Batallitas patrimoniales (10)

Manuel Cabezas Velasco.- Aún recordaba el anciano que habían transcurridos cinco años desde que se recordase el aniversario de la construcción de aquel edificio. Sin embargo, según me contaron más tarde, en tan celebrada ocasión él mismo no estaba para grandes festejos pues aún tenía el dolor muy presente al contemplar cómo se le escapaba de las manos la vida de quien había sido su compañera, amiga y esposa durante varias décadas. No había llegado el momento para volver a entrar en aquel edificio que lo había conocido tiempo atrás gracias a las charlas que había mantenido con uno de sus conserjes. Y en ese preciso instante le vino a la memoria que se conmemoraría ya un 130 aniversario para acceder a aquel inmueble y observar sus principales estancias y recovecos, además de las historias que acompañarían los personajes que serían interpretados por una compañía de teatro.

Esquina del Palacio de la Diputación (detalle) (Miguel López Mora).

Antes incluso de haber pensado en visitar San Pedro o de pasear por el territorio que había ocupado la antigua judería, Juan José, como él se llamaba, se había dirigido nuevamente al acceso de aquel palacio para preguntar cómo podía apuntarse a lo de las visitas teatralizadas:

̶ Buenos días, señor. Sólo tiene que acceder a una página web para apuntarse en alguna fecha que vea libre e indicar el número de personal e identificarse.

̶ Joven, si no es molestia, ¿me podría usted ayudar a hacerlo?  ̶indicó el anciano, pues se había encontrado con un conserje distinto al que había conocido años atrás, mucho más joven que aquel y con el que no tenía suficiente confianza para tutearse. ̶Uno ya está muy lejos de entender esas cosas del internet. Son más las cosas de los jóvenes, ¿sabe usted?

̶ No se preocupe, ahora mismo le ayudo a apuntarse. Tenga la bondad de decirme su nombre y qué día y a qué hora le gustaría venir ¿Vendría acompañado de alguien más?  ̶respondió solícito el funcionario que servía de antesala a todo aquel que ardía en deseos de visitar aquellas instalaciones, fuese cual fuese el motivo.

̶ ¡Lo último es lo principal! Seríamos dos, en principio, mi nieto y yo, pues no creo que sus padres puedan por temas de trabajo. Sin embargo, ¿qué fechas que sean viernes por la tarde o sábados quedarían libres para hacer la visita?

̶ Si tiene seguro que sólo son dos, para mediados de mayo, acabo de ver un par de huecos para dos personas. Los días son el 12 o el 13 de mayo, viernes y sábado. La hora, a las siete de la tarde en ambas ocasiones. ¿Qué me responde?

̶ Uy, joven, ¡cuánto se lo agradezco! El sábado es el mejor día y, por la tarde, aún más, aunque sea 13 en este caso. No creo que ocurra nada catastrófico ese día sino más bien al contrario.

̶ Nada de lo que tenga que preocuparse, señor. Apuntados quedan. Ya he visto su documento de identidad, apunté su nombre y aquí le entrego el resguardo de la reserva para que pueda venir a la visita ¿Qué le parece usted lo poco que hemos tardado en hacerlo?

̶ Muchas gracias. Aquí estaremos ese día, mi nieto y yo. Quiero aún que sea una sorpresa y, por ello, lo solicité con tiempo para que viniésemos en primavera. Ya no le molesto más que seguramente tenga más cosas que hacer, joven. Un saludo y buenos días.

̶ Gracias a usted, don Juan José. –respondió cortésmente el conserje.

Tras abandonar aquel edificio, mi jubiloso abuelo se encaminó a casa de su hija, guardándose aún aquella noticia para más adelante con el fin de sorprenderme pues pareciera que, en tan poco tiempo, me había adueñado de su corazón.

El edificio de la Diputación por la calle de la Rosa (detalle) (Fernando J. García Medina)

Recordamos entonces, después de la visita a la iglesia de San Pedro, muchas cosas de las que vimos y otras que surgieron en la conversación que tuvimos después de una merecida siesta. Allí mi abuelo volvió a evocar sucesos del pasado como fueron las consecuencias que había provocado el terremoto de Lisboa de 1755 en diversos edificios de la ciudad. Testigo de aquello había sido la construcción de la estructura tan maciza que se podía contemplar desde la calle de la Lanza en cuanto a aquel templo se refería, llegando incluso a permanecer algún recuerdo de aquellos movimientos sísmicos como una grieta que aún se podía contemplar a simple vista después de tanto tiempo.

