De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (42)

En los días posteriores, la relación entre padre e hijo pareció tornarse más fría por momentos. Las conversaciones que implicaban a ambos apenas giraban en torno a algunas palabras en las comidas y los escasos momentos en que solían coincidir. Pareciera como si trataran de evitarse.

Escena de cortejo representada en la techumbre de la catedral mudéjar de Teruel (Fuente:http://www.aragonmudejar.com/teruel/pag_catedral/mensu02.htm [Consulta: 21-2-2018]).

Lejos de ello apenas había un vínculo emocional como había acontecido hasta entonces. <¿Habrá continuado su acercamiento con la hija de Antonio?>, se preguntaba el maduro impresor ante la distante actitud de su vástago. <¿Sabrá algo mi padre de mi relación con la hija de su amigo, con la preciosa Susana?>, pensaba el muchacho. Sin embargo, todos ellos sólo eran interrogantes en silencio ya que el padre no quería presionar a su retoño, pues así lo había educado, respetando su propio espacio, ni el hijo quería dar ningún tipo de preocupación a su progenitor, pues así se lo había prometido mientras se prolongase su estancia en aquellas tierras de Híjar. Esa libertad de movimientos que el padre le había otorgado suponía que esperaría hasta que estuviera preparado para el mismo se dirigiese a él, y allí estaría como padre para escucharle. Aunque aquella situación era hasta entonces desconocida, la veía necesaria en ese momento para mantener su discreción y para que se fuese gestando el proceso de maduración de su vástago que le llevase a ser responsable de sus propios actos. Por ello, quería darle algo de espacio al joven que empezaba a manifestar sus primeros sentimientos amorosos, algo a lo que no estaba aún acostumbrado. Una chica pareciera ser el motivo, aunque confiaba en la sensatez de su hijo y daría tiempo al tiempo hasta que llegase el momento idóneo para sacar el tema aprovechando alguna conversación intrascendente.

Mientras tanto, el muchacho seguía encerrado en sí mismo y no parecía darse cuenta de por qué su padre no estaba tan pendiente de él, y a pesar de todo seguía cumpliendo con las tareas que en el campo le habían asignado. Aún era muy joven para ejercer su músculo y cargar con bultos demasiado pesados, por lo que ayudaba en tareas más manuales que podrían ser incluso más idóneas de las mujeres que habitualmente trabajaban en ellas. Esa era la principal causa por la que seguía coincidiendo con cierta frecuencia con la chica de sus sueños, y aquella relación casual parecía que iba creciendo en ocasiones. Sin embargo, fuera de las tareas en el campo aún no habían tenido la oportunidad de encontrarse –a pesar de que ambos lo estaban deseando– pues el anciano Antonio dependía de su hija para hacerse cargo de las tareas de la casa y el padre del chico se encontraba en una encrucijada al haber averiguado aquella relación furtiva en la que su hijo se hallaba implicado. Demasiadas veces le había dicho que no diese ningún motivo por el que pudiera perder su trabajo y los vínculos emocionales que comenzaba a tener con aquella hermosa joven ponían en riesgo aquel discreto comportamiento. Por ello, el mohín del maduro impresor se tornaba serio cada vez que se encontraba a su hijo de regreso del trabajo esbozando una más que reluciente sonrisa. Sólo podía existir un motivo para aquella dicha y él bien sabía de sobra de qué se trataba. Pero <¿qué podía hacer entonces con su hijo?>, se preguntaba el padre. Si le presionaba para cortar la relación con toda certeza provocaría el efecto contrario, bien lo sabía por propia experiencia. Si se lo decía a Antonio, podía propiciar la enemistad con su amigo e incluso que éste pusiese al descubierto dicha relación contándosela a su jefe, a Bernat, a aquel que todos conocían como “el tuerto” y que tanta confianza había depositado en aquellos recién llegados a Híjar. Difícil coyuntura aquella y no sabía cómo encararla. En esos momentos se acordaba aún más no sólo de sus padres sino sobre todo de su amada esposa, pues ella, dado su carácter afable, sí habría tenido el tacto suficiente para resolver aquella situación, pero ya no estaba allí para intervenir en tal cometido. Se hallaba demasiado lejos, sepultada bajo tierra y no demasiado cerca, en otro lugar, y ese triste recuerdo seguía planeando como una pesada losa sobre la relación entre padre e hijo, aunque el progenitor no quisiera dar motivos para echárselo en cara a aquel joven que comenzaba a crecer y a despertarse a la vida.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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2 COMENTARIOS

  1. Y es que enamorarse en la adolescencia es algo tan complicado como casi imposible de evitar. No es nada fácil para un padre aconsejar a su hijo sobre relaciones….

  2. Muchas gracias Charles nuevamente por tu seguimiento y comentarios constructivos. Ya estamos de vuelta y espero que sigas enganchado hasta el final.
    Un saludo

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