De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (55)

A pesar de la accidentada llegada de los jóvenes y el rapapolvo recibido por el muchacho por parte de su madre, Cinta, el objetivo primordial para los cuatro forasteros no era otro que encontrar un lugar donde pasar la noche tras haber logrado franquear la puerta de San Juan. Ya vendrían después otras cuestiones pendientes de resolver.

-…Discúlpeme, madre. Apenas nos estábamos conociendo mi amiga Isabel y yo, y poco sabía aún de los preceptos religiosos que ella debía seguir. Sé que era judía por las ropas que llevaba y porque a más de uno de los que la acompañaban les vi aquella señal que estaba prescrita para que fuesen identificados. Tiene usted razón que ella para mí es una auténtica mujer, a pesar de que somos de la misma edad, aunque en más de una ocasión la encontré llorando por culpa de su padre. Supongo que de esas cosas todavía no ha querido hablarme por considerarme muy niño y creería que no lo iba a entender y, por ello, habrá depositado más la confianza en usted y así explicarle muchas cosas que sí entendería. –se disculpó el muchacho.

Iglesia del Corpus Christi, antigua Sinagoga Mayor de Segovia

-Así es, hijo mío. Isabel ha sufrido mucho a pesar de no haber cumplido los diez años al igual que tú, pero como mujer la entiendo más de lo que crees, aunque son cosas que cuando seas mayor alcanzarás a comprender. Sólo tienes que estar pendiente de ella, nada más, ser un auténtico amigo. Aún sois muy niños para pensar en otras cuestiones y para protegeros y explicaros las cosas de la vida estamos tu padre y yo, aunque nosotros también seamos demasiado jóvenes.

La abrupta conversación que inicialmente había comenzado con la reprimenda de la madre hacia su vástago ante la falta de tacto respecto a su amiga acabó como debiera ser siempre entre una madre y su hijo, con fuertes muestras de cariño y con un tierno abrazo.

Espectadores de aquello eran tanto Ismael como la jovencita en torno a la cual había girado aquel diálogo. Ambos se miraron sin más, no mediando palabra alguna y esperando a que las aguas se calmasen.

Mientras aquello ocurría los últimos rayos del día estaban dando paso a una noche más bien cerrada en la que la luminosidad brillaba por su ausencia. A ello se sumaría el brusco descenso de la temperatura que en los últimos días del invierno se agudizaba cuando el calor del Sol desaparecía.

Una vez dentro del recinto amurallado segoviano, habían dejado en las proximidades de la Puerta de San Juan la terrible residencia de la institución religiosa que tantos temían: el Tribunal de la Inquisición.

Aquella imponente construcción, que mostraba un carácter defensivo al proteger la Puerta antedicha y el noreste de la ciudad, se remontaba al siglo XIII y llegaría a ser propiedad y residencia de los Marqueses de Moya, el judeoconverso don Andrés de Cabrera y su esposa doña Beatriz de Bobadilla, en el año de 1480. Su propia fisonomía a modo de torreón circular en su exterior acompañado de muros con sus almenas se tornaba en una planta cuadrada en la Casa–Palacio del interior. Dicho edificio poseía en sus esquinas torres excepto en la noreste que ocupaba la Puerta de San Juan, y se accedía a la misma por una portada en su lado septentrional. La Inquisición había adquirido en arriendo dicha propiedad una vez que el Inquisidor General Tomás de Torquemada instalase en la ciudad la temible Audiencia.

La impronta de aquel edificio cuando los forasteros estuvieron tan cerca de él provocó cierto pavor en el ánimo de Isabel, pues sabía muy bien que si se veía obligada a traspasar esos muros sólo tendría por destino fatal la tortura o incluso la hoguera. Era judía por creencias, aunque cristiana nueva por obligación, hecho que no estaba muy bien visto y por lo que la llegada del Santo Oficio a la ciudad provocaría cierto resquemor y un enrarecido clima tanto en el plano social como en el económico y el político, agitación que ya veía de décadas atrás.

Aunque la noche se les había echado encima, tenían como referencia el mismísimo acueducto romano que pocos años antes se había reedificado y a partir del cual se encaminarían a la Judería donde había una población de cierta posición económica cuya riqueza principalmente obedecía a su dedicación al comercio. Tras atravesar la plaza donde Isabel fuera proclamada reina sobre el tablado construido que acogería tan magno día de 13 de diciembre de 1474, ante sí se hallaron la que había sido Sinagoga Mayor y que desde el año de 1410 se había tornado en iglesia cristiana, la conocida del Corpus Christi y que, desde el milagro de la Hostia consagrada, acogía la celebración de una solemne función en día tan señalado con una procesión que, iniciándose en la Catedral, transcurriría por las principales calles de Segovia. En ese preciso momento, las lágrimas resbalaron sobre el rostro de la joven Isabel, aquella muchacha judía que acompañaba a Ismael, Cinta y su hijo y que desde ese momento sabía que se encontraba en el barrio de sus compañeros de fe, aunque no todos gozaban de la modesta economía que poseía la muchacha y el padre del que había huido. Se encontraban en las calles de aquellos judíos menos pobres pues todos estos y los menesterosos se habían visto obligados a ser moradores de la conocida Cuesta de los Hoyos, aquella que acogía su cementerio o fonsario judío al poseer infinidad de cuevas y cobijos, algunos construidos y otros realizados por aquel entonces, donde no sólo servían para acoger a sus seres queridos cuando fallecían sino que, por las míseras condiciones en las que vivían, habían sido usados de morada, taller e incluso dormitorio de los judíos que allí vivían. Ese sería inicialmente el destino de los forasteros que habían cruzado la Puerta de San Juan para comenzar una nueva vida entre las calles y muros de la ciudad segoviana. Resonaban entonces los rumores, a modo de arrullo, que el arroyo Clamores emitía como si de una sirena se tratase llamando la atención de un marinero. En este caso, los marinos que llegaban eran totalmente de secano pues apenas habían conocido el lecho de algunos ríos y ninguno de los cuatro aún había aprendido a nadar entre sus aguas.

Salieron entonces por la Puerta de San Andrés y, ante sí, se encontraban aquellas oquedades que les servirían de primera morada en aquella población castellana. Lo demás ya se vería quien lo proveería, si la madre Tierra, la Diosa Fortuna o el esfuerzo de aquellos recién llegados.

-¡Estamos en casa! –exclamó Isabel, que aún mantenía su rostro húmedo por la emoción que le embargaba al haber accedido a la judería segoviana. Como espectadores de excepción se encontraban sus acompañantes, que celebraron con muestras de cariño y una emotiva sonrisa la alegría de la muchacha.

MANUEL CABEZAS VELASCO

¡FELICES FIESTAS A TODOS Y OS DESEO LA MEJOR ENTRADA Y BENDICIONES PARA  EL PRÓXIMO AÑO!

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2 COMENTARIOS

  1. La religión judía dejó muchos vestigios en la ciudad de Segovia, como la ‘Casa de Abraham Seneor’, que así se llamó el tesorero de los Reyes Católicos. ¡Felices Fiestas y los mejores deseos para el Nuevo Año!……

  2. Muchas gracias Charles por su continuo seguimiento y tus acertados comentarios a lo largo de estos meses de un año tan aciago. Espero poder seguir contando contigo el año próximo y te deseo que disfrutes de las próximas fechas en la mejor compañía.
    Un saludo

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