Isabel Villalta: “Se mantienen en mí el buen aprendizaje familiar, social y humano y la defensa de lo eternamente valioso”.

Isabel Villalta Villalta (Membrilla, Ciudad Real, 1951). Filóloga, durante varios años docente. Realiza una labor de etimóloga y creadora literaria. Siete libros publicados en el género de poesía, tres en investigación, así como numerosos artículos en Raíz y Rama, colección “Vereda de los Hombres”, en su blog (Raíz y Rama Blogger.com), revista que fundó, dirige, coordina y a la que invita a otros autores.

Además, su obra figura en diversas antologías colectivas. Ha obtenido una buena cantidad de premios y reconocimientos locales, regionales, nacionales e internacionales y es habitualmente conferenciante y ponente en congresos.

Isabel aprendió a amar la poesía de la mano de su madre en una niñez feliz y afortunada. Persigue “derramar en un lenguaje trabajado, pulido, íntegro, todo lo aprendido” y transmitir su “conocimiento y sensibilidad”.

Confiesa sentirse más cerca de la vida, que de la muerte. Vida que para ella es “una suerte, un prodigio, la oportunidad de admirar la creación”, gozando de sus maravillas.

Si le parece, comenzamos la conversación por su infancia. Háblenos de esa etapa.

A pesar de la escasez de los años 50, todavía de posguerra, nunca me faltaron cuadernos y cuentos. Recuerdo que siempre estaba escribiendo y pintando en sus fragantes páginas. Mis padres se habían educado en la República y a mi hermano y a mí nos enseñaron muchísimo.  Nos contaban cuentos, aspectos de la ciencia, el bien del campo y de la agricultura… De mi madre aprendí poemas que nos recitaba de memoria y que conservo en la mía. Como a mí hermano, me inculcaron el beneficio de ser trabajadores y me dieron una buena educación. No me faltó la suerte de una maestra vecina nuestra que me quiso como a una nieta. Ella me llevó a la escuela con 3 años de edad y, a su jubilación y marcha con sus hijos, me dejó un legado de valiosos libros. Fui una niña afortunada y feliz.

¿Qué persigue ahora?

Derramar en un lenguaje trabajado, pulido, íntegro, todo lo aprendido a lo largo de mi vida, experiencias y estudios. Ser transmisora de conocimiento y sensibilidad y que mi obra sea beneficiosa para mis herederos y cuantas personas se acerquen a ella.

¿Qué ama más?

La sinceridad, la honradez, el afán de aprender y la saludable amistad. También el silencio que me lleva a reflexionar y a encontrarme conmigo misma. Amo a mi familia y mis cosas, porque son mi principal patrimonio.

¿Cómo le cogió el gusto a la poesía?

Había en mi crecimiento aquel remanente de la infancia que comentó, pero una vez, cuando tenía unos 30 años de edad, cayó en mis manos una colección de revistas de poesía, en la que muchas cantaban a la Mancha, la tierra que yo conocía a esa edad casi como la palma de mi mano, con el latido más poderoso de la sangre, y me dije que esas cosas las podía decir yo. Empecé con poemas a mi tierra, y también con otros a mis hijos, además de otras composiciones más universales. Pero todavía les faltaba técnica.

¿Por qué escribe?

Para verter mi aprendizaje en la ciencia filológica que estudié (me apasiona la etimología de los topónimos) y para expresar mis ideas y mis sentimientos, y con ello contribuir a que, a través de la lectura o recitales, el mundo sea mejor. Escribo porque es la forma más concentrada de conocerme y enriquecerme.

¿En qué cosas está más cerca y en qué cosas está más lejos de la poeta que era de joven?

El bagaje de la práctica, la edad y la lectura me han acercado más a los temas universales y me han dado oficio y personalidad creadora, pero se mantienen en mí el buen aprendizaje familiar, social y humano y la defensa de lo eternamente valioso.

¿Qué dimensión le da la poesía al ser humano?

Escribir o leer poesía con conocimiento de género académico, hace que se ahonde en las esencias de la vida y, por tanto, convierte a la persona, al poeta, en una persona más rica, más reflexiva, más capaz de dejar un legado de calidad humana. La poesía es un elemento aglutinador de cultura y correa transmisora de la riqueza y diversidad humana.

Usted va a participar en el próximo encuentro de poetas cuyo lema es Palabras a la muerte. Antes de este encuentro, ¿se colaba la muerte en sus poemas?

Escasamente, salvo cuando he llorado la desaparición de mis seres queridos para los que el dolor y el amor me llevaban a escribir de ellos y mi sentimiento.

¿Se siente más cerca de la muerte o de la infancia?

De la vida. No olvido que tiene que llegar, que es un proceso en el que todo finaliza, pero soy vital, optimista, me siento con brío para vivir y hacerlo plenamente todavía. Esto me lleva a recordar la infancia y la juventud, pero no con nostalgia, sino a sentirla como catapulta, junto a muchas otras cosas más que van apareciendo a lo largo de la vida (estudios, encuentros, trabajo, actos, relaciones…) para sentirme una persona madura, realizada y luchadora.

¿Qué es para usted la vida?

Una suerte, un prodigio, la oportunidad de admirar la creación, escribir sobre su infinitud mayestática, gozar de sus maravillas y contribuir a su bien.

¿Qué es para usted la muerte?

El final de mi entidad física, pero el paso de mi contribución a la vida en forma de legado en la herencia de la sangre y de todo lo aportado mientras se vive.

¿Qué le duele más de la muerte?

Por supuesto, la desaparición total del vigor, la lucha, las ilusiones o la alegría que han acompañado a la persona mientras vivía. Me duele el recuerdo de mis padres y abuelos. Pero esa pérdida tan dolorosa es el vehículo que me ha hecho adulta y una persona que ha aprendido que hay que proteger las herencias espirituales y de oficio y darles mayor importancia a los aspectos trascendentes y a los valores humanos y sociales que a lo banal.

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