Los amores cobardes

Manuel Valero.– Hubiera sido una emotiva declaración de amor si la misma no acarreara daños colaterales perfectamente evitables. Debo confesar que cuando leí la noticia me di cuenta de que la normalidad había regresado. Ya hace unos años que la cultura urbana agregada a cierto tipo de música ha venido convirtiendo las paredes en material gratuito para poemas, frases de profundidad, dibujos y frescos plásticos.

Lo que ayer eran mensajes políticos hoy son artísticos. Es lo que diferencia una dictadura de una democracia. Pero hay reglas.

Así que cuando los tiempos aún no se han desescamado de las costras de rareza en que vienen envueltos, ver una declaración de amor como: Elena, amo tu sonrisa, adquiere el significado de una revelación clandestina en medio de una pandemia. Pero no es así. Más que clandestina la confesión amorosa por la sonrisa de la chica, es anónima, o pseudónima. La clandestinidad tiene un punto de fuerza transgresor y valiente por que bajo ella se actúa con riesgo. El anonimato, suele ser siempre, o casi, de cobardes. Y ya lo dijo Silvio Rodríguez:

Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias se quedan ahí

Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar  

Estos tiempos raros dan para pequeños destellos de romanticismo si no fuera porque en el caso del Minero de romántico no tiene nada. Sobre todo por lo que le va a costar al Ayuntamiento, o sea, a los contribuyentes, dejar la estatua limpia de literatura amatoria, y tocando el dinero, no hay amor que valga.

Lo ideal sería que la policía diera con el amante pinturero y lo obligara a limpiar la declaración sin que eso suponga desdecirse, para nada: puede seguir amando a su Elena con todas sus fuerzas al tiempo que borra su nombre de las corvas del hijo de Noja donde no debió escribirlas. Amor fou. O no. Pero ya la cosa empieza a tener algo de historia.

Estos días extraños han puesto a prueba a los ayuntamientos de la provincia. Es cierto que algunos delitos han disminuido con el confinamiento duro, otros, posiblemente hayan crecido, pero ha sido levantar la mano y las inercias viejas de la normalidad de antes han aparecido con más vigor. Hay dos aspectos que destacan sobre los demás en vísperas de subir otro peldaño  hacia la puerta de salida de la alarma: la limpieza y la aglomeración de gente, en terrazas o en botellones.

La pandemia y la sacudida que ha supuesto en la conducta grupal de las ciudades ha colocado a cada Ayuntamiento en la tesitura de gestionar una situación desconocida dentro de sus competencias, pero haciendo cumplir las normas emanadas de la singularidad de las circunstancias.

Ha habido ediles que han tomado decisiones directas como la prohibición de los botellones, que si antes era un modo de beber borreguil hoy son una provocación y una muestra de grosera insolidaridad por el riesgo al contagio. Cada Ayuntamiento ha aplicado su criterio en función de los medios, supongo que tratando de salvar siempre el difícil equilibrio entre libertades y disciplina. De siempre se ha malinterpretado la democracia  como ese modo de gobernarnos en que todo está permitido y cualquier aspaviento disciplinar, uniformado, es tachado enseguida con el insulto más inocuo de cuantos existen hoy de tanto (mal)usarlo: fascista. 

Estas horas incómodas también han alimentado la teoría del ensayo: todo ha sido provocado para practicar nuevas formas de dominación de masas.

Creo que el asunto es mucho más sencillo desde el sentido común y la buena fe: atravesamos momentos  de anormalidad debido al zarpazo que ha dejado sobre la piel de todos, el maldito bicho. Según las autoridades sanitarias el enemigo aun acecha y por lo tanto hay que cumplir unas normas por el bien de todos. En caso contrario, leña al mono, que ante el incumplidor no caben ni medias tintas ni blandenguerías. Ordenanza y norma en el bolsillo de la policía local, que aunque distinta, es la misma como cuerpo en cada Ayuntamiento. Y al que ensucie gratuitamente la calle, pinturrajee las paredes, se pase por el forro la salud pública reuniéndose como borregos/as, multa de pagar al canto. La libertad conlleva responsabilidades y la democracia es el imperio, ojo, no el reinado, ni el republicanato, sino el imperio de la Ley, que en circunstancias normales emanan de un Parlamento democrático.

Me hubiera gustado haber escrito una historia con la declaración de amor de la que ha sido objeto Elena, la bella, seguro, pero, como no ha sido el mejor soporte por los inconvenientes que acarrea, no me veo inspirado para el aplauso ni el arrebato sentimental. Otra cosa es que el amante de la sonrisa de Elena, como ha titulado La Comarca de Puertollano, hubiera tenido la idea de fabricar una mascarilla gigante, habérsela puesto a don Minero con la leyenda de su amor risueño bien escrita y legible. Hubiera sido un punto de color en esta grisura alarmada pero cada menos y general. Una cosa es una mascarilla de quita y pon y otra llenar de arañazos la noble estatua que corona la falda del Cerro de Santa Ana.

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5 COMENTARIOS

  1. Espero que se localice al autor y así poder regalarle su correspondiente multa, y de paso, se haga pública la sanción, como público ha hecho él su amor, para que sirva de ejemplo y no tener que lamentar más obras de  artistas de medio pelo en nuestros monumentos y calles….

    • Solo sabéis hacer daño,que sabe nadie donde estaba esa chica mientras se realizada dicha acción,hablar de la corrupción que hay en Puertollano o de como esconden lo que no deben y dejar de sacar leña del árbol caído, la gentuza sois vosotros los que os encargais de darle al asunto la gravedad que no tiene.

  2. «De siempre se ha malinterpretado la democracia como ese modo de gobernarnos en que todo está permitido y cualquier aspaviento disciplinar, uniformado, es tachado enseguida con el insulto más inocuo de cuantos existen hoy de tanto (mal)usarlo: fascista.» Acertadisima y lapidaria reflexión que se deberia aplicar también a cualquier discrepancia con lo políticamente correcto o la corriente del pensamiento «único» o imperante. NO HAY NADA MÁS TOTALITARIO Y SECTARIO QUE LA INTOLERANCIA A CUALQUIER PENSAMIENTO POLÍTICO QUE NO COINCIDA CON EL PROPIO, O CONSIDERARLO EL ÚNICO LEGÍTIMO.

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