AMLO y Lula: ¿Panamericanismo contra la Patria grande?

La guerra de Ucrania ha precipitado movimientos en el tablero geopolítico mundial agudizados por la declaración de Mérkel sobre la intención de no cumplir los Tratados de Minsk, días después, ratificada por Hollande, lo que llevó a que el Mº ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, viniera a decir que Rusia no volvería a confiar en la UE.

El primer movimiento nos muestra que el futuro estratégico de Rusia parece inclinarse definitivamente hacia China y al resto de los BRICS; en los últimos meses varios países han solicitado su incorporación a esta alianza, entre ellos, Argentina, Irán, Arabia Saudita y Argelia; la presidenta del Foro Internacional de la organización espera que Turquía y Egipto se adhieran pronto.

El segundo movimiento, de gran trascendencia geopolítica, ha sido el regreso de Lula a la presidencia de Brasil, ya que supondrá la inmediata reactivación de la CELAC. Su primera medida internacional ha sido visitar a Alberto Fernández, presidente pro tempore de la misma; Lula ha decidido reincorporarse a la organización de la que fue uno de sus fundadores; Bolsonaro había decidido suspender la participación brasileña; surge una pregunta pertinente: ¿por qué? Recordemos que en la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños participaron gobiernos de ideología dispar; simplemente trataron de poner las bases en aras de una integración regional históricamente anhelada; de ahí el interrogante: ¿por qué?

El tercer hecho trascendente será la reunión entre Canadá, EE.UU. y México, esta semana, no por la reunión en sí, sino porque AMLO va a proponer a sus socios del ALCA profundizar en la actual integración tripartita.

Los tres son hechos de un enorme calado, si bien los de Brasil y México tienen, a mi entender, una importancia capital para España y el conjunto del mundo hispánico. Ambos países son las dos principales potencias de la región Iberoamericana; también, miembros de la CELAC. Mientras el primero, presumiblemente, tratará de acelerar la integración regional con la mirada puesta en la Patria Grande y su posterior articulación con los BRICS, el segundo buscará la integración del continente americano, siguiendo los deseos estratégicos e históricos de EE.UU. En pocas palabras: La Patria Grande contra el Panamericanismo; he utilizado la palabra contra en vez de frente porque ambas concepciones pueden llegar a estar muy beligerantes entre sí; el mundo anglosajón ha entendido históricamente las relaciones internacionales como una dialéctica amigo-enemigo y, hoy en día, a los BRICS, más que adversarios comerciales, los considera enemigos por el cetro del dominio mundial. Una vez más, insisto en el error de no admitir la realidad: el mundo ya es multipolar; oponerse a ello sólo puede acarrear muerte y sufrimiento para la gente común y corriente.

El panamericanismo bebe de la doctrina Monroe; aquel “América para los americanos” lanzado para protestar contra las injerencias de Inglaterra, Francia o Alemania en el continente y que, en la práctica supuso, al cabo del tiempo, la subordinación de la América hispana a los intereses de EE.UU. tras el declive británico. El panamericanismo ha sido el sueño húmedo de personajes como el presidente Mckinley, quien en una entrevista realizada por el general James Rusling para el diario The Christian Advocate, el 22-Ene-1903, afirmó:

“… más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz y guía al Dios Todopoderoso. Y una noche, tarde, recibí su orientación…:  primero, que no debemos devolver las Filipinas a España, lo que sería cobarde y deshonroso; segundo, que no debemos entregarlas a Francia ni a Alemania … tercero, que no debemos dejárselas a los filipinos, que no están preparados para autogobernarse …  y cuarto, que no tenemos más alternativa que recoger a todos los filipinos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer todo lo que podamos por ellos …”  

Una vez más, advertimos la ideología racista, propia de la Ilustración, combinada con la visión teológicoprotestante heredada de Inglaterra y encarnada bajo el concepto del Destino manifiesto.

Isaac Asimov recogería en El libro de los sucesos que cuando informaron a Mckinley de la entrada de sus tropas en Manila, tuvo que buscar en un globo terráqueo su localización. Este personaje era el que había sido iluminado por el Altísimo para educar, elevar, cristianizar y civilizar a los filipinos; no es de extrañar el genocidio que cometió su ejército. El general Jacobo H. Smith pasó a la historia por ordenar a sus soldados: “Matad a todos los mayores de 10 años”.

Sorprende que el gran muralista mexicano, Diego Rivera, fuera un ferviente defensor de la ideología panamericanista ¿Influiría en él los variados encargos que recibió para pintar murales en EE.UU.? Es difícil entender cómo un comunista militante viera en la subordinación al país más capitalista del mundo la solución a los males del continente americano y, en concreto, de su querido México. Curiosamente, las matanzas de indios planificadas, ordenadas y recompensadas por las autoridades estadounidenses no existieron para un Rivera que no cejaba de señalar a España por, según él, su sangrienta conquista. AMLO se comporta como si fuera su alter ego, pero sin la chispa propia del arte.

La Patria Grande significa la reunificación de los territorios americanos de la Monarquía Hispánica en el reinado de Felipe II -con la unificación de las dos monarquías ibéricas- a excepción de lo que hoy es EE.UU.  Suele decirse que es una idea de Bolívar, obviando que D. Simón fragmentó lo que era una unidad, justo la que luego llamó a recomponer tras el desastre cometido.

Grandes intelectuales iberoamericanos, como el argentino Manuel Baldomero Ugarte, el mexicano José Vasconcelos, el uruguayo José Enrique Rodó, el nicaragüense Rubén Darío, el cubano José Martí, etc, etc., han defendido que hay dos américas: la anglosajona y la hispánica; ambas con dos cosmovisiones diferentes; tratar de entremezclarlas sólo tendría un resultado: la subordinación de la segunda a la primera.

Los movimientos de AMLO y Lula no son baladíes. Habrá que seguirlos no con ojos de observador, sino con los de un científico que procura traspasar la apariencia de las cosas.

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