Complacidos estábamos ambos, uno por el creciente interés mostrado por el otro y el otro por la curiosidad satisfecha por el uno, y nos veríamos abocados en aquel lapso a que las horas transcurrieran sin poco más que hacer. La tarde sería sucedida por la noche. Entonces dimos cuenta de una cena ligera y, cuando ya los cuerpos pidieron reposo, todos buscaríamos nuestros respectivos lugares de descanso.

En aquel lapso, mis padres apenas intervinieron en el diálogo que se estableció entre nosotros. Tenían demasiadas cosas en la cabeza como para estar pensando en los Coca, los Vera o la Hermandad del Silencio, por ser algunos de los temas que habíamos tratado a lo largo del día. Al día siguiente, domingo, todo estaría más relajado, cada uno con sus propios quehaceres, incluso yendo por separado.

La mañana la tendría ocupada repasando alguna de las tareas que tenía pendientes, pues, aunque mis calificaciones obtenidas habían provocado los elogios de los que me rodeaban, aún quedaban cosas por hacer, y en esa cuestión Adela, mi madre, no admitía discusión: «¡No debes bajar la guardia, hijo! El día de mañana ya tendrás tiempo para disfrutar de las vacaciones. Aún el curso no lo has completado y te quedan algunos cuadernos por entregar. Hoy, mientras no acabes la tarea, permanecerás en tu cuarto realizándola y, si en la tarde no tienes nada pendiente, podrás salir a dar una vuelta».

Ante esa prerrogativa, no me quedaba nada más que una respuesta: aceptar lo que mi madre me había dejado claro, meridiano. Ya habría tiempo para salir un rato a la calle y, si tenía suerte, quedar con algún amigo hasta que llegase la hora de la cena.

Mientras estaba yo buceando en aquellos menesteres, el abuelo salió a dar un breve paseo para salir de aquella casa, pues como ocurriera con frecuencia apenas se podía estar quieto. Y a ello se sumaría las tareas que sí llevaron a cabo tanto Adela como José, pues a pesar de ser un día de descanso para la gran mayoría, ellos tenían algunos compromisos pendientes que les mantendrían ocupados varias de las horas matutinas.

Sin embargo, después de la comida, la tarde fue avanzando y aunque aún era temprano y los objetivos marcados había logrado cumplirlos, ya no tuve cuerpo para demasiadas salidas y preferí quedarme en casa y descansar.

En ese momento me di cuenta del silencio que se había adueñado de la vivienda. «¿Dónde se habían metido todos?», me pregunté. Me dirigí entonces a la cocina para beber algo de agua, pues en aquella tarde ya el calor se había hecho insoportable y se me había olvidado llevarme una botellita de agua mientras estaba en mi habitación. Fue entonces cuando me di cuenta de que en la mesa de la cocina había algo que no esperaba: una nota de puño y letra de mi madre sujeta bajo el bol que hacía muchas veces de frutero y que vendría acompañando a algo más especial. Me puse en ese momento a leer:

«Hijo, hemos salido a dar una vuelta para no molestarte pues tu abuelo estaba muy guasón y no queríamos interrumpir. En el frigorífico tienes algo para ti. Espero que te guste y, si quieres salir de casa, avísame primero y voy a buscarte.

Un beso.

Tu madre»

Raudo me dirigí hacia la nevera y abrí su puerta. Allí se encontraba uno de mis postres favoritos: ¡una tarta de chocolate con galletas! ¡Mi madre había pensado en todo! De pronto, cogí mi móvil y busqué el número de mi progenitora, tecleando un mensaje:

«Gracias mamá. Me lo comeré con gusto. En media hora estaré listo por si puedes venir».

Bastaron apenas veinte minutos para que, saciando toda mi hambre, diese cuenta de un hermoso pedazo de postre tan deseado y con el que mi madre se me había adelantado una vez más.

