El hombre al que no le disgustaba escribir

El pasado 28 de diciembre se conmemoró el ciento cincuenta aniversario del nacimiento del escritor Pío Baroja y Nessi, perteneciente a la brillante Generación del 98, junto a Machado, Unamuno, Valle Inclán, Maeztu, o Azorín. La excepcionalidad de estos escritores y la de los miembros de la siguiente generación —la del 27—, posibilitaron la conocida como Edad de Plata de las letras españolas.

Baroja fue un pesimista existencial, fruto de su mal carácter, de sus vivencias personales y de la influencia de sus convicciones filosóficas, que marcarán su vida, pero también su obra. Dicen que fue una persona inadaptada a la que pocas cosas le estimulaban. No le gustaban los negocios —ni el de la imprenta o el periódico que regentó su abuelo en el País Vasco, ni la panadería familiar que él mismo gestionó en Madrid—. Incluso, abandonó su profesión. Fue médico, —licenciado por la universidad de Valencia y doctor por la de Madrid— que ejerció poco más de un año en Cestona (Guipúzcoa). Al final dejó su trabajo y se dedicó a la Literatura.

Donostiarra, de nacimiento, vivió en el seno de una familia acomodada, aunque por la profesión del padre —era ingeniero de minas del Estado—, tuvo que desplazarse por gran parte del territorio nacional debido a los frecuentes traslados de su progenitor. Desde San Sebastián a Valencia, pasando por Pamplona, Madrid o Bilbao. Un hecho va a marcar su vida. La muerte temprana por tuberculosis de Darío, el hermano mayor del escritor al que estaba muy unido.

En lo político, sus ideas transitaron desde el anarquismo de juventud —aunque su actitud no dejó de ser anárquica en toda su vida—, pasando por su oposición a la República, y evolucionando hacia ideas más conservadoras y hasta cuestionando el sistema democrático. Fue muy crítico con el nacionalismo vasco y, durante casi toda la guerra civil, permaneció exiliado en Francia.

Al finalizar la contienda, se estableció definitivamente en Madrid, donde murió en 1956. Era agnóstico y su última voluntad fue ser enterrado en el Cementerio Civil de Madrid. A su sobrino, —el conocido antropólogo Julio Caro Baroja—, le pidieron que no cumpliera el deseo de su tío por el escándalo que suponía para el régimen. Pero tal como había pedido Don Pío, así fue enterrado. A sus exequias asistieron, entre otros, los escritores Ernest Hemingway, que era premio Nobel de literatura,y quien lo sería, años después, Camilo José Cela.

Pese a negar a Galdós la paternidad literaria de este movimiento, la mayoría de sus miembros se nutrió de la obra del escritor canario. Así, Don Pío, escribió novelas con temática similar a la tratada por Don Benito, como hizo en La busca, que retrata a personajes y al Madrid galdosiano, o la magna obra histórica, Memorias de un hombre de acción, inspirada en los Episodios Nacionales y ambientada, como la obra de Galdós, en la historia de España del siglo XIX. Y, aunque no llegó al nivel de Don Benito, Baroja fue uno de los más prolíficos escritores de la narrativa española.

Según el propio autor, El árbol de la ciencia, es su novela más acabada y completa. Los profesores de Literatura de las enseñanzas medias en España, la han convertido en una novela de referencia de la que piden trabajos y comentarios de texto a sus alumnos, aunque ellos no acaban de entenderla del todo y se quejan de lo inaccesible que les resulta su contenido filosófico.

Esta obra se publicó en el cenit de su carrera literaria —en 1911—, y es en gran parte autobiográfica. Andrés Hurtado, el protagonista, representa a Baroja. La ambienta en el Madrid de su época de estudiante de Medicina, y en el pueblo inventado por el escritor vasco, Alcolea del Campo, donde —como él hizo en Cestona— ejerce de médico rural. Debido a la influencia que tuvo Arthur Schopenhauer en el autor, introdujo un capítulo en la parte central de esta novela en la que dialoga sobre las ideas de este filósofo. Pese a qué siempre se le ha atribuido una cierta dosis de misoginia en su vida y en su obra, fue capaz de crear a Lulú —la esposa de Andrés—, una mujer entrañable y con un atractivo singular. Aunque algunos consideran que se trata de una idealización de quien permaneció soltero durante toda su vida.

Como los escritores de su generación —debido al desastre de 1898—, volverá su mirada hacia Castilla. En esta novela se sumerge en las tierras manchegas y hace referencia al carácter de sus gentes, nos habla de las cuevas y del vino de Tomelloso, del origen romano de Alcázar de San Juan, de los melindres de Yepes o de la fabricación de tinajas en El Toboso.

Sus lecturas de juventud fueron de escritores clásicos juveniles que influyeron en el futuro escritor. También lo estimularon los filósofos alemanes —el ya citado Schopenhauer—, o Nietzsche, además del naturalista inglés, Charles Darwin. Y el propio autor vasco reconoció la influencia de Dostoievski o de Kant.

Aquel hombre, al que no le disgustaba escribir, acabó siendo el mejor novelista español del siglo XX. Y creó un estilo propio de escritura, claro, fluido, breve y preciso, que influirá en las siguientes generaciones de escritores: Cela, Delibes, Aldecoa, Martín Santos, Juan Goytisolo, Vázquez Montalbán

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