De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (22)

“Espinosas habían sido las circunstancias que nos llevaron a tomar aquella dura decisión de iniciar una travesía hacia un destino incierto. Difícil nos fue la separación de aquellos que eran parte importante de nuestra familia, sin saber si volveríamos a verlos.

Portada de la novela «La huida del heresiarca», de Manuel Cabezas Velasco y realizada por José Antonio González Silvero

Ardua tarea la que tuvimos que realizar entonces desde el mismo momento en el que amigos de toda confianza nos advirtieron de que el tribunal de la Inquisición estaba a punto de instalarse en nuestra querida Ciudad Real. Nuestras vidas se encaminaron hacia un lugar remoto –nuestra ansiada “Tierra Prometida”– sin conocer aún ni cuándo ni cómo llegaríamos a alcanzarlo. Éramos sólo seis los miembros de la familia que iniciamos aquel largo y tortuoso viaje, mi amada María, mi querido Juan y su esposa Isabel, y los padres de ella, Pedro y señora, además de quien escribe estas líneas, aunque cuando apenas nos alejábamos unas jornadas de nuestra amada ciudad, nos encontramos con la inesperada sorpresa de vernos acompañados de una singular pareja que nos causó algún que otro asombro. Al joven de aquellos dos le haré entrega de estos escritos para que dé a conocer quiénes fuimos pues ni yo mismo vislumbro con total seguridad que alcancemos nuestros ansiados objetivos”.

Al leer aquellas líneas el rostro de Ismael y Cinta se llenó de pesar y se tiñó de melancolía. Sin embargo y aún no salían de su asombro, entretanto no habían advertido la desaparición de su joven vástago mientras se deleitaban en recordar algunos de los pasajes que el converso Sancho de Ciudad había relatado en todos aquellos papeles que había delegado encarecidamente en las manos del joven Ismael.

-Ismael, recoge esos pliegos que no veo al niño.

-No creo que esté muy lejos, aunque enseguida lo hago, amada mía.

No obstante, la búsqueda de aquellos jóvenes padres no se prolongaría excesivamente en el tiempo, pues el muchacho no se hallaba demasiado lejos. Sencillamente su curiosidad le había llevado a perseguir alguna mariposa o algún insecto con el que distrajo su atención y alejó sin pretenderlo del lugar donde descansaba junto a sus padres. Tras caminar estos unos metros fue hallado viviendo en su mundo de fantasía.

-Hijo mío, ¿dónde te habías metido? ¡Menudo susto nos has dado! –recriminó azorada la asustada madre.

-Mamá, sólo estaba jugando con un bicho y no me di cuenta Me perdonas, ¿verdad?

Pasado el susto ante la ausencia del muchachito, los padres recogieron los escasos enseres que poseían, cargándolos en la acémila e izando a aquel chiquillo para que también fuese a lomos de aquel animal sin que la distancia que aún les separaba de Zaragoza hiciese mella en su menuda complexión.

-Querido hijo, debes entender la congoja que embarga ahora a tu madre, pues nunca se perdonaría perderte. Cada vez que te vas haciendo mayor, ella siente que la necesitas un poco menos, pero aún no eres lo suficientemente independiente para que no necesites de su ayuda. Además, y bien lo sabes porque lo sufriste en carne propia, desde que naciste tus problemas de salud nos han dado algún que otro susto y ella no se lo perdonaría, no sólo por dejarte abandonado sino por la situación de vacío que ella siempre ha sentido desde que ella misma nació. Has de saber que cuando tu madre vino al mundo, en ese preciso instante tu abuela, su madre, se despidió de él. Todo ese pesar la atormenta desde hace tantos años que ni yo mismo he podido consolarla al ya conocerla así.

>Por todo ello, y porque poco a poco te vas haciendo un hombrecito que nos puede ayudar, debes no dar este tipo de sobresaltos. ¿Me entiendes muchacho? –ante lo apesadumbrada que se hallaba Cinta, Ismael se apartó unos metros con el niño y trató de corregir paternalmente su comportamiento.

-Discúlpeme, padre. No lo volveré a hacer. Sé que aún me queda por crecer y no puedo ayudarles mucho porque mis fuerzas no son suficientes para cualquier tarea a la que usted se dedica solo. Por ello, le prometo que no se repetirá y que ahora mismo hablaré con madre para que esté más calmada.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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2 COMENTARIOS

  1. Y es que que estamos marcados por los invisibles entresijos familiares ocurridos incluso mucho antes de nuestro nacimiento. De nuevo, enhorabuena….

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