Cinco minutos después se oía la cerradura y cómo se abría la puerta de la casa. Ella había venido. En ese momento yo me encontraba en el cuarto de baño cepillándome los dientes. No me había percatado de su llegada hasta que mi madre alcanzó el umbral de aquella dependencia, y acabó por sorprenderme:

̶ ¿Estás listo, hijo?

̶ ¡Sí, mamá!

̶ Pues nos vamos en cuanto te limpies un poco esa cara, que aún te queda pasta de dientes a la vista. –indicó cariñosamente Adela.

Abandonamos entonces aquella vivienda en busca de los otros dos moradores habituales, mi abuelo Juan José y mi padre. Apenas necesitamos cinco minutos para estar en su compañía. Permanecían aún ambos en la terraza de un bar que había en la plazuela de los Mercedarios disfrutando de aquella veraniega tarde que ya veía aminorada su temperatura, lo que iba siendo de agradecer para cualquiera que se aventurase a dar un paseo.

El Palacio de la Diputación Provincial (José A. González Silvero)

̶ ¿Cómo han ido las tareas, hijo? –preguntó el padre.

̶ Logré acabar con todo lo que mañana tengo que entregar. ¡Ya no tengo nada más pendiente hasta el próximo curso! –expresó el muchacho con cierto tono de alegría.

̶ Bueno, eso lo iremos hablando, hijo, pues ¡todo el verano no vas a estar sin hacer nada! ¿No crees? ̶ intervino Adela.

̶ ¡Sí mamá! Me refería a las cosas del cole.

̶ De acuerdo.

̶ Por cierto, tenemos que hablar tú y yo, jovencito, de nuestra siguiente ruta. ¿O es que acaso ya vas a abandonar a tu abuelo todo el verano?  ̶ dijo el viejo.

̶ ¡Eso nunca lo haré! Por supuesto que quiero ir de visita contigo, abuelo, aunque con el calor que está haciendo, quizás tendremos que cambiar la hora y esas cosas.

̶ Totalmente conforme, contigo. Habrá que madrugar un poco para que el sol no nos pille a descubierto ¿Tienes alguna preferencia para la siguiente visita o me la dejas a mi elección, Blas?

̶ Siempre hago caso de tu buen juicio. Prefiero que tú mismo lo elijas. ¿O quizá lo has hecho ya?

̶ Veo que nos vamos conociendo cada vez mejor, hijo. Ahora te iré dando alguna pista. Por ejemplo, ¿sabes que este año se celebra un 130 aniversario, pero conoces de qué?

̶ ¡No, abuelo! ¡Me has vuelto a pillar, pues siempre estás con tus intrigas! ¿Dónde iremos esta vez? ¡Espero que no sea muy lejos por el calor!

̶ Nada tienes por lo que preocuparte, hijo. ¡Lo tienes más cerca de lo que crees! Además, aprovechando que tienes más tiempo libre, haremos dos salidas, una a primera hora de la mañana y otra por la tarde cuando la temperatura es más benigna. ¿Qué te parece?

̶ Pero ¡aún no me has dicho dónde vamos!

̶ Vamos, ¡qué despiste el mío! ¡Si eso es lo principal! Como puedes ver, nos encontramos en la plazuela de los Mercedarios, un lugar que está rodeado por varios edificios históricos y de cierta relevancia en la ciudad: el Museo de la Merced, la Residencia y los antiguos Juzgados, además de lo que hay en las calles cercanas.

» En uno de ellos me voy a detener, o más bien en parte de él. Hablo del Museo-Convento de la Merced. En él, que fue tiempo atrás instituto de enseñanza, también puedes observar algo más si andamos por aquel pasaje. ̶ indicó con el brazo el anciano. ̶ Allí podrás ver cómo aparece encajada una iglesia, la de la Merced, entre este Museo y otro edificio también de los más importantes de la ciudad: el Palacio de la Diputación Provincial. ¿Me sigues, Blas?

̶ Sí, hasta ahora sí.

̶Allí es precisamente dónde iremos en nuestra próxima visita, dentro de dos sábados.

̶ Pero, padre, la Diputación tiene oficinas y su horario habitual es de lunes a viernes. ¿Cómo vas a ir a visitarlo un sábado?

̶ Anda, Adelita, hija, ¡no me estropees ahora la sorpresa!

̶ Entonces, abuelo, ¿te van a dejar pasar, aunque no se abra en esos días?

