Todos a una

Gregorio Sánchez, concejal de IU en el Ayuntamiento de Valdepeñas.Es la primera vez que escribo un artículo durante el Estado de Alarma y no puedo empezar de otra manera sino ofreciendo un mensaje de aliento a toda la sociedad y, especialmente, a familiares y amigos directos de quienes nos han dejado durante esta pandemia.

También a las personas que han estado trabajando para que el resto de la población pudiera vivir en confinamiento: Han sido muchos los servicios esenciales y los esfuerzos de trabajadores y trabajadoras, justamente los que, durante tanto tiempo, han sufrido en sus carnes las crisis, la precariedad, los bajos salarios; Los que han sobrevivido con dificultades, los que nunca han sido protagonistas de titulares, fuera de cámara en todo momento y casi invisibles, y que, en estas semanas, han salvado y cuidado de nuestras vidas.

Esto debe hacernos reflexionar y plantearnos una cuestión para las fechas futuras: de esta crisis (sanitaria, social, económica y política): sólo nos va a salvar la fuerza y la solidaridad del pueblo, porque estamos ante un reto colectivo de toda la sociedad.

Los gobiernos, las instituciones, las fuerzas políticas y sociales tienen que estar al servicio de la gente, entendiendo, sobre todo, que esto es un reto para la Humanidad, para todos los pueblos, que precisa de una línea de actuación muy clara: el humanismo y la vida se tienen que colocar en el centro de nuestros esfuerzos a la hora de abordar esta crisis.

¿Qué significa estar al «servicio de la gente»?  Que debemos poner el ojo en cómo nuestra gente, ante una situación tan difícil, se ha remangado sin que le temblara el pulso, y se ha puesto a la tarea de mantener la vida en nuestras calles y en nuestros barrios ante lo que hay que denominar como una crisis de los cuidados. Una crisis de los cuidados en la que hoy es necesario que, para que mucha gente mayor pudiera acceder a los productos básicos, han sido sus vecinos y vecinas quienes se han organizado y están facilitando que puedan acceder a ellos. El voluntariado y el apoyo municipal también lo han hecho posible.

Las costureras han cosido con sus propias manos mascarillas para todos nosotros y nosotras y han encontrado la forma de homologarlas para que podamos usarlas, (y todo ello mientras “el dios mercado” especulaba con los precios y la fabricación de las mismas).  Los trabajadores y las trabajadoras de muchas empresas han sido quienes dieron un paso adelante para reconvertir su producción y ponerla al servicio de esta tarea común que era la de cuidarnos.

Quién sabe si ahora que hemos estado confinados hemos podido entender lo necesario que son los afectos, las llamadas, los cuidados. Ojalá esta crisis sirva para situar los cuidados en el centro de la vida y también de las políticas públicas, ojalá entendamos a tiempo que la vida no puede estar sujeta a intereses de rentabilidad de negocios privados.

Quién nos lo iba a decir, a los valdepeñeros y valdepeñeras del siglo XXI, que en nuestro pueblo, (o en cualquier ciudad de los países más desarrollados), cuando necesitáramos materiales básicos no seriamos capaces de acceder a ellos por culpa de la especulación de un mercado cruel, inhumano y globalizado.

Ahora que asistimos a una rápida conversión oportunista de las ideas liberales y muchos piden las ayudas del Estado, (léase también ayuntamiento), ese Estado que había que «adelgazar», esos servicios  públicos que debían ser privatizados, también tenemos que recordar la falacia de los dogmas económicos ortodoxos que nos han venido repitiendo desde hace años. Por ejemplo, que el pago de la deuda está por encima del gasto social, que lo primero es cumplir con el déficit y la regla de gasto y luego salvar a las personas; como si todo esto no fuese fruto de unos acuerdos de índole política aunque malamente disfrazados con un ropaje técnico, y al servicio de los intereses de una minoría social sólo pendiente de sus propios beneficios.

En el año 2008 los ciudadanos rescatamos a los bancos; hoy sería justo e imperativo que los bancos rescatasen a los ciudadanos. No ocurrirá si no demostramos la fuerza de nuestra mayoría social.

La batalla ideológica y mediática que está en marcha a propósito de la crisis sanitaria, socio-económica y política que estamos sufriendo nos obliga a hacer acopio de conocimientos sobre el desarrollo y consecuencias de la pandemia y prevenir el escenario de conflicto social que pudiera derivarse del choque entre tantos intereses a todos los niveles.

Para ello, frente a los des-almados (sean estos cayetanos o no), y a las inercias o automatismos de las mayorías partidistas, necesitamos buenos ejemplos. Y los tenemos, son los que hemos aplaudido todos estos días, ahí está todo el personal sanitario, los voluntarios, las vecinas y vecinos que han ayudado a nuestros mayores, los transportistas –añadir a continuación a tantas y tantos otros – … a las cajeras y reponedoras de los supermercados («somos la tercera clase del Titanic», se lamentaba una de ellas), cuya defensa de la realidad nos indica a todos el camino por el que tenemos que transitar.

Como escribió no hace mucho Santiago Alba Rico, «no podemos hacer concesiones en derechos civiles, políticos o sociales. Después del coronavirus habrá más desigualdad, más pobreza y más tensión social. Y habrá que solucionarlo, pero la solución no puede pasar por sacrificar más derechos en aras de una utopía muy peligrosa como es la de la seguridad total»

Todo esto habrá que tenerlo muy presente cuando nos repitan de nuevo qué es lo que se puede y no se puede hacer. Aprendamos y no permitamos que deterioren nuestro único escudo de defensa ante cualquier episodio de crisis o emergencia social, lo público. Aprovechemos también para reflexionar sobre los cuidados y el papel de los Estados al respecto, de la sociedad en su conjunto, rompamos la lógica mercantilista de la vida que otorga valor en función de la productividad, situemos la vida en el centro, con todas las consecuencias.

Alba Rico lo subraya: »…entre todos tenemos que pensar cómo… garantizar institucionalmente ese reparto de recursos frente a la tentación de sectores económicamente dirigentes que pueden aprovechar esta crisis para ir más allá de esa evolución neoliberal que veníamos padeciendo… El virus nos ha hecho conscientes de nuestra vulnerabilidad. Y esa vulnerabilidad tiene que ser aprovechada para apoyar instituciones y políticas públicas que refuercen lo común».

Tomemos esto como una última advertencia. Puede que no tengamos (ni nosotros ni el planeta) otros avisos con tiempo y fuerzas suficientes para reaccionar.

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