Cuaderno de pandemia (8)

Manuel Valero.– Hoy me he acordado de lo que me dijo ayer un amigo. Los de nuestra generación, es decir, los de 60 y más, como se hacía llamar una revista que a uno le parecía una publicación abuela, hemos tenido suerte. Mucha suerte.

En toda nuestra vida, quienes ahora estamos soplando velas sexagenarias, nunca habíamos experimentado nada parecido a esta mortal invasión invisible.

Nosotros, los de antes, vivimos los últimos años del franquismo de los sesenta con las fronteras abiertas al turismo y la bendición urbi et orbe de Naciones Unidas; en el último tramo de la  adolescencia experimentamos el cambio de régimen y ya universitarios fuimos testigos de la Transición que fue la puerta de entrada a la normalidad democrática y alocadamente nos zambullimos en la piscina del Gran Cambio y abrimos los ojos y los oídos perplejos a la Gran Movida de las Artes en todos los sentidos que propició un ambiente casi libertario.

Tan solo el zarpazo de ETA salpicaba de muerte la feliz rutina social. Lo demás formaba parte de la natural concurrencia, elecciones, debates abiertos, la polarización de la prensa, los casos de corrupción, la España de moda… Solo en los últimos años nos sacudió el vértigo del proceso catalán, el ventarrón de la protesta del 15M y las sacudidas a la Corona. Incluso el régimen del 78 fue puesto en almoneda. Pero nada parecido a esto. Incluso ahora todo lo que ocurrió en España y en el mundo antes de marzo nos parece hoy una bagatela. Todo menos los terribles atentados del 11M, lo que más se parece a estas horas inciertas.

Uno se consuela en varias direcciones: No hacerse demasiadas preguntas por el mañana –aunque me cuesta- y mirando en las redes las canciones que nos alegraron los 80 y los 90. Y sin embargo, el tiempo parece replegarse sobre sí mismo como un rizo.

Se habla de un nuevo Pacto Nacional inspirado en los de La Moncloa sobre la banda sonora social y espontánea del Resistiré que antes fue el tema con que Pedro Almodóvar culminaba la película Átame, en la que el protagonista acude a un pueblo, su pueblo, en ruinas. Toda una alegoría del momento presente, y sin embargo, ese olvido y abandono de las casas derruidas es el punto de partida hacia una vida feliz y alegre. Cualquier cosa vale.

Y también la pregunta, una pregunta que te atosiga y a veces te tortura. ¿Qué puedo hacer  yo además de velar por el propio equilibrio, por el equilibrio colectivo al que pertenezco como una minúscula parte? Me sumo a cuantas iniciativas veo por la redes en mi ciudad, Puertollano, y en las que puedo ser útil. Hay una cuenta abierta que ha sido recibida con los brazos abiertos de la solidaridad por mis paisanos, cuelgo cosas en la red, leo algún capítulo de trabajos míos, salgo al balcón a reconocer a nuestra gente de primera línea y a gritar un poco para soltar angustias… Y sin embargo me parece poca cosa, incluso un poco frívolo. Piensas en los enfermos y sus familiares, en las condiciones en que están tanto enfermos como sanadores, en los fallecidos, en nuestros mayores… ¡Y todo te parece tan poco!

Me consuelo con que el cumplimiento del confinamiento ordenado casi manu militari es más que suficiente, y lo hago de buena gana sin perderme en elucubraciones distópicas, y procuro armarme de paciencia para cuando llegue el segundo primero del primer minuto de postpandemia.

Nunca, los de mi generación habíamos experimentado este marasmo global que te muestra calles solitarias, y nos levantamos cada día con la suerte de no haber sido visitados por el bicho, miramos de nuevo la calle sin pisadas humanas, tomadas por el ensordecedor trino de los pájaros como en una cruel paradoja, ponemos la tele, recibimos el parte diario de todos los frentes, los la Comunidad, los de la provincia, los de la ciudad… Ya nos hemos acostumbrado a los números sin rostro y a su maquillaje preventivo de dolor y angustia, nos ocupamos en las cosas que nos aguardan durante el largo día y esperamos, esperamos…

Tantas cosas para reflexionar, si la globalización era esto, si hay un tétrico tablero de ajedrez en las zonas siniestras de los altísimos cuarteles generales de las potencias, el desplome de la economía, la gente que se queda sin empleo, los sufridores autónomos, la perra chica de este y anteriores gobiernos…

Pero como todo ha de ajustarse para encontrar el punto armónico del equilibrio me quedo con la ejemplaridad de la sociedad civil, casi en su totalidad, y uno se pregunta si después de esto no se producirá la gran Revolución: la de cada cual con nuevos valores en la cartera además del dinero y las tarjetas de crédito. Bueno, qué les digo. Me permito una adaptación a las circunstancias de la gran novela Ana Karenia de Leon Tostoi: Cuando somos felices nos parecemos, cuando somos desgraciados cada uno lo es a su manera.

Una día más… y un día menos. Salud y saludos.

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10 COMENTARIOS

  1. Te leo escribir: «Ya nos hemos acostumbrado a los números sin rostro y a su maquillaje preventivo de dolor y angustia, nos ocupamos en las cosas que nos aguardan durante el largo día y esperamos, esperamos…»

    Y llevo días dándole vueltas a una iniciativa que yo, desconocedor absoluto del mundo informático, creo que sería interesante…, pero solo yo, porque es la primera vez que la cuento y no sé cómo se podría hacer.

    Me gustaría saber si sería interesante que algún medio de comunicación hiciera una base de datos para Internet, muy fácil de usar desde casa de cada uno, para que se pudiera poner (si la familia lo estima) el nombre, los apellidos, algún comentario y una foto de sus seres queridos a los que no han podido despedir como merecen. Un verdadero homenaje personal a cada fallecido por este virus criminal.

    Esto parte de una necesidad: el honrar a esas personas que han tenido la peor de las despedidas posibles, y que deben estar para siempre en la memoria digital para que nunca olvidemos lo que nos puede ocurrir en un momento a causa de de esta pandemia. Y, sobre todo, para esquivar esa «normalización» que están haciendo los medios , publicando solo un dato frío, sin nombre y apellidos. En esta pandemia no se ven cadáveres, no se ven féretros, nos se ven funarales…no se ve nada, y necesitamos darle la dimensión que tiene.

    No soy de himnos, de banderas a media asta, ni de actos patrioteros, pero eso ya lo saben todos. Pero si de tener memoria, y creo que sería una bonita idea a nivel provincial. A lo mejor no…

    Pero como doctores tiene la Iglesia, y opinadores MCR, ahí lo dejo. Por desgracia, seré uno de los usuarios de ese memorial digital, ya que también ha sacudido a los míos.

  2. LO desconozco Hobbes, soy más bien justito en esos asuntos. Pero desde luego se hará algo, y lo hará alguien. Nadie quedará en el olvido

    • Gracias! a Pohai también. En mi memoria, y sé que en la vuestra, la de tod@s, no están solo los de sangre propia, sino tod@s y cada un@.

      Son casi mil puñaladas directas al corazón cada día. Muy duro.

      No dejemos que esto llegue a los libros de historia solo con números.

  3. Anteayer murió un conocido común de mi amplio círculo de amigos. Sucedió en Linares. Era grandote, corpulento y de aspecto atrabiliario aunque en las distancias cortas su trato afable desmentía esa apariencia. Creo que tenía 67 años , profesor emérito,y con dos titulaciones : Física y Química. Un portento, vaya.

    Ayer , cuando conocimos la noticia, sucedió algo que me dejó un poco trastornado. Las llamadas y los whatsapp de los amigos se multiplicaron. Me preguntaban si continuábamos bien mi familia y yo. Sentía que se estaban despidiendo. Que ante la amenaza de este virus , con el que nadie se siente a salvo,y que nos envía al otro mundo sin esbozar un simple adiós , todos, absolutamente todos, nos decíamos , cada uno a su manera, que éramos importantes y que nos echarían de menos si la parca venía a por nosotros. Estremecedor.

  4. Podría afirmarse que cada 100 años la humanidad nos ofrece una pandemia a la carta. Mucho me temo que deberemos acostumbrarnos a episodios como éstos más frecuentemente……

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