Los paisajes de lija, las arenas detenidas: La boca vacía de Maurizio Coccolo

Teo Serna.- Hay un pozo en algún lugar, pongamos en un desierto (¿por qué no?); pongamos en un oasis; pongamos en un patio manchego… Nos acercamos (uso el plural mayestático), nos abocamos a la boca de piedra, al círculo perfecto y desde allí arrojamos una piedra al fondo.

La piedra cae, perfecta en su gravidez, como un objeto irremediable en su caída, irrenunciable en su rotundidad. Cae y allí están los círculos concéntricos, el eco, el sonido. Eso, quizá, sea la poesía: arrojar piedras al agua ciega, dibujar geometrías circulares, esperar un mensaje oculto que redima el trazo sin fin del círculo; encontrar el mensaje dormido en la piedra que busca en sus ecos, en la ondulación precisa del agua, la médula sensible de su dureza. Y definirnos en esa dureza que nos contiene, aparentemente muerta, aparentemente fosilizada, pero viva de sonido, de eco, de mensajes por descifrar.

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Chema Fabero, hombre ya curtido en la farándula y en la prosa, nos deja esta “Boca vacía de Maurizio Coccolo” como una piedra preciosa disfrazada de pedernal; nos la deja, además, en el brocal de un pozo, para que la arrojemos al agua negra del fondo y busquemos el reflejo de mercurio que pueda quedar escondido allí: lo que de luna abandonada pueda habitar abajo.

La editorial Mahalta ha sido muy valiente al editar este libro difícil y necesario. Me explico: todos sabemos cómo está el mercado editorial poético (si es que existe) y todos sabemos que la poesía, en su inutilidad, es un arma que no está, no, cargada de futuro, por más que el poeta lo afirmase: está cargada como una bomba, y tiene una espoleta programada para detonar su carga en mayor o menor brevedad. Claro, hay explosiones pequeñas, como petardos infantiles y hay explosiones que convulsionan como tremor volcánico, muy desde dentro, muy desde las fallas. Mahalta ha apostado por una bomba con espoleta retardada que elude aplausos instantáneos y florituras innecesarias; que huye de caminos trillados y hace de su originalidad una rara avis en el panorama poético castellano- manchego, con lo que eso pueda tener de insensatez, como lo pudiera tener la reserva de una especie protegida, exótica, en el mercado de la poética fácil, previsible o (neo) romántica. No sé si me explico.

La poesía de Chema es áspera, se adentra en laberintos que nada tienen de inanes, para socavar poco a poco los cimientos de estructuras que se creían estables hasta el momento de la explosión.

Hay cargas de profundidad en esta “Boca…”, hay paisajes de lija, hay arenas detenidas que raspan en la lengua.

La poesía es innecesaria, sí, como lo son los atardeceres y como ellos es imprescindible para que los días sigan discurriendo como la corriente de un río, con transparencias capaces de albergar esa colección dispersa de la pequeña plata de los peces.

Menos mal que somos catadores de venenos que son antídotos contra la locura cotidiana, contra la fealdad que nos abruma. Nadie, ni Chema, ni nadie, escribe con el afán de ser leído, porque ser leído equivale a morir, renaciendo en el otro. Y tenemos instinto de supervivencia: no queremos morir. A no ser que seamos, desde ya, el otro en nosotros y nosotros (uso otra vez el plural mayestático) vivamos en el otro, de una vez y para siempre. A pesar de la lija y de la arena.

Editorial Mahalta. Ciudad Real, 2021. Chema Fabero

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