̶ No es eso, pero prefiero contártelo ese mismo día por la mañana y así mantenemos el misterio. ¿Te parece bien?

̶ ¡Perfecto, abuelo! Y que sea ese edificio también pues aún no lo visité, ni siquiera con los compañeros de clase. Aunque creo que allí trabaja el padre de uno de mis amigos, no sé si me dijo que era conserje o vigilante. –señaló el muchacho, que fue respondido con una leve sonrisa por el anciano.

Transcurrirían los días de forma anodina, adueñándose las tardes de la rutina que a los cuatro nos aquejaba. Poco reseñable en nuestras vidas habría que destacar al respecto pues ya el plomizo tiempo hacía el resto mostrando insoportable salir a la calle por la tarde pues una sorprendente ola de calor había maniatado a los habitantes de nuestra ciudad y de muchos otros lugares y ciudades del centro peninsular para abajo. ¿El cambio climático y sus caprichos sería el causante de todo aquel tiempo tan revuelto y sofocante a la par? Todos ellos andábamos desconcertados pues no era habitual que cuando debíamos llevar aún prendas de abrigo estuviésemos más bien pensando en ponernos pantalón corto y sandalias. ¡Aquello no era nada normal para tales fechas! Pero el tiempo se había vuelto así de cambiante en las últimas décadas y los ciclos habituales que se sucedían en la infancia de mi abuelo habían dejado de ser extrapolables a la época más reciente. ¿Qué nos esperaría este verano? ¿Habría otra vez alguna de aquellas tormentas como la que nos sorprendió con unas enormes bolas de granizo que tantos destrozos provocó?

Aquellas casi dos semanas nos provocaron alteraciones en el sueño, irritabilidad en los humores, escasa paciencia en los diálogos que se tornaban en discusiones, llegando a veces a cruzar ciertas líneas en las que el respeto debía haber sido la máxima. Pero entonces llegó aquel día, el doce de mayo, viernes, en el que el anciano retornaría a casa de sus familiares más cercanos. Todos andábamos contentos por su presencia, pues nos había abandonado durante unos días regresando a su propia casa para así darse también un respiro. Apenas había molestado en un par de ocasiones que, por insistencia de su hija, mi madre, había acudido a la cita de la comida, retomando el contacto con nosotros. Sin duda era yo quien sería el que más alegría mostraría cuando aquel viernes llegó el abuelo Juanjo para permanecer durante todo el fin de semana. Ya sabía lo que ocurriría al día siguiente, tal y como me había adelantado días antes, aunque sin entrar en detalles.

De nuevo las horas nocturnas me envolvieron en un maremágnum de emociones, provocándome que no pudiera conciliar el sueño tal como debiera. Si a ello se unía la alta temperatura nocturna que tampoco daba ningún respiro, para mí las consecuencias al despertar no se hicieron esperar: ojeras como nunca, cuerpo aletargado que impedía que me levantase con premura, lo que resumía en una desgana total para levantarme de la cama salvo por una razón más fuerte que todo aquello: ¡Era el día de la visita a la ciudad con mi abuelo!

Ambos daríamos cuenta de un nutritivo desayuno, pues sabía lo que nos esperaba y las fuerzas había que tenerlas bien intactas.

Salimos de casa, despidiéndonos de mis padres, y nos dirigimos por el mismo pasaje que semanas atrás me había explicado mi abuelo, aquel de la Merced que era tan estrecho que si nos encontrábamos con algún tipo de vehículo de limpieza o algo mayor corríamos peligro de quedar hechos unos zorros. Por suerte, aquella mañana no ocurrió nada de eso.

Vimos después la iglesia a la que se había referido mi abuelo y en medio de aquella plazoleta la escultura de un penitente. Sin embargo, lo que más nos interesaba se hallaba a nuestra izquierda, el imponente edificio del palacio provincial, aquel por el que habíamos iniciado ese día una nueva ruta.

̶ ¿Qué te parece si buscamos uno de los bancos de la plaza para ver la fachada al completo y te empiezo a contar algunas cosas de este edificio, Blas?

̶ ¡Donde tú me digas, abuelo!

Nos fuimos alejando de aquel edificio con el objetivo de alcanzar una zona de reposo donde el abuelo se sintiera más cómodo para iniciar la charla. Cerca de lo que era un parque infantil hallamos el lugar ideal, pues aún no caía el sol de lleno y teníamos algo de sombra. En ese momento, el abuelo Juanjo dirigió su mirada a aquel edificio que veníamos a visitar y comenzó a explicarme:

̶ Como ya te dije el otro día, hijo, esta construcción que ves aquí y ahora, apenas tiene ciento treinta años y, por desgracia para nuestra ciudad, es de los escasos edificios representativos que aún se mantienen en pie, aunque tampoco gocen de demasiada antigüedad.

» Con ello te quiero decir que, aunque veas que pueda parecer más viejo que el resto de la ciudad, hay algunos que lo son aún más, aunque ya no podamos presumir de que sean muchos. Aunque mejor vayamos al grano pues según miro al cielo, apenas hay nubes y la temperatura pronto será demasiado alta para permanecer aquí sin sombra.

̶ Aquí estamos bien, hijo, ¿no te parece?

̶ Estoy de acuerdo contigo, abuelo.

̶ Pues bien, para hablar de este edificio, sin duda alguna primero te diré que aunque lo veas demasiado cuadrado, no es lo que aparenta.

» Sus fachadas, que son tres, dan al norte, al sur y la que tenemos aquí enfrente es la que da al este, a través de la cual tiene el acceso principal por la calle de Toledo. La de la plaza de la Merced es de estilo aparecido a la que vemos y la más sencilla es la que daría a la calle de la Rosa.

» Sin embargo, antes de hablar de la propia construcción, quizá debería hablar de la institución que representa, ¿no crees? ¿O quizá ya te lo sabes y por eso no me dices nada?

̶ Creo que es la Diputación o algo así abuelo, aunque no sé por qué tiene ese nombre y desde cuándo.

̶ Bien. Te he de explicar entonces que para hablar de instituciones que representen a la provincia habría que remontarse casi dos siglos atrás, concretamente al año de 1835. Ello obedece a que dos años antes se había acometido una división por provincias para organizar territorialmente la España de entonces. Nuestra región, por ejemplo, se llamaba Castilla La Nueva y estaba integrada por cinco provincias: Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Madrid y Toledo.

̶ ¿Y Albacete? –preguntó Blas.

̶ Buen apunte, pues pertenecía por entonces a la Región de Murcia, junto con la provincia del mismo nombre. Eran otros tiempos y otros criterios los que se aplicaron, en todo caso, siendo el entonces secretario de Fomento Javier de Burgos quien fue el responsable de dicho proyecto, tanto en la división provincial como en la regional.

̶ ¿Entonces este edificio es tan antiguo, abuelo?

̶ Ahí quería llegar, hijo, pues no es así. El inmueble que ves hoy se llevaría a cabo casi sesenta años después, siendo el arquitecto Sebastián Rebollar el encargado de realizar aquel proyecto.

̶ Pero ¿hasta entonces los que estaban en la Diputación dónde trabajaban si no había edificio?

̶ No fue así. Cerca de donde vivís vosotros había una vivienda que pertenecía a don Dámaso Barrenengoa, importante industrial de la época, que luego fue adoptando otros usos porque no resultaba demasiado cómoda para las necesidades que requerían los señores diputados. Luego anunciará el concurso de solares y casas para buscar otro lugar que llegaría con la adquisición de la propiedad de doña Magdalena Maldonado, que tampoco sería muy del agrado de los diputados, pues llegaron a pedir su venta y la necesidad de adquirir otro solar.

» Sería entonces cuando llegó una gran oportunidad en relación con un edificio de la Vicaría, y ahí la Diputación intervino comprándolo. Eran los tiempos del presidente José Díaz Cendrero en los que dicho solar incrementaría su superficie gracias a la propuesta del arquitecto Rebollar que vio la necesidad de que el edificio fuera ampliado, y para ello se añadió el granero que era propiedad de doña Catalina Jarava. A partir de entonces el proyecto de la obra y la dirección de la construcción corresponderían al arquitecto provincial Sebastián Rebollar y Muñoz, siendo su constructor don Joaquín Castillo.

̶ Eso es lo que vemos por fuera, abuelo, pero ¿lo de dentro también lo hicieron estos señores