Los Judas y las Muñecas de Alamillo, una tradición única

La noche de Sábado de Gloria destella en Alamillo como en ningún otro lugar. Cuando ha caído la penumbra y toda la cristiandad espera ya el triunfo del Señor sobre la muerte, esta pequeña población ciudadrealeña asiste al momento desde una tradición única. Mezcla entre lo pagano y lo religioso, entre los ciclos agrarios y lo trascendental, capaz de asombrar, siempre, a propios y a extraños.

Los Judas y las Muñecas forman parte de una etnografía propiamente enraizada en este rincón, a poniente, del eterno y agropecuario Valle de Alcudia. La particularidad, a diferencia de manifestaciones parecidas en las que el discípulo traidor sale también malparado el Domingo de Resurrección, es que se acompaña de personajes femeninos encarnados sobre unas cruces interiores.

Los unos y las otras que, durante la tarde de la víspera con que concluye la Semana Santa, comparecerán por parejas y caracterizadas de igual temática cada una de ellas, son confeccionados por alamilleras y alamilleros en tanto se prolonga el Triduo Pascual, desde el Jueves Santo. Luego, en cuestión de horas, ambos protagonistas, los femeninos primero y los masculinos al día siguiente, protagonizarán sus respectivos rituales.

La confección de estas Muñecas, a base de capas de papel, con no pocos detalles, aflora precisamente de los cruceros de madera que las sostienen y cuyos extremos horizontes van provistos de unas anillas para, en la noche de autos, posibilitar su espectacular volteo en comba aérea, envueltas en las llamas que, previamente, desde el suelo, quedan prendidas por las enaguas bajo la primera luna llena del equinoccio primaveral.

Un ritual mágico y deslumbrante

Tan álgido momento llega cercana la medianoche en la céntrica calle Nueva donde, principalmente, se habrán expuesto en las horas previas junto a sus Judas consortes. Luego, ellas, atadas de ambos brazos por cuerdas, se hacen girar con una larga cuerda desde balcones enfrentados, por jóvenes que se van relevando debido al tamaño y al peso de las Muñecas, algunas de las cuales tardan bastante en arder del todo.

A esta celebración de luces encandiladas en la oscuridad de las horas contribuyen las pavesas que saltan por los aires, acompasadas a las sucesivas bolas de fuego que van surcando la noche. En ocasiones, se corean el número de vueltas que da la muñeca hasta consumirse del todo y dejar, al fin, la cruz que lleva en su interior, que se descuelga para hacer acomodo a la siguiente protagonista.

La tradición, hoy día afectada por las medidas frente a la pandemia, dicta que, en condiciones normales, una vez que se han quemado todas las Muñecas, el pueblo se dispersa dispuesto a pasar noche festiva hasta la hora de la Misa de Gloria, para los que son creyentes y los no tanto, disfrutando entre bares y amigos y esperando ya al segundo momento de tan particular celebración.

Se trata del manteo de los Judas, figuras que los jóvenes sacan de nuevo a la calle para, entre risas, bromas y jolgorio, ser destrozados esparciendo las pajas que le dan forma bajo sus pieles de tela por todo el pueblo, entablando batallas y forcejeando por los despojos. Y de ahí, lo también habitual para zanjar tan singulares rituales, se sale para comer al campo.

Es lo que en Alamillo también se conoce por ‘El día del borrego’, en el cual se consume esta exquisita carne de los corderos del Valle de Alcudia, compartiendo así todo el día en el campo y regresando al anochecer al pueblo para dar por finalizada esta fiesta que está abierta, como es natural, a la visita y participación activa de cuantos foráneos tengan a bien conocerla en primera persona.

De la muerte invernal a la resurrección primaveral

“Tanto el Judas como la Muñeca están inmersos en un ritual de sentido plenamente agrario, en el que se asimila la muerte del invierno y la resurrección y despertar de la vida en la primavera tras el sueño invernal”, como explica la investigadora María del Prado Sepúlveda Moreno.

“El primero se corresponde con el invierno, que muere, duerme o baja a los infiernos cargado con las culpas de la comunidad que se expulsan así mágicamente. Y la segunda con la primavera: que retorna trayendo el sol, la fecundidad y el amor”, añadiendo que se trata de “fiestas de exaltación de la vida en manifestaciones múltiples”.

Se trata, en definitiva, de una experiencia de la que merece muy mucho la pena imbuirse, en un enclave secular de cruce de caminos, de estancia invernal trashumante y al que hoy en día se puede llegar por la carretera autonómica CM-4202, que enlaza por este y oeste con sendas nacionales, la N-420 y la N-502 respectivamente y hacia la provincia de Córdoba por las provinciales CR-4131 y CO-7103.

De la ciudad del cinabrio y el mercurio, reconocida universalmente por la UNESCO, Almadén, dista 20 kilómetros. De la ciudad de la industria y las renovables, Puertollano, por el esplendoroso Valle de Alcudia, 50 kilómetros. Y se une por el sur, con el lindante Valle de los Pedroches y la cordobesa ya Torrecampo, en poco más de 30 kilómetros.

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