El Cristo de la Misericordia de mi pueblo: Tomelloso

Natividad Cepeda.- Él, es una imagen de Cristo en la agonía, así me decía mi madre que se llamaba, y yo que jamás dije a mamá,  madre; miraba primero el rostro de mamá alzado hacía la imponente imagen y después, sin darme cuenta lo miraba a Él  y me sentía más cerca de mamá y de Cristo, como sin pronunciar palabra alguna, nos escuchara a las dos en el silencio del templo.

La iglesia de mi pueblo no es grandiosa, es una iglesia sencilla y por esa causa es acogedora. En mi infancia, cuando tenía que cogerme en brazos papá para ver los altares y el belén de la Navidad, el piso era de madera, y me gustaba mucho porque al andar  crujía como si se quejara y yo pisaba muy fuerte para que mis pequeños pies hicieran ruido.

Un día en la iglesia llegamos y estaba levantando un lado del piso y sentí deseos de gritar  para que no lo hicieran porque aquella madera era parte de mi iglesia y de mis pasos. El nuevo piso fue un terrazo blanco y negro y ese piso me hacía contar las baldosas y sumaba y restaba y multiplicaba y dividía con todas ellas y no rezaba…

Cristo en su cruz  seguía mirándonos desde su altura y por entonces fuimos al cine a ver una película que se llamaba «Marcelino pan y vino», era de un niño que no tenía padres y vivía en un convento de frailes. La película me impacto porque en ella salía mi Cristo y Marcelino le hablaba igual que lo hacía yo.  Pusieron a la venta unos cromos de la película y me compararon el álbum y yo con la paga del domingo compraba los cromos. Junte todos los cromos hasta llenar el álbum y manoseado y viejo resiste el paso de los años entre libros juveniles.

El tiempo siguió su marcha y yo crecí tanto que me decían las buenas gentes que era más larga que un día sin pan. Ahora ya podía mirar a mi Cristo hasta sus ojos: envolverme en su mirada hermosa y dulce, que yo sentía en lo más profundo de mí ser.

Bajo la cruz de Cristo ha pasado mi vida con ciclos muy cerca de su imagen y en ocasiones, por aquello de que las imágenes no son importantes, algo más alejada. Pero Él sigue ahí, no solo en primavera cuando los cofrades lo sacan, no, éste año, ni tampoco el pasado, a causa de la pandemia del coronavirus…Cuando bajo la noche del Jueves Santo mi Santo Cristo recorre las calles de mi pueblo en Él, prendido a su madero, vienen mis padres y su fe inquebrantable de cristianos. Vuelven las manos entrelazadas y yertas de mi padre sujetando una cruz de madera con su Cristo muerto que había pertenecido durante generaciones a los suyos, a mi familia: mamá se la puso entre sus manos y así nos despedimos de él dándole el último beso.  

Es tiempo de repasar la vida y en ella las manos de mi madre enlazando el rosario negro de azabache heredado de la suya, de mi abuela. La que rezaba cada Viernes Santo los 33 credos por los años que tenía Cristo y mamá con ella. Se tenían que rezar después de las tres de la tarde pero como mis padres asistían en la iglesia al sermón de Las  Siete palabras, lo rezaban después. Todos ellos se fueron con el solo equipaje de su fe. Y yo volví a mi Cristo; siempre solo. Siempre inmenso en la nave de la iglesia con algunos claveles rojos o blancos que dejan algunas personas en sus pies.

Mi Cristo en su cruz no ha cambiado, bueno le dieron una mano de barniz y brilla como si fuera hacer un anuncio de limpieza… Fallos que todos cometemos y la cofradía y el cura párroco pues lo vieron así, y así se ha quedado, lustroso de arriba a abajo.

Hoy, como otros días he ido al templo y como siempre he visto llegar  a un hombre joven de vaqueros y en mangas de camisa, llegar hasta la imagen de Cristo crucificado y de pie mirarle a los ojos y quedarse quieto en oración silenciosa. Después dos mujeres se han parado delante de la imagen, más tarde un chico de pantalón bermudas, camiseta roja y un corte de pelo se-mi rapado,  con un pendiente en una oreja, pararse delante de la imagen del que aquí, en mi pueblo, llamamos el Cristo de la Misericordia, y rezarle con su vestimenta de joven y su fe de cristiano. 

A causa de la pandemia  del coronavirus, la nave está acotada por un banco para evitar contagios, eso no impide que hasta la sagrada imagen sigan llegando hombres y mujeres de todas las edades. 

Me  emociona ver como delante del banco que impide el paso unos y otros se paran para rezarle. Hoy a pesar de mirarlo  no lo he visto en su cruz. Mientras que veía  a los demás he vuelto a recordar a mamá y a papá,  a mis abuelas y abuelos y a tantos otros que se han ido con Él. He sentido la congoja llenarme el corazón y he orado siguiendo la Eucaristía pared por medio de mi Cristo, pidiendo por tantos enfermos por el Covid 19. He salido del templo y he sentido que al andar, a mi lado venia Cristo Jesús,  con su misericordia dejándome paz y amor  a pesar de tantas decepciones y tantas despedidas.  

Si alguna vez llegáis hasta mi pueblo no dejes de ir a verlo es una muestra de arte cristiano. Y se le puede ver, y dejar que te mire, igual que otros viajan a ver a Buda o al Tíbet; Mirarle a los ojos y comprobareis que su misericordia es infinita.

                                                                            Natividad Cepeda

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