Escrito un 18 de marzo de 2020 a los tres días del confinamiento

Manuel Valero.- Lo sobrellevo. Esta mañana he ido a la compra a por un poco de fruta y luego de sortear esa soledad desconocida de la calle me he topado con varias personas que se suministraban con serenidad, civilizadamente. Algunas llevaban mascarillas protectoras y guantes y todos guardábamos la distancia de seguridad. Qué paradojas. La distancia se ha convertido en un gesto solidario y la cercanía, esa frontera física inexistente, tan humana, que deseamos como el aire que respiramos, se ha transformado en una trampa silente.

Las cajeras, los empleados de supermercados y tiendas, a quienes habría que hacer otro homenaje cuando se purifique la vida en común, también iban amablemente enmascarados. Cada tarde he salido al balcón a mostrar mi agradecimiento por los soldados médicos que pelean en primera línea que no servirá de nada si llegado el día no se tiene muy clarito que una infraestructura médica pública y universal, robusta y bien pagada y financiada es uno de los soportes básicos de una sociedad.

Como todos, miro el calendario y voy tachando los días en el almanaque desde la dulce celda de mi casa como cuando vestía el caqui del servicio militar. Miro desde la terraza las calles desiertas y hago fotos. Sigo la televisión en dosis exactas para no caer en la sobredosis y por supuesto sigo al pie de la letra las recomendaciones de las autoridades estatales y locales.

Sigo también la gestión de la crisis que está haciendo el Ayuntamiento y me solidarizo con nuestros representantes que están en coordinación con la Junta y el Estado y no se me ocurre gastar una micra de energía en otros asuntos de distracción. Ni siquiera el asunto del Rey o de la Monarquía, que es de lo que se trata. Ya llegará su momento. Si hay que votar porque el guion de los acontecimientos lo requiera se vota. Pero no ahora. La Historia tiene su momento para todos y todo. Lo bueno y lo malo.

Y dejo que el tiempo vaya fluyendo a su amor, que las horas son inmunes a los virus y a los hombres. Como todos, me he organizado con un horario pese a mi carácter, pero me consuela el hecho de que puedo saltármelo o practicarlo según me venga en gana. Si una vez escribo por la mañana, al día siguiente lo hago por la tarde. Y la media hora de bicicleta estática está sometida a mi soberano criterio. Y como todos, también reflexiono de vez en cuando, lo justo para evitar ansiedades, sobre lo poco que somos y lo iguales que somos .

Esa percepción de un destino común es lo más sobrecogedor. Al mismo tiempo, tan grandes y diversos como somos en cualquier parte de este sufrido planeta lleno de cicatrices, nos homologamos ante la sombra de una pandemia, que según dicen, no ha hecho más que empezar.

Posiblemente este escenario insólito e inquietante sea el humus de un nuevo paradigma. No soy iluso. No saldrá el hombre nuevo que la Historia ha ensayado con trágicas consecuencias, desde Hitler a Stalin pasando por otros sátrapas alucinados que la Humanidad ha dado, pero sí me reconforta la certeza de que la inmensa mayoría de paisanos de mi pueblo, compatriotas de mi país y congéneres del mundo, somos personas normales cada cual con sus cosas y sus casos y que son ínfima minoría los que pretenden sacar tajada del marasmo general.

He leído en este digital las muestras de solidaridad de la comunidad china de Puertollano, empresas y particulares con los servicios sanitarios y me ha dado un subidón de autoestima. Ya lo dije en una ocasión. Puertollano no son dos mentiras, son tantas verdades como ciudadanos tiene.

Por lo demás, según avanzo en la reclusión con mi familia, creo que llevo anotados con mayor o menor éxito, unos cuantos ensayos culinarios, sobre todo de repostería, he releído algunas cosas escritas, he tomado lecturas viejas y nuevas, estoy repasando hasta el detalle el proyecto que tengo entre manos sobre la vida del ingeniero eléctrico, el piedrabuenero Mónico Sánchez, que como cualquier otro proyecto  ha sufrido el volteo de las circunstancias, pero ahí está. He practicado otra de mis aficiones favoritas, tocar la guitarra, y he comprobado que ya no llego a la octava de Silvio Rodríguez, mi cantautor favorito. Al paso que voy, igual acabo la cuarentena con cierto grado de virtuosismo. Yo sé que no pero me animo.

Cada día que pasa es un regalo. Así que me aferro a eso, rezo una oración por las personas que no han  resistido al contagio, extraño a mis campeones del Taller de Lectura en el centro de personas sin hogar Virgen de Gracia. Y a mis amigos, y familiares que me dan pruebas de un humor indesmayable con las tonturas que me envían por wasap. Y espero  que más temprano que tarde regresemos a las calles como una arboleda nueva, a descoyuntarnos a abrazacos, a comernos a besos, a reírnos sin temor a la baba del prójimo, a  hincharnos de cañas y ser mejores.  Porque algo –mucho- tenemos que aprender de todo esto.

Suerte y buena cuarentena en la medida de lo posible.

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