De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (10)

Largas jornadas habrían de transcurrir para que los jóvenes pusieran tierra de por medio con la que se alejarían de aquellos que habían constituido su auténtica familia en los primeros años de existencia de su retoño.

Tras la despedida de tierras levantinas en las que bajo el manto de los conversos liderados por Sancho de Ciudad había nacido aquel bebé que ya se había tornado en niño tras su estancia en Híjar, la joven pareja aún se sentía amenazada por la espada de Damocles que suponía mantener una relación extramarital, aunque la ayuda de los documentos de Eliezer les podría evitar más de un problema.

Por ello, nuevamente sus pasos, cuando se alejasen de la modesta población turolense donde habían residido, se harían más lentos y precavidos, esquivando cualquier tipo de riesgos que pusieran al descubierto su perseguida relación.

No tenían demasiada confianza en que la suerte se convirtiera en su aliada, a pesar de que no haber tenido noticias del esposo de la joven, Alfonso García, y sin embargo los rostros y los corazones de aquellos jóvenes padres se encontraban teñidos de una melancolía que tan difícil separación les había causado.

Una vez más emprendían otra huida, aunque esta vez sin gozar de ninguna compañía protectora y, sin embargo, tenían una mayor obligación al ser dueños del destino de un muchacho del que eran progenitores. Esa responsabilidad, hasta ahora compartida, les hacía mostrar un semblante más taciturno, de lo que el espabilado pequeño bien se percataba, expresando así su curiosidad:

-Mamá, ¿por qué tienes esa cara tan seria? ¿He hecho algo malo o quizás te duele algo?- inquirió inocentemente el niño.

-No, hijo mío. Cuando seas mayor entenderás que lo mismo que hay momentos para la risa y el alborozo como nos ha ocurrido muchas veces, también hay otros en los que la circunspección y las preocupaciones hacen que estemos así con una cara más triste- respondió con ternura la joven Cinta ante la precoz perspicacia que mostraba su retoño, acompañándola de un beso en la mejilla.

-Y papá, ¿por qué está así también?- insistía el pequeño.

-Igualmente le ocurre a tu padre, ya que debemos encontrar un lugar donde pasar la noche y de ahí que sus pensamientos lo lleven a estar más preocupado por encontrarlo cuanto antes.

La conversación de madre e hijo – a pesar de la más que probable distracción con otras ensoñaciones – no había pasado desapercibida para el joven Ismael, que tras haberse alejado de la tierra hijarana bañada por el río Martín, discurría en cómo deberían encaminar sus pasos intentando no ser presa de malhechores ni tampoco dar motivos para que la justicia civil posase sus ojos sobre ellos. Ese temor que se reflejaba en la extensión de todo su rostro era el mismo que su vástago había observado, razón por la cual a cada día que pasaba se sentía aún más orgulloso de haber adoptado la condición de padre, a pesar de las adversidades que tal obligación le llevarían a soportar. Aún recordaba también una de las últimas conversaciones mantenidas con Eliezer. En ella había dejado caer el impresor de que el día que abandonase Híjar quizás se encaminase a tierras toledanas. Sin embargo, Ismael ya no era dueño de un único destino, el suyo, sino que debía velar por la seguridad de su amada Cinta y de su hijo.

En aquella misma conversación el judío también le aconsejaría que, a pesar de los documentos que le había facilitado, tratasen de no revelar su auténtica identidad, llamando incluso a su hijo con otro nombre y no revelando su auténtica relación para evitar sospechas. Esa propuesta recibiría también la aceptación de Cinta, resguardando así su condición de mujer casada que vivía en pecado. Así desde ese preciso instante el muchacho sería conocido como Juan, hijo a su vez de un padre de igual nombre. Su rastro entonces no sería tan reconocible pues era un nombre demasiado común para que llamase la atención de las miradas inquisitivas.

Durante aquella nueva partida hacia un destino desconocido, la mente de Ismael le llevaría nuevamente a recordar cómo tuvo que alejarse de Ciudad Real en compañía de su amada, cuando aún no conocía que iban a ser padres. En este nuevo y forzado viaje se alejarían de la que había sido su residencia durante aquellos últimos años de exilio, la villa de Híjar, donde habían encontrado grandes amigos e incluso quienes ejercerían la tutela hasta el punto de cumplir con la función de padres, Mariam y Eliezer. Todo aquello nuevamente quedaría lejos conforme las horas fueron pasando y su marcha hacia el norte, a tierras donde encontrasen un ignoto cobijo, les encaminaría primeramente a las proximidades la ciudad de Zaragoza, aunque para ello quedaban aún algunas jornadas, pues la pareja de enamorados no iba sola, ya que tenían un hijo del que eran responsables y sus aún pasitos cortos y sus necesidades de niño les ralentizaría en su propia marcha; aquel niño algún día se vería obligado a regresar por los mismos pasos que un día le habían visto iniciarlos. Ya serían muchos años después, aunque mientras se sucedía ese largo período de su vida, aquel muchacho gozaría de numerosas vivencias, de la mano de sus padres y de quiénes le llegaron a conocer.

En aquel trayecto de huida que sus padres se vieron nuevamente obligados a enfrentar, el pequeñajo era de espíritu inquieto y no paraba de mantener ocupados a sus padres con sus travesuras. Así eran las cosas que la marcha se ralentizaría en exceso, mucho más de lo que su propio padre había proyectado como tiempo estimado de duración para llegar a la gran ciudad de Zaragoza. Cualquier plan que el joven padre hubiese pretendido cumplir, sería totalmente desbaratado por el hijo de éste. Pero tampoco era un padre rígido que tomase represalias hacia su retoño, por lo que la persistencia de la actitud del muchacho les hizo tomarse todo su comportamiento a sus padres como si de un juego se tratara. Este recreo tenía una intención muy clara que había sido prevista por Ismael: al muchacho había que mantenerlo ocupado para que con su distracción no recordase la única población en la que había residida ni tampoco a las personas que tan tiernamente le habían cuidado. Pensaba Ismael fundamentalmente en los cuidados dispensados por las ancianas Mariam y Esther, aunque también en la ayuda inestimable de su maestro y médico Eliezer Alantansí cuando fue precisa su intervención para la mejora de la salud del niño.

Y en ese preciso momento recordó a su primer maestro, aquel que le enseñó a leer por primera vez, el que le puso en contacto con el mundo de los libros de la mano de aquel librero que le llevó a conocer diversas ciudades de Castilla hasta alcanzar su bien recordada Ciudad Real, aquel lugar donde encontró el amor de su vida, aquella que desde entonces la acompañaría en el resto de sus días.

Como era de esperar, la cabeza de Ismael se puso en marcha al igual que lo habían hecho sus pies desde que abandonasen Híjar. El objetivo de aquellos pensamientos no era otro que el de encontrar un medio de distracción para su joven vástago, y al fin lo encontró. Tenía ante sí el material perfecto. Durante el día necesitarían algunas horas de descanso para evitar que el sofocante calor hiciese mella en sus mal alimentados cuerpos. Más aún en el de aquel que parecía tener la energía de cientos de niños. Gozaba de una vitalidad y una memoria prodigiosas como había demostrado desde su destete. Su retoño estaba en el momento ideal para que fuese enseñado a leer, e Ismael poseía algunos papeles que le servirían como material idóneo para ello. Ante sí, tras rebuscar entre aquellos documentos, encontró el texto idóneo para comenzar y avisó al muchacho.

-Hijo, acércate, que me vas a ayudar con esto que tengo en mis manos- reclamó Ismael la presencia de su hijo.

-¿Qué es eso padre?- inquirió con curiosidad el chiquillo.

-Puesto que aún no sabes leer y, ya que mamá te ha ido leyendo muchas noches desde niño alguno de los pocos libros que poseíamos, creo que ha llegado el momento de que aprendas a hacerlo por ti mismo. Fíjate, pues, en estas letras y luego repite lo que yo mismo te iré diciendo, señalando una a una. Pregunta cuando tengas dudas y así seguimos avanzando. “Quedaban ya lejos aquellas pardas llanuras de la meseta castellana yendo en busca de la luz que albergara un rayo de esperanza en tierras orientales. Eran estos tiempos de huida, aquellos en los que no comulgar con el dictamen de la Cruz suponía oficiar una sentencia condenatoria prácticamente segura…”

-¿Empiezo por aquí, padre? “Que-da-ban?… ya…le-jos… a-que-llas…”– ante la respuesta afirmativa de su progenitor, poco a poco el muchacho fue leyendo aquel texto y señalando con su dedo índice, preguntando cuando tenía alguna duda, bajo la atenta mirada de sus padres, quienes al ver los avances de este esbozaron la mayor de las sonrisas. Una mirada de complicidad, en esos momentos, se adueñaría de los corazones de aquellos jóvenes que habían encontrado la ocupación perfecta para tranquilizar el espíritu inquieto de su hijo. La calma se había instalado entonces y, cuando las últimas luces del día estaban a punto de desaparecer, el agotamiento se apoderó de sus cuerpos. El lugar encontrado para pasar aquella noche estaba lejos de ser una morada cómoda pues apenas sus ropajes les servían para acomodarse, aunque sí se hallaba lejos de cualquier mirada y sin estar expuestos a peligros nocturnos, y de ahí la tranquilidad con que entraron en un profundo sueño aquellos cuerpos cansados.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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