La República

“Mi respeto y amor por la verdad me obligan a reconocer

que la República española ha sido un fracaso trágico

GREGORIO MARAÑÓN

               El pasado 14 de abril se conmemoró el nonagésimo segundo aniversario de la proclamación de la II República española, que fue celebrada por algunos de manera contenida. Sesenta años después del advenimiento de la I República, los españoles, más escépticos que convencidos, decidieron restaurar una forma de Estado que, en ninguno de los dos casos, resolvió el problema de la convivencia entre españoles.

                Hoy, la forma de Estado vigente en España es la Monarquía parlamentaria, en la que el Rey reina, pero no gobierna y cuyo poder es meramente simbólico. Desde 1976 hasta la fecha, ese status quo legal e institucional, nos ha permitido disfrutar del periodo de convivencia pacífica más largo entre los españoles. Pero, sobre todo, ha posibilitado el mayor avance en libertades públicas, igualdad social y prosperidad económica de nuestra historia.

                La contribución de los intelectuales de la época para facilitar la llegada de la II República, fue decisiva. La Agrupación al Servicio de la República, creada dos meses antes de proclamarse por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, pretendía movilizar a todos los españoles de oficio intelectual, para que formaran un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española.         

                Pero conviene recordar que todos estos intelectuales y otros muchos que defendieron la llegada de la República —como Unamuno o Pío Baroja—, poco tiempo después acabaron desencantados o, incluso, renegaron de ella. La frase de Gregorio Marañón —que encabeza este artículo—, es solo un ejemplo de cómo se cuestionó la deriva que tomó el movimiento republicano y lo mal que lo gestionaron la mayoría de las fuerzas políticas de entonces.

                La intolerancia, la falta de respeto a las propuestas de los oponentes y, sobre todo, el egoísmo de nuestros políticos —impidiendo acuerdos esenciales—, llevaron al fracaso republicano, con las consecuencias trágicas que todos conocemos.

                Ni la victoria conservadora de 1933, ni la del Frente Popular en 1936, fueron recibidas pacíficamente por las fuerzas opositoras del momento. En el primer caso, se produjeron alteraciones graves como la de la revolución de Asturias o la de la proclamación del estado catalán, que obligaron al ejército de la República a intervenir de manera contundente para restablecer el orden constitucional, con el resultado de miles de muertos.

                La victoria del Frente Popular en 1936 y las reformas realizadas en los primeros meses de aquel año, propiciaron el levantamiento militar del 18 de julio, tras cuyo fracaso se inició una larga y sangrienta guerra civil que causó cientos de miles de muertos y provocó graves secuelas en toda la sociedad española, que se prolongaron más allá de los tres años que duró la contienda.

                La polarización política del mundo en aquel tiempo —que se encontraba a las puertas de una nueva guerra mundial—, puede aproximarnos a la situación que se produjo en España, pero en modo alguno, la justifica. La España más conservadora tenía como referentes a los gobiernos fascistas europeos. Y la revolucionaria Unión Soviética inspiraba, cuando no tutelaba directamente, a la mayoría de la izquierda española.

                Aunque en aquel tiempo —primer tercio del siglo XX—, hubo planteamientos políticos sensatos y voces de intelectuales muy respetables, que ofrecieron una tercera vía a la sociedad española, pero que acabaron silenciados por las posiciones más polarizadas. Como grupo político destacaría el Partido Reformista de Melquíades Álvarez y como ejemplo de personaje con voz propia, el escritor y periodista sevillano, Manuel Chaves Nogales.

                El Partido Reformista se fundó en 1912, huyendo de la deriva revolucionaria que tomaban los partidos de la izquierda, por un lado; y, del inmovilismo de los conservadores, por otro. Y fue capaz de integrar a republicanos de la talla de Benito Pérez Galdós, José Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos o Manuel Azaña. Pero sus postulados no calaron en nuestra sociedad y su fundador, acabó ejecutado extrajudicialmente al iniciarse la Guerra Civil.

                En cuanto a Chaves Nogales, fue un escritor y periodista de los más reputados de los años veinte y treinta. Gran conocedor de la Europa de su tiempo —entrevistó, entre otros, a Joseph Goebbels, ministro de Hitler; y a Alekxandr Kerenski, Presidente del Gobierno provisional ruso—, percibió la amenaza de las dictaduras italiana y alemana, así como la de la Unión Soviética, lo que le hizo entender la necesidad de huir de esas posiciones políticas tan radicalizadas. Propuso la resolución pacífica del conflicto bélico en España, sin ningún éxito.

                Pero la visión romántica de la República sigue presente en el discurso de alguno de nuestros políticos, que no solo choca con la legalidad vigente, sino que lo hace —posiblemente también—, contra la realidad fáctica de nuestro país, ya que la cuestión territorial parece no encajar con esa forma de Estado. Así ocurrió en la I República, con el descontrolado cantonalismo o con el beligerante separatismo, en la segunda.

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