Esplendor en la hierba

Hace algunos años tuve ocasión de ver por primera vez —y no fue la única—, la película Esplendor en la hierba, de Elia Kazan. Una película de culto en la que se estrenaba como actor protagonista, Warren Beatty y al que le daba cumplida réplica, la extraordinaria y glamurosa Natalie Wood, que por este papel fue nominada al Oscar a la mejor actriz principal. La mirada de aquellos años setenta, producían sentimientos encontrados, ya que en esta cinta pugnaban por prevalecer los ideales y la cruda realidad de las relaciones de pareja. Y reconozco que no me dejó indiferente.

Elia Kazan fue un director muy reconocido y brillante que hizo películas que se convirtieron en clásicas. Por citar solo algunas de las más importantes —además de la indicada— destacaría Un tranvía llamado deseo, La ley del silencio, Al este del Edén, Viva Zapata o América, América. Trabajó con grandes actores —además de los protagonistas de este filme—, con Marlon Brando o James Dean. Dirigió una escuela de actores, —Actor’s Studio—, de la que salieron, entre otros, Montgomery Clift, Paul Newman o Geraldine Page. Él fue un gran escritor, guionista y también excelente director de teatro.

Su testimonio ante el Comité de Actividades Antiamericanas —la conocida como Caza de brujas del senador McCarthy—, con el que denunció a antiguos compañeros del Partido Comunista, —al que él mismo había pertenecido en los años treinta—, le valió la crítica de algunos de ellos, aunque no le impidió seguir con su excepcional carrera profesional. Sin embargo, muchos años después, cuando se le concedió un Oscar honorífico en 1999, algunos compañeros de profesión mostraron su disconformidad, negándose a aplaudirle y a ponerse de pie, cuando le fue entregada la estatuilla.

 Volviendo a la película y a sus reconocimientos. En 1962, William Inge, consiguió el Oscar al mejor guion original por este filme, lo que hizo justicia a todo el equipo que trabajó en ella. Se ha considerado como una de las mejores películas en los distintos rankings que se han elaborado en los últimos años, sobre todo en Francia. Aunque, más allá de estos reconocimientos, conviene conocer un poco más de ella, para poder valorarla.

El título de esta cinta lo toma el guionista de una estrofa de Oda a la inmortalidad del poeta romántico inglés, William Wordsworth, que decía:

Aunque nada pueda hacer volver  

la hora del esplendor en la hierba,

de la gloria en las flores,

no debemos afligirnos

porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

 El poeta quería transmitir con su poema un halo de esperanza a quienes vivieron momentos más o menos breves de placer, pero pasado el tiempo les sigue estimulando y hace que lo revivan con emoción. Son una forma universal de inmortalidad, de la belleza y de los recuerdos vividos. Aunque Kazan añade amargura al poema, tratando con ello de cuestionar el sobrevalorado sueño americano.

Se desarrolla en el medio oeste americano, en Kansas, y está ambientada en los años previos y posteriores al crack de 1929 —el de la famosa crisis bursátil y la posterior Gran Depresión americana—, en la que se produce una relación entre dos jóvenes de estatus social diferente, que la viven con pasión contenida y condicionada por las costumbres familiares, de uno y otra, lo que acabará provocando su abrupto final.  

Después de varios años, cada uno rehace su vida como mejor puede y lo hacen en condiciones no muy fáciles, él y un poco más desahogadas ella. Al final mantienen un breve encuentro en el que la protagonista recuerda con nostalgia su pasada relación con él y, recita interiormente, la estrofa que da nombre al título de la película. Pero luego cada uno prosigue su camino, con su respectiva pareja y con su propia vida.

Más allá de otras cuestiones técnicas —que dejo para mi profesor de Cine y Literatura—, la fotografía de Boris Kaufman es de lo más conseguido en esta película. Los colores rojo, amarillo y verde se imponen a los tonos grises, expresando así lo más genuinamente humano, lo sublime, como dirían los eruditos o los aficionados friquis del celuloide.

En ella se emplea un género literario —que también se utiliza en el cine—, el conocido como coming-of-age, que no es otra cosa que hacer evolucionar a los personajes psicológica y moralmente a través de los diálogos y de las emociones, no de la acción. Esa evolución se percibe a través de la madurez adquirida y del pragmatismo que cada uno de los protagonistas ha utilizado para superar su frustrada relación, en muy pocos años.

Aún hoy, sigue siendo una obra de referencia emocional para varias generaciones de espectadores españoles que la vimos en televisión y no en una sala de cine. Concretamente en programas como La clave que dirigía José Luis Balbín. Y, aunque es posible que ello le haya quitado calidad estética, no le ha restado el sentimiento que transmite cuando volvemos la mirada a nuestros recuerdos de juventud.

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