Tras la raya de le emoción

Nemesio de Lara Guerrero.– Acaba de salir a la luz la segunda edición de QUERCUS “En la raya del infinito”. Su autor es mi amigo Rafael Cabanillas. Si no fuera mi amigo, yo estaría escribiendo ahora estas mismas palabras, porque acabo de leer el libro que más me ha podido conmover en los últimos años.

Hasta el editor se ha esforzado en hacer justicia al contenido con  un continente atractivo, amable, de estética singularmente aplicada… Tamaño, vistosa portada con relieves, gramaje, etc, son dignos de agradecer.

Se trata de una novela penetrada de una crudeza tan extraordinaria, como necesaria. El escritor podría haber derivado el relato hacia derroteros menos comprometidos, o, incluso, intentado edulcorarlo apelando a un equilibrio emocional, o acaso comercial, con el lector. Pero Rafa Cabanillas sabe sobradamente que la injusticia, y la justicia, no tienen fecha de prescripción. Y que la insinceridad y el “apaño” no comen en su mesa.

Por eso baja a los infiernos de la realidad de una época negra, sin perder de vista los cielos, invisibles tantas veces. De allí entresaca la historia de un tiempo inhumano, estremecedor. Historia evocadora de cómo la miseria moral de los vencedores no puede competir con la imponente dignidad de los perdedores. Historia redentora de los embarrancados, de los apestados, de los desahuciados de la vida, de los que en cualquier suelo se sienten inquilinos desafectos, de los hijos (putativos) de un dios menor, de los mancillados, de los postergados, de los ultrajados.

Pone las cartas sobre la mesa con valentía, descarnándose él mismo tal como descarna a sus personajes, tomando causa en su causa personal profunda, lo que es de agradecer en esto tiempos de corrección insípida, de “una de cal y otra de arena”, para que los unos y los otros compensen recíprocamente el malestar de sus vísceras con el de las del contrario.

Si un solo lector no se siente conmovido ante esta llamada de alerta sobre la sima o la cima que puede alcanzar la condición humana en determinadas circunstancias, sobre la descomunal facilidad con que llegamos a convertirnos en héroes o villanos, amos o esclavos, no es merecedor de tener a Quercus en las manos…

La autoridad narrativa que sobresale en cada página, de la primera a la última, raya la excelsitud. No faltan los recursos estilísticos de todo jaez, incluyendo, agárrense, las onomatopeyas.

Describir exquisitamente el instante, el concreto lugar de espacio y tiempo, el concreto sentimiento, con tal minuciosidad, con tal detallismo abrumador –que no abruma-, constituye un regalo para los sentidos (sí, digo “sentidos”, en plural). E intercalar hondas reflexiones personales con bella, poética, filosófica abstracción le dan al texto un vigor majestuoso.

En fin, me quedo, para terminar, con la apelación a la esperanza que emerge de esta colosal novela. “Si se pierde la esperanza, la tierra se paraliza… que nos maten si quieren, pero que no maten la esperanza”.

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