La Mancha en su metafísica, III

Jesús Millán Muñoz.- Hoy rozan los ojos el triángulo: Tomelloso-Las Mesas-Villarrobledo. Sería fácil que no sé porqué, pero no sería verdad. Siempre la voz teleológica de la descendencia.

Los que intentamos unir-hibridar-trufar-incardinar literatura y periodismo, sabiendo que la columna es un género más de la literatura, y algo, de la noticia-información. En el fondo deseamos unir Homero con Esquilo con Dante con Shakespeare con Cervantes con Joyce con…

Sería fácil, indicar que no he deseado la fama-notoriedad-laureles de la literatura-filosofía-arte plástico, y quizás, otras actividades. Y, no es tan fácil, que el silencio ha rodeado siempre mis palabras-colores-conceptos. Ni siquiera, abajo en los comentarios, casi nadie refleja un participar en este entramado de proyecto que es una columna. Diríamos que voy hacia atrás, ya en la derrota, pero no una, sino muchas, también, supongo-espero haya habido algunas victorias, quizás, sin ser perfecto en la moralidad, hasta ahora, creo no haber caído en graves errores morales. Demasiadas veces, el sentido ideal de la moralidad han servido para ser aprisionado-apisonado por las circunstancia de las maldades de otros.

Buscamos la esencialidad y accidentalidad de las palabras. Siempre soñando andando y caminando, sin desear la fama, porque has considerado que te rompe por dentro y te hurta intimidad, también has deseado que tu trabajo cultural tuviese un lugar bajo el sol-luna de la existencia, pero no ha sido así, ni en literatura-filosofía-arte plástico-metafísica, en ninguna de esas áreas-actividades de la mente-carne-espíritu, que has estado labrando con tus ojos toda tu existencia. Tus coetáneos, han considerado que tenías-merecías un lugar, aunque, siempre indico el último, al menos el último. Aunque sé, si me hubiesen otorgado el último asiento, me quejaría a los dioses de los numen y de la tierra, que merecería, no el último, sino el penúltimo.

De tantas voces, coetáneas a mí, anteriores a mí, en tantas ramas del saber, también de ancianos por la calle sentados en los muros de la Iglesia, si yo fuese sumo pontífice, obligaría a que todas las iglesias del mundo, tuviesen en los lienzos exteriores rozando la vida de la calle, asientos para que se sentasen, ancianos y niños y mendigos en sus cansados huesos y vidas. En sus silencios y sinfonías de recuerdos. Sería una obra de misericordia hecha en el silencio del mundo. Nadie la notaría, atravesaría los siglos, nadie conocería el autor de las ideas, pero ha estado sirviendo a miles o cientos de miles a lo largo de generaciones…

Todos necesitamos algo, todos anhelamos que otros nos otorguen algo, unos quizás, pan o algo de dinero, otros cierta fama o notoriedad, aquellos desean ser amados, o mejor dicho, todo el mundo ansía metafísicamente ser querido. En su corazón más profundo siente el deseo-anhelo de todo ello, atravesado por las ferias-fiestas de la vida-existencia. Somos en un lugar, quizás en una comarca, después, en una provincia, se va ampliando en una región, una nación-Estado, ahora, anhelamos ser en un continente, ese deseo de Europa, de Estados Unidos de Europa. Eso es lo que somos-estamos. Nosotros también los que respiramos este aire clavado en una manta recta de tierra y cielo, siempre con el calor que se introduce en los huesos, calor seco, esperando la tormenta que se repite como sinfonía cada verano.

Tanto he observado-leído-pensado para intentar entender-comprender algo del mundo, también pensaba que los demás, mis pequeñas investigaciones de palabras-colores, también merecerían un lugar en este mundo. Pero han ido pasando los pasos de Semana Santa de las décadas como agua-torbellino-huracanes que atraviesan el corazón. No digo que todo haya sido negro, ni todo blanco, ni todo de los diversos colores-formas, ni todo gris. No puedo quejarme, estimo-creo haber vivido con dignidad-honestidad, cosa que no puede indicar todo el mundo. He intentado no pisar a nadie, no he sentido la necesidad de ascender por las cabezas de nadie para aspirar a alguna torre de marfil, para ascender a los cielos de la fama, sea local o provincial o regional o nacional. Creo que en esa tentación nunca he caído, tentación que tan extendida está en el mundo de la cultura. Hasta llegar a la calumnia y la maledicencia.

Con mis pequeñas palabras, trayendo gavillas de ideas de todo el pensamiento mundial, arrastrándolas a los furgones-tractores de la Mancha, llenos de vino o aceite o trigo o azafrán o ajos o silencios y resilencios, he pensado que algo del pensar más profundo del mundo, se podría insertar en este cuadrado enorme del centro de la Península, de esta Castilla que siempre ha anhelado la eternidad del Buen Dios, pero la eternidad de generaciones que una tras otras, hoyan estos caminos y pozos. Tierra de paso, parte de los que nacen están condenados a volar a otros territorios con otras calores y fríos, y otros, que permanecen en estos silencios de aires con piedras que queman en los ojos, viven por debajo de otras tierras, la mayoría condenadas a permanecer siempre rebuscando los silencios-voces de las águilas que rebuscan el mar.

Despertemos de nuestro sueño de siglos, estamos siempre en una siesta eterna, vosotros, los orgullosos manchegos formados de trozos del Quijote y Sancho y Dulcinea y… Empecemos a valorar lo que tenemos-somos, pequeño o grandes, empecemos a no ir de turismo a tantos lugares fuera de nosotros, y empecemos a cantar lo de dentro. Entremos en esta nave de iglesia-parroquia de Villarrubia, alta como un pequeño rascacielos de hace unos siglos. Y, empecemos a comprendernos-entendernos mejor en lo que somos-estamos. Nuestros defectos y nuestras virtudes. Paz y bien y belleza.

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