Cuaderno de Verano: Calor de viejo, calor de joven

Manuel Valero.- El verano es de la niñez y de la primera adolescencia. Y de la segunda, incluso. Es más, me atrevería a decir que la verdadera patria es el verano, aunque luego se nos caiga a gajos la cebolla de la inocencia como inevitable peaje hacia la madurez. Apuesto que los chicos y las chicas de este mismo momento están más atentos al desarrollo de sus carnes y su mente que al aluvión de espantos con que nos desayunamos cada día.  Y si a uno el verano le recuerda los baños en la piscina pública o en el rio más cercano, las sentadas con la pandilla, el tormento del primer impulso sexual luego de haber descubierto que el primer placer es absolutamente solitario, las noches estrelladas hablando o mirando los astros fumando un cigarrillo travieso, apuesto, digo, que algunos de esos destellos de lo que fuimos perduran en la muchachada de hoy. Puede que haya cambiado el contexto social y la piscina no sea ya necesariamente la pública sino la del chalet o las estrellas se miren en el móvil… puede, pero el ardor de la juventud es invariable a las derivadas del tiempo. Y me da que no son asiduos de la televisión, ese artefacto a cada día más infumable.

Si ayer jugábamos al mocho hoy se entretienen a su manera. La vitamina pasajera de la adolescencia, remineralizada con la luminosidad del verano invita a la imperiosa necesidad de vivir la intensidad de esos días. Tanto ayer como hoy. Ni siquiera las olas de calor agigantadas por el dramatismo previo de los medios de comunicación  y la sombra del cambio climático que nos ha sentenciado ya a morir achicharrados o anegados, les hacen mella. No me refiero a que los chicos y chicas den la espalda a los asuntos que nos afectan… simplemente que los ponen en mitad de la tabla de sus prioridades. El niño sin colegio libre como una liebre entre chapuzón y chapuzón, el adolescente felizmente irresponsable también entre chapuzón y chapuzón pegado como una anguila al cuerpo mojado y escurridizo de una muchacha. Tal y como éramos entonces en plena dictadura, felices y chapuzoneros pese a compartir coetaneidad con el señor don generalísimo. ¿Y qué? Quedada, guateque, arrumacos, al tanto de las novedades musicales patrias y foráneas, piscina, cine de verano… Un gozo que no estaba en ningún pozo sino acariciando  nuestra epidermis fiel a la cita estacional.

El verano sin más olas que las de mar o las del rio al zambullirnos, venía siempre con su traje circense de milagrero con el prospecto amable de una libertad negada durante los cortos días y las largas noches del invierno. Si ayer teníamos una España singular, la guerra fría, la revolución cubana, el Ulster en llamas, la guerra de Vietnam, la segregación racial en EEUU, hoy es la guerra (cómo no, siempre la guerra, de algo tendrán que comer los fabricantes de armas) de Ucrania, el regreso de la bipolaridad estratégica, la pandemia, el cambio climático…

Estos asuntos no tienen lugar prominente en la agenda vital de quien vive la niñez y la adolescencia como si no hubiera un mañana. “Es mejor ser joven abejorro que una vieja ave del paraíso”. La cita de Mark Twain, cuyas obras leíamos de jóvenes lo corrobora. No es que los jóvenes eludan el compromiso. Supongo que habrá quienes se apresten a buenas causas y quienes no, pero lo que interpreto del creador de Tom Sawyer es que esos años que se iluminan con el estío y nos entoldan con un negro cielo de lunares limpios, están para vivirlos sin más, cuando se tienen dieciséis años, y muchas ganas de hacer el abejorro,  que ya habrá tiempo de envejecer cual pájaro arrumbado en su rama añorando el paraíso, o piando sordamente y tristemente por no haberlo encontrado porque no existe.      

El verano reclama las bicicletas y los recuerdos de quienes ya llevamos a cuestas una buena montonera de veranos felices. El calor viejo es menos soportable que el calor joven, porque como el paraíso, no existe. En la juventud no se suda.

Llevado cierta tarde de un verano no tan remoto se me fue la olla lírica, (a uno que es más musculoso en la prosa) y se me vinieron al asalto estos versos.

Amigos viejos de todos los tiempos
Con quienes cabalgué a lomos de la lluvia,
la pelota escolar, el pupitre salesiano,
las tardes de cine de los domingos…
Y el terror a salir al estrado a contar los misterios 
y el latín temblorosamente conjugado
Y a cabalgar sobre las notas del coro infantil
Y a trenzarnos en melodías sin pájaros
Y luego al final, a principios del verano,
ya bachilleres enteros y alocados 
a zambullirnos en el agua mientras el futuro
hacía su primer trazo de luminoso añil
y ya preparaba el pasado imberbe su cosecha.
Pero era lo nuestro un vigoroso presente
tan vigoroso que no había verbo para conjugarlo.
Y poco a poco nos fuimos a la vida y nos hicimos ausentes
Y dejamos el aula colegial
en la flamante saca del recién pasado.
Y poco a poco nos fuimos a la vida, 
a los afanes del porvenir intacto, 
Algunos nos hemos recordado,
otros, olvidado, sin rastro,
Algunos sobrevivientes del tiempo 
aún caminan a mi lado
Qué fue al fin de todos nosotros , amigos viejos
Viejos amigos… como cantaba Paul Simon
Qué fue de nosotros después de sobrevivir
a las monstruosas luces urbanas,
al primer pecho acunado
al primer delirio trasnochado
Qué ha sido, al fin, de todos nosotros, 
Amigos viejos, viejos amigos.
A veces me parece que fue ayer
pero… ¡de todo hace ya tanto!
Puede que mida ese hueco
Un millón de veranos.

Buen domingo y surfeen la ola pegajosa como mejor les convenga… y puedan.

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4 COMENTARIOS

  1. La Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, desde su despacho fresquito pagado con nuestros impuestos, pide prudencia en el consumo eléctrico ante la ola de calor.

    No tienen vergüenza.

  2. El mismo mar de todos los veranos, como quería la novela de Esther Tusquets. Pero ¿se regresa al mar de los recuerdos? O ¿nos mece la marea de la memoria? Cualquiera sabe.

  3. Bienvenido al último verano fresquito de nuestras vidas. Lo hemos conseguido!!!! Felicidades a todos. Tanto a los que no lo hemos intentado, como a los que lo han intentado con todas sus fuerzas. La Tierra se ha dado por vencida.

    A ver si el verano que viene hemos conseguido un gradito más y mejoramos en 100.000 hectáreas el terreno quemado. Se nos está quedando el mundo perfecto para que Abascal se siga haciendo fotos del Orgullo marcando paquete, como la que publicó el otro día en medio de un desierto.

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