calzado. Lo hace para ayudar a la economía familiar, ya que con el sueldo de su marido no llegan a fin de mes. Las fábricas de calzado de su localidad no les hacen contrato porque dicen que si no esos sueldos miserables que les pagan serían aún más miserables. Cuando cumplió 60 años su marido decidió divorciarse, los hijos eran mayores y la pensión alimenticia que le pagaba el marido era de 150€. No puede jubilarse a pesar de sus vértigos y que se está quedando ciega. No tiene derecho a una pensión contributiva…».

«Lucía vive en Barcelona, estaba casada con Juan. Tuvieron un hijo y una hija. Ella era ama de casa y cuidaba de los hijos «como dios manda». Juan era autónomo y le quedó una pensión de 800 €. Vivían de alquiler, porque no les llegaba para comprar una casa. Juan murió con 60 años. A Lucía le correspondió una pensión de viudedad de 400€, no pudo seguir pagando la luz ni el agua. Iba a la fuente de enfrente de su casa a coger el agua, porque le cortaron todos los suministros. No pudo seguir pagando el alquiler. La desahuciaron…».

«Concha vivía en Estepona y se tiró toda la vida trabajando y sacando adelante a sus 2 hijos. Un día le diagnosticaron Alzheimer. Su familia no podía hacerse ya más cargo de ella y la ingresaron en una residencia. Perdió la memoria y perdió el habla, pero cada vez que se acercaba su cuidador gemía y lloraba, la violaba cada noche.»

«Laura vivía en Madrid y se casó con Alejandro, tuvieron 3 hijos. Ella tenía carrera universitaria y él no. Ella ganaba un sueldo superior al suyo. Él no podía soportarlo. Empezó a agredirla verbalmente, pegaba a sus hijos y después comenzó a pegarle, la violaba casi cada noche. Intentó asesinarla en 2 ocasiones. Sus hijos pequeños lo impidieron agarrándose al padre y gritando. Un día la estranguló hasta perder el sentido y le dejó marcados todos los dedos en su garganta. Por fin se decidió a denunciarle. La guardia civil le dijo que tenía demasiado carácter. Que dejara de trabajar y le preparara todas las noches una buena cena a su marido y le esperase con las zapatillas de casa y el periódico. El terror la hizo enfermar hasta acabar en una silla de ruedas».

«Carmen vivía en Santa Cruz de Tenerife. Jamás se casó, fue hija única y no tenía familia. Trabajó durante toda su vida como costurera. Le quedó una pensión miserable y cuando la vista y la artrosis le impidieron seguir cosiendo, no pudo seguir pagando el alquiler de su casa. Vivía en la calle. Los albergues la echaban cada 3 días «según mandan las normas». Los servicios sociales, a los que acudió en numerosas ocasiones, no le buscaron solución, no había dinero, le dijeron. Murió en la indigencia, en la calle, sola, abandonada como un perro un día de carnaval, uno de esos días en los que el ayuntamiento de su ciudad derrochaba dinero a manos llenas».

«Meryem vivía en Castillejos, cerca de Ceuta. Tenía 8 hijos y era viuda. Se dedicaba a transportar fardos de mercancía para las fábricas e industrias españolas de Ceuta. El peso a sus espaldas era de entre 50 a 90 kg, dependía del día. Cada vez le resultaba más difícil a sus 67 años aguantar las horas y horas de espera para poder cruzar la frontera en el Tarajal. A las fábricas para las que trabajaba jamás se les ocurrió darle un sueldo, simplemente la explotaban hasta reventar. Y eso es lo que pasó un día de verano con un sol de justicia, que murió reventada».

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1 COMENTARIO

  1. Se puede saber de dónde cojones has copiado tú este artículo?
    Porque lo que está claro es que no has ido en bicicleta hasta Orense, Alicante, Barcelona, Ceuta, Catillejos, Estepona, Madrid y Tenerife.
    Esto suena a artículo fabricado desde algún colectivo podemita para su posterior distribución al por menor.
    Por no extenderme mucho te diré que el último caso, el de esa tal Meryem, es más falso que las historias de la, revista Pronto.
    Deja de intoxicar, no estás haciendo ninguna gran labor.

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