Los veranos pretéritos

Manuel Valero.- Uno se percata de que los años se le van agolpando en la espalda cuando dedica más tiempo del necesario a recordar los veranos de la infancia. No se recuerdan los inviernos, ni los otoños, ni las primaveras, aun cuando la primavera fuera la de la propia estación adolescente en la que todo explota y no queda más que unir los pedazos para iniciar el camino de la madurez. Son los veranos.

Aquellos veranos que para los de mi generación coincidieron con el General del Pardo y, sin embargo, éramos felices porque la vara de ese señor no llegaba hasta nuestro culo o no éramos conscientes de ello. No se recuerda un lugar, pasados los años, sino lo que hicimos en ese mismo lugar y con quien lo hicimos. Pero es inevitable. El verano es la estación recurrente en la memoria. Y son tantos los lugares añorados como las aventuras y desventuras que dejamos sobre el escenario del tiempo. A mi me pasa últimamente. Evoco los veranos infantiles como una ristra de días luminosos y felices.

Ir al rio era un auténtica fiesta porque eso significaba que esta vez sí íbamos a un río de verdad, el Guadiana, y no al arroyo de aluvión que era el Ojailén ni a las charcas tejeras. No. Allí en el rio grande podíamos chapotear como salvajes, comer en el suelo y ver a los cangrejeros bogar como lobos sobre una barcaza de casco plano sin orza manejada con un remo sin cuchara que era un palo largo que apoyaba en el lecho del rio. La libertad desatada en aquellos días luminosos y razonablemente calurosos a salvo del cambio climático, o las escapadas, adolescentes ya, a la Tabla de la Yedra a hacer las primeras travesuras amorosas son daguerrotipos fijados en la memoria que ahora te vienen con una fidelidad de detalle. La infancia y adolescencia son la irresponsabilidad tolerada y la ausencia de preocupaciones turbadoras. Vivir como si no hubiera un mañana. Ese Carpe Diem que aparece hoy en las redes sociales como si fuera un invento de la coetaneidad y no es sino un lugar común más viejo que el primer escritor de la Biblia.

La ausencia de clases acentuaba la sensación de vitalidad libérrima. Cuando no había rio, había albercas y huertas y emparrados donde comer la sandía hasta que abrió la piscina de Solís y allí íbamos felices y desarraigados de todo dolor. Recuerdo a José Antonio, atlético y altivo, hacer el santo del ángel con tanta perfección que parecía que en lugar de obedecer la gravedad iba a ponerse a volar hasta que él mismo decidiera el momento del chapuzón sin apenas salpicadura. ¿Y el transistor? Oh, aquello era memorable. Los Fórmula V, los Mustang versionando a los Beatles y el inefable Manolo Escobar que siempre andaba cantando en la radio ajeno a los cambios que se detenían en el gigantesco dique de los Pirineos. No teníamos protección solar de mejunjes ni temíamos al riesgo de una insolación. Muchos años después cuando nos civilizamos un poco democráticamente, las autoridades recomendaron la sombra y beber mucha agua para evitar los golpes de calor. Como se ha hecho desde que el mundo es mundo. Desde siempre eran los mayores los que se refugiaban bajo la parra o la techumbre de caña y con un pañuelo en la cabeza en la frontera del sol y la sombra.

Las noches, mientras ellos, los mayores, le daban al palique en el fresco de la calle nosotros jugábamos a cualquier cosa hasta que se levantaban de la silla. No hacia falta que nos llamasen. Recuerdo jugar las noches de verano en la calle de San Gregorio hasta donde llegaba el sonido del cine Avenida. Incluso desde lo alto de la caseta que era una fuente pública se podía ver un poco de pantalla. De vez en cuando nos subíamos hasta que éramos descubiertos:

Muchacho, bájate dai que te vas a esnuncar!

Cuando tocaba ir al cine subíamos calle San Pedro arriba hasta el cine basura. Desde allí se veía en todo su esplendor la pantalla del cine Imperial de verano. No se entendía bien qué decían los actores pero los gritos de los indios rodeando el fuerte eran perfectos y nos entusiasmaban. Hoy no hay. Ni cines de verano, ni cine de verano y eso es vacío emocional. Bueno, es el cine todo el que ya no es lo que era en la era del cable y las plataformas. ¡Cómo hemos cambiado! ¡Cómo nos han cambiado!

Y hay dos cantos que ahora evoco y ya no oigo con la misma frescura y frecuencia de antes: la cigarra achicharrante y el grillo sereno. Cuando no el desconcertante grito del autillo que nunca sabes desde qué árbol ejecuta su concierto.  Dejo aquí con la venia de la poesía y los poetas, unos versos que trencé hace unos cuanto de años, a propósito del nostálgico asalto de los veranos que hace años, muchos años, un día fueron:

Me gusta la sombra del árbol en verano

La última aceituna del plato

La sosegada lectura nocturna

La menta del té cargado

El olor de tu ropa en el armario

Quitarte una brizna de pan de los labios

El airecillo que refresca el patio regado

Todo lo demás me parece prescindible

Incluidas las proezas de los sabios

Lo pequeño es inmenso

cuando lo tocas con tus manos

y yo estoy allí para contarlo

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9 COMENTARIOS

  1. Es un ejercicio de memoria muy bueno. Me reconozco en tu texto. Yo también iba al río, pero ahora ya no hay ríos. Ya no hay alamedas para la paella con lumbre, ya no hay siestas en el pueblo en el fresquito de la cueva.

    Ahora es diferente. Semanita en la playa, en casa alquilada, con playa a la medida y cenas a 30 pavos el cubierto. Intenso, pero agobiante e inasumible para casi todos, incluidos los muy mucho españoles que pueden con todo.

    El resto a ver Telecinco con el ventilador hasta las ocho, porque las eléctricas tienen que ser privadas y cobrar lo que les salga de los huevos y el aire acondicionado ya solo es de adorno.

    Dicho lo cual, cualquier tiempo pasado, solo fue anterior. Carpe Diem.

    • Lo peor con todo es lo de Telecinco. En cualquier caso el texto no es sino un ejercicio de terapia contra los años. Saludos y gracias. Y si cualquier tiempo pasado fue mejor y peor.

      • Antes había anhelo de libertad, y todo se valoraba, ahora cualquiera que no te pueda llamar perro judío se siente amenazado y en una dictadura.

        Antes se disfrutaba con un baño en un río, ahora si no te puedes bañar donde decidas y cuando decidas, es falta de libertad y aparece enseguida algún país caribeño de por medio.

        Antes con cualquier cosita nos conformábamos. Ahora parece que si no eres más que el resto no cunde. Y de ello dan cuenta las redes sociales en las que no se habla, solo de fotografía.

        Y vuelvo a lo mismo como un cansino: qué poquita Educación para la Ciudadanía y cuánto Telecinco educando a las futuras generaciones.

        Y, lo más triste es que ahora mismo es imposible tener más libertad. Verás como la jodamos y volvamos a tiempos pretéritos.

        Si esos Telecincos agarraran un libro en el horario de canícula abrasadora, otro gallo nos cantaría.

  2. Había más libertad entonces que ahora. Y esperanza cierta en un futuro mejor, sin odios ni inquinas. Había vida, niños por todas partes. Los helados italianos del bar del Gran Teatro, los conciertos en el Paseo de San Gregorio, el mar de sillas frente a la Concha… Vida y esperanza, don Valero

  3. Yo los pasaba en Luciana. Por la mañana y tarde en las conocidas juntas, (confluencia de los ríos bullaque y guadiana) y por la noche, los días de diario en la glorieta, y los fines de semana en el popular baile al aire libre.
    De vuelta a Puertollano, y en compañía de una o varias bolsas de pipas, nuestra principal ocupación durante la madrugada era dar un paseo por el barrio (las 600), sentarnos en un banco, y escuchar y conversar sobre «el supergarcia» y los programas sobre el más allá del Dr. Jiménez del Oso.
    Por entonces estaban de moda los avistamientos de ovnis y nos quedábamos ensimismados mirando el cielo.
    Así de sencillo y así de simple.

  4. Es cierto que en verano los recuerdos se graban con una emoción especial que hace que vuelvan a nuestra memoria cuando surge un estímulo similar.
    Especialmente, los veranos de la ‘auténtica juventud’……

  5. Estamos llegando a un punto,que es todo mentira,nos creemos que todo es mejor y no es asi,tenemos lo que quieren que tengamos,y no creo que cuando pasen 20 o 30 años la gente recordara nada de los veranos de su infancia o juventud,por que en realidad son todos igual,nada en especial.Sin embargo los que tenemos unos años si recordamos nuestros veranos con nostalgia de una juventud,que nos creiamos infinitas e indetructibles.Es como la musica seguimos con los 80,por que no hay para recordar nada que sea mejor.Que pena siente por la amistad de hoy en dia.

  6. Luciana también. Rumba 3, escobar, los puntos etc y por la noche sin dormir por la insolación. Los padres por un lado y los críos por otro. De verdad que fueron tiempos más bonitos que ahora

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