Álbum blanco, libro negro

Entre el Álbum blanco de The Beatles (1968) –el noveno álbum de estudio de la banda The Beatles, lanzado el 22 de noviembre de 1968 y publicado como álbum doble, con su sencilla portada blanca que carece de imágenes o de algún texto – y el trabajo de Beatriz Colomina, Privacidad y publicidad. La arquitectura moderna como medio de comunicación de masas (2010), encuentro diferentes resonancias, sobre todo por la apariencia inversa de sus continentes y envoltorios. Otra cosa será hablar de sus contenidos, que bien merecerían otras líneas.

El tono del primero con un complejo entramado de canciones y versiones, que merecieron reproches varios de críticos y comentaristas que dificultaron su recepción y su posterior valoración. Incluso con una diversidad de niveles –piénsese en piezas tan diversas y aristadas como Glass onion o Revolution 9, frente a estructuras musicales perfectas y redondas como Blackbird o Good night– e intenciones que acabarían abriendo y anticipando el final del grupo. Esa mixtura de The Beatles contiene una amplia gama de estilos musicales, por lo que autores como Barry Miles y Gillian Gaar lo consideran el más diverso y plural de cualquiera de los otros álbumes del grupo. ​ Estos estilos incluyen el rock and roll, blues, folk, country, reggae, avant-garde, ​ hard rock​ y music-hall. Y esa hybris estilística de The Beatles –el otro nombre del White álbum– traza un paralelismo evidente con el experimentalismo formal y lingüístico de Ulises (1922) de James Joyce, pese a la distancia temporal entre ambas obras.​ Mientras que Colomina en Privacidad y publicidad practica la contraposición entre dos arquitectos que verifican la obsesión por sus legados de forma antitética. Le Corbusier guardando todos sus papeles, notas y archivos y el vienés Adolf Loos, mandando quemar toda huella de su paso por esta tierra.

La funda del álbum fue diseñada por el artista pop Richard Hamilton, en colaboración con McCartney. El diseño de Hamilton –bien alejado de sus sutilezas propias del Pop Art– era un claro contraste de la compleja portada que Peter Blake había creado para Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, y consistió en una sencilla funda blanca. El nombre de la banda fue discretamente grabado en relieve ligeramente por debajo de la mitad del lado derecho del álbum, y la cubierta también contó con la impresión de un número de serie único, “para crear”, en palabras de Hamilton, “la irónica situación de una edición numerada de algo con cinco millones de copias”.

La mayoría de las canciones del álbum fueron escritas durante marzo y abril de 1968 en un curso de meditación trascendental en Rishikesh, India. El grupo volvió a los EMI Estudios en mayo con un periodo de grabación que se prolongó hasta octubre. Durante estas sesiones, los conflictos estallaron entre los cuatro Beatles y los presentes en el estudio de EMI vieron a los miembros de la banda discutir por diferencias creativas. Las mismas tensiones continuaron durante todo el año siguiente, lo que llevó finalmente a la ruptura de The Beatles en abril de 1970.

La pieza de Colomina, sin ser un libro negro, así se presenta. Incluso con un giro de tuerca añadido al aparentar una agenda convencional, merced a la goma que ata las pastas anterior y posterior del libro oscurecido. Hay toda una tradición de esos libros negros en la presentación de libros de piedad, devocionarios y misales diversos. Diseñados en similitud de una portada invisible y no legible. Salvo alguna incorporación en relieve, alusiva a su contenido. Libro negro es, por otra parte, el nombre dado después de la Segunda Guerra Mundial a la denominada Sonderfahndungsliste GB (“Lista de búsqueda especial de Gran Bretaña”), un compendio de prominentes residentes en las islas británicas que debían ser arrestados tras el éxito previsto de la invasión de Gran Bretaña por la Alemania nazi en 1940. El Libro Negro fue, por tanto, un producto de los Einsatzgruppen de las SS, compilado por el SS-Oberführer Walter Schellenberg, y contenía los nombres de 2.820 personas –tanto súbditos británicos como exiliados europeos– que vivían en el Reino Unido, que iban a ser detenidos inmediatamente después de la invasión, ocupación y anexión de Gran Bretaña al Tercer Reich hitleriano.

También en esa estela de Libros negros encontramos otras secuelas diversas y complejas. Así Giovanni Papini, Orhan Pamuk y Paul Verhoeven han dado lugar a trabajos homónimos y de contenido diferente pero más literarios que otra cosa. Frente a estos trabajos acotados por la ficción existen los más genéricos Libros negros, cuya finalidad es la de la descalificación y desmontaje de campos y ámbitos ideológico o sociales. A la manera que hiciera Leopoldo Lugones con su trabajo denominado El Imperio jesuítico, aunque obviando el valor de lo negro que es como, por otra parte, se ha designado a la Compañía de Jesús. De tal suerte que a su superior se le denomina ya como Papa Negro. Y de esa naturaleza crítica y desmitificadora son los trabajos denominados como Libro negro del comunismo, Libro negro del fascismo, Libro negro del nacionalismo o Libro negro de la economía. En suma, libro negro sobre algo –que anticipadamente se quiera condenar desde el título mismo– que aparece ya mediatizado desde la expresión del propio título. Aunque no sea este el caso de Beatriz Colomina. Que tampoco compone un libro negro específico, aunque su apariencia sea esa.

De la misma manera que se habla del Libro blanco, como libro fundacional de una realidad o de una estrategia que se quiere poner en marcha –Libro blanco de la reforma educativa, Libro blanco del cambio climático o Libro blanco de la responsabilidad civil corporativa–. Aun no descalificando, sino abriendo una fuente de esperanza. Por más que el Álbum blanco fuera el comienzo del final.

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