El amor en los tiempos del Covid

Manuel Valero.– Ya me hubiera gustado acuñar la autoría del título de este artículo pero es lo que pasa con los genios, que se adelantan a todo. Y Gabriel García Márquez lo fue. Cuando la Literatura se escribía con mayúsculas antes de la floración sin medida de la betsellerización y los premios planetarios. Que Florentino Ariza y Fermina Daza acabaran a la deriva en una cuarentena octogenaria a bordo de un vapor por el río Magdalena es un final glorioso con el amante contando los años, los meses y los días que había estado esperando a la viuda del doctor Urbino.

Caminando ayer por mi ciudad vi a una pareja de jóvenes enamorados, pulcros, correctos, con mascarillas ambos y a un metro el uno del otro. Supe que era una pareja de pimpollos porque en un momento dado ella le dio un golpe amoroso en la espalda y luego apoyó su cabeza en el hombro de él por un segundo antes de adoptar de nuevo la correcta compostura saludable de la estúpida normalidad a la que estamos obligados. Y porque esas cosas se notan. Ese detalle me hizo sonreír sin reparos a salvo tras el embozo. Pero me dio por pensar. Malos tiempos para enamorarse, me dije. Y me puse en situación. ¿Cómo se las apañarán para sortear su amor los jóvenes que hayan conectado en estos tiempos duros? Enamorarse asediados por la pelotilla trompetera debe ser un incordio.

El amor tiene sus fases hasta que se hace imposible hurtarse a la necesidad imperiosa de tocar y besar a la persona amada. En tiempos saludables la conexión física y el intercambio de besos y fluidos es un proceso inevitable, pero ¿y ahora? ¿Cómo liberan los enamorados las mariposas y los potros desbocados del deseo si se han conocido en pleno diluvio de virus locos? Mascarilla, distancia social, nada de arrumacos… Pobres, me dije. Pero enseguida caí en la cuenta de mi error. El amor tiene algo de clandestino y la juventud es libertaria en los asuntos del corazón, así que ya verían ellos el modo de amarse a escondidas para evitar ser multados por la autoridad competente. Salvo que esperen a que la contraofensiva vacunaría despeje el campo y entonces se cuenten los días que han esperado para descubrirse los poros y los lunares.

Aún así no se me iba de la cabeza la inconveniencia de enamorarse en plena pandemia por la tortura de la espera. Caminando sin trenzar los dedos siquiera, tomando un café a metro y medio, enmascarados como en un baile de disfraces sin música, separados por el riesgo ingrato a contaminarse. ¡Se aman y se pueden contaminar!  Maldita paradoja que ha traído este bicho malo.

Por otro lado se me hacía difícil imaginar a dos amantes de veinte años amarrados a la tierra con las maromas de las normas. Es imposible. No se le pueden poner puertas al campo, y menos al amor que arrasa con todo y nos vuelve increíblemente lúcidos y arrebatadamente locos al mismo tiempo. Tiene que llegar un momento por la fuerza de la sangre en que los jóvenes se rasguen las mascarillas, la primera prenda a despojar para buscarse la boca como enajenados. Aunque sea a hurtadillas, en algún lugar solitario a salvo del ojo vigilante. De otro modo no se me hace comprensible superar la tremenda prueba del enamoramiento en los tiempos del covid. Si alguno de ellos tiene un piso no hay problema, excepto el de los vecinos fisgones que los mirarán como portadores irresponsables de la muerte cuando en realidad van a vivir plenamente el gozo de la vida.

Pero luego en la calle, distancia prudente, cómplice, con sonrisas pícaras tras el trapo que nos tapona el aliento a sabiendas ellos de lo subversivos que son. Tal vez se pregunten si luego no llegarán a casa coronados de virus y en ese momento se les desinflen las ganas.

Así se me fue el paseo enredado en las inconveniencias e incomodidades de enamorarse en los tiempos del covid aunque active la emocionante clandestinidad y la alegría silente de la complicidad, o la culpa al riesgo de amarse en este ambiente de ponzoña los desaliente un poco. La sangre contra la norma, el deseo contra el muro.

Volví a recordar las palabras del pobre Ariza premiado al final de sus años con el cuerpo de pellejos de Fermina, pero preñado y rebosante de amor intacto en la ciudadela de la embarcación mientras el cólera arrasaba con todo.

-Y hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?- le preguntó Fermina Daza.

Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, seis meses y once días con sus noches.

-Toda la vida-dijo. 

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4 COMENTARIOS

  1. Sin duda lo tuvimos más fácil, Manolo. Veo tras los últimos artículos a un rojo, esto no es malo , moderado, no rancio, bastante coherente y sensible y muy muy correcto. Supongo que siempre has sido así. Hasta que no he afinado la wifi y he puesto algo de interés no he visto buen trasfondo. En fin ya no te cambiamos. No importa con no ser un rojo escocido, incoherente o rancio, mis respetos

    • Bueno, Neutral, no es cuestión de colores, es cuestión de que tu criterio te pertenezca a ti y a nadie más. No tengo peajes de partido, ni de trincheras, enfoco las cosas con acierto o no, desde mi propio criterio. Y no me ha importado el peaje. En cualquier caso, gracias. Feliz Navidad a ti y a todos los lectores de MICR

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