La punta del iceberg

En la sociedad actual tenemos un grave problema con el que no tenemos más remedio que convivir. Se trata de una especie de gran iceberg sumergido en el subconsciente colectivo de la sociedad que, cuando emerge a la superficie, nos hace tomar conciencia de su existencia. Hablamos de las enfermedades mentales que afectan a numerosas personas a las que, solo por padecerlas, se las estigmatiza socialmente y de por vida.

La punta de este fenómeno es la información que aparece en los medios de comunicación y que nos muestra su cruda realidad.

La Ley General de Sanidad de 1986, desmanteló la red de centros en los que se atendían estas enfermedades, sin que —35 años después— se haya establecido un sistema integral y eficaz para atender a estos enfermos, como demandan los profesionales, los pacientes, sus familias y, por supuesto, la sociedad.

Sin querer apabullar con datos, necesitamos visualizar este problema con algunas cifras y compararlas con las de los países de nuestro entorno, para que nos permita conocer la dimensión del problema. En España, (según encuesta del Mº de Sanidad 2017), hay un 10% de la población —unos 4,7 millones de personas—, que padecen estas enfermedades, de las que más de un millón tiene patologías graves (Estrategia de salud mental 2009-2013). Según esta última fuente, más de la mitad de estos pacientes no recibe el tratamiento que requiere su patología y en la mayoría de los casos ni siquiera están diagnosticados. La OMS, prevé que el 25% de la población padecerá estas enfermedades en algún momento de su vida.

En el sector público sanitario de nuestro país, (según datos de EUROSTAT 2018) hay 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, mientras que la media de la Unión Europea es de 18. El número de psiquiatras por cada 100.000 habitantes es de 11 en España, mientras que en Francia, Alemania o Suecia es del doble. Y, el número de camas destinadas a estos enfermos, es inferior a 40 por cada 100.000 habitantes, mientras que en países como Bélgica o Alemania son más de 125.

Esta falta de recursos hace que se tensione nuestro sistema sanitario que debe atender a los pacientes críticos de estas patologías en las consultas de atención primaria o de pediatría, en entidades privadas o, en instituciones carentes de la infraestructura adecuada.

Además de aportar datos es necesario poner cara a la enfermedad, porque detrás de estas cifras, hay personas que las sufren. Tres ejemplos nos pueden ilustrar sobre la problemática actual. Uno sobre el suicidio; otro, sobre los actos graves que ocasionan estos enfermos; y, por último, como se atienden algunos de estos casos.

En cuanto al suicidio, todos recordamos la reciente muerte voluntaria de Verónica Forqué, la actriz de mirada triste y de risa fácil que padecía una fuerte depresión que la llevó a tomar tan trágica decisión. Pues bien, pese a que, según el INE, el número de suicidios en España en 2020 fue de 3.941 (la cifra más alta jamás registrada), no disponemos de un plan de prevención de suicidios que posibilite la reducción de estas muertes, mientras que muchos países europeos hace años que las implantaron, y hoy tienen reducciones de hasta el 50%, como ocurre en Finlandia, (según informe de la UE de 2018).

Con respecto a la gravedad de los actos que realizan algunos enfermos, podemos recordar que, la famosa doctora Noelia de Mingo —diagnosticada de esquizofrenia paranoide, según auto de la Audiencia Provincial de Madrid de 6/10/2017—, después de salir del Hospital Psiquiátrico Penitenciario en el que estaba ingresada por el asesinato de tres personas, volvió a intentar asesinar a otras dos, hace unas semanas. El motivo por el que brotó su enfermedad fue la  descompensación del tratamiento. Estos pacientes, muchas veces, se niegan a tratarse o no reconocen su patología, lo que ocasiona una gran preocupación en su entorno familiar por los daños que, con sus actos, pueden causar a los demás o a sí mismos.

Por último hay situaciones que se siguen tratando con técnicas más tradicionales. Hace algunos años se supo que Nadiuska, popular actriz de los años setenta, mendigaba por Madrid. Padecía esquizofrenia y después de estar con los sin techo durante algún tiempo —colectivo del que más del 50% padecen estas enfermedades—, acabó en uno de los pocos hospitales de atención a la salud mental que funcionan, donde —años después— sigue ingresada.

Cuando hace algunos meses se suscitó este tema en el Congreso de los Diputados, pudimos pensar que aquello era algo improvisado o que se utilizó como cortina de humo para ocultar otros temas en los que unos y otros andan a la gresca. Pero sea como fuere, ello permitió abrir el debate para abordar esta crítica situación. No debemos olvidar que, según la Organización Mundial de la Salud, las enfermedades mentales pueden ser la próxima pandemia de la humanidad, sobre todo, en los países occidentales.  


Manuel Fuentes Muñoz

En otoño

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1 COMENTARIO

  1. En realidad, para dar el paso definitivo hacía una ruptura real del estigma que afecta a estos enfermos, son aún necesarios importantes cambios de actitud en la política, en la gestión de instituciones sanitarias, en los profesionales y también en las asociaciones de pacientes y familiares……

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