Edward Bunker: Fábrica de animales

Emilio Morote Esquivel.- Edward Bunker fue un escritor norteamericano autor de densas novelas. Una de ellas es “Fábrica de animales”, una violenta metáfora nada complaciente sobre la marginalidad de los ultraviolentos. Son estas unas crudas peripecias en las que se profundiza en el salvajismo inherente a todo ser humano.

Su autor vivió desde dentro la aplastante claustrofobia de los cautivos, de aquellos retoños de las tierras yanquis a los que el Sueño Americano dejó de lado. Unos por talento, otros por fatalidad y casi todos por vocación, los animales que salen de las despiadadas cárceles del capitalismo fueron en su día, casi todos, seres humanos. En un presidio norteamericano del siglo XX, Edward Bunker asistió al proceso, irreversible, que transforma a una persona en una bestia, a un ladronzuelo en un psicópata, y a un agnóstico de los códigos éticos, legales y callejeros en un firme creyente del degüello y tentetieso.  Edward Bunker fue, también, un testigo excepcional de hechos brutales cuyo conocimiento es vedado a las masas por aquello de la sensibilidad del personal. Las sensibilidades pueden herirse de muchas maneras, sobre todo en estos tiempos inciertos en los que el paisanaje se la coge con un papel de fumar. Edward Bunker gozaba de la formación suficiente, y aun sobrante, como para retratar el lado siniestro de las sociedades opulentas. Esta formación la obtuvo, por supuesto, de los libros. Fueron los libros los que le dieron el bagaje necesario para retratar él mismo lo malos que pueden ser los hombres para con los hombres. Edward Bunker no se hacía ilusiones, a lo mejor porque entre sus lecturas no se incluyeron las obras de Rousseau, Voltaire y Montesquieu, esos señores que afirmaban, ingenuamente según vemos y hace un par de siglos sobre poco más o menos, que la gente es buena. Cervantes, en cambio, como Edward Bunker, no se hacía ilusiones: el Maestro dijo algo parecido a lo siguiente: es imposible razonar con alguien que no ha comido. El hambre conduce a la desesperación, al asesinato y aun al canibalismo. No es que Edward Bunker viera a nadie comerse a su prójimo, al menos en un sentido literal, pero sí que observó nuestro hombre lo que pueden hacer las personas cuando se las empuja, se las acorrala y se las apalea. El lector medio de estas líneas, casi con toda seguridad, se ha librado —“a día de hoy”, como dicen en la tele— de ser acorralado, empujado y apaleado. Por eso, tal vez, las afirmaciones que vierte Edward Bunker en esta novela podrán parecer exageradas muchas veces, desatinadas en ocasiones e improcedentes como materia de conversación entre gentes de bien. También chirría en los oídos biempensantes la indiferencia de Bunker por la corrección política, sacrificada en aras de la verdad, la claridad y la honradez de un escritor como él, un escritor de nación, que no halló otro expediente para retratar la belleza del horror que el de llamar a las cosas por su nombre. Decir que todo negro tiene como fantasía sexual hacerlo con una mujer rubia, decir que un heterosexual deviene en maricón a causa de la abstinencia forzada en las cárceles, decir que los delincuentes odian los gobiernos conservadores porque se lo ponen difícil, decir todo esto en un libro que ustedes pueden leer a poco que se esfuercen, hoy, en este país, entre las gentes que nos rodean, puede llevar a uno al calabozo. Edward Bunker no se habría arredrado ante la visión de una comisaría española ni desde dentro, ni como detenido ni como interrogado ni como chivato. Y ello por la sencilla razón de que Edward Bunker, escritor de altura, retratista hábil del lado tenebroso del Sueño Americano, rebelde sin causa y presidiario él mismo, pasó más de veinte años entrando y saliendo de reformatorios, cárceles y psiquiátricos. El tiempo, que, según dicen, coloca a cada uno en su sitio, fue el árbitro imparcial de su vida: Edward Bunker dejó atrás el delito, obtuvo la redención por medio de la literatura y, finalmente, disfrutó sus últimos años rodeado de la gloria que merecen los escritores de talento. Háganse un favor, sufridos lectores de estas confusas líneas: lean a Edward Bunker, lean Fábrica de animales, y tal vez comprenderán la visión que del mundo tienen los delincuentes: un verde, fértil y acogedor valle poblado por ovejitas mansas, esto es un territorio de caza para los asociales, un coto privado de piezas humanas servidas crudas, un paraíso para los entrenados depredadores de las barriadas pobres, siempre y cuando estos eludan el castigo por sus polacadas. Esta es la única norma que han de respetar los que obran al margen de la ley: todo está permitido menos que te cojan. Aplíquense el cuento y buen provecho: hay corderitos para todos. Para todos los lobos, queremos decir. 

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2 COMENTARIOS

  1. Una de las apuestas literarias más radicales y viscerales de la historia del género negro y del subgénero carcelario. Una narración que te deja mal cuerpo, pero sabes que es verdad…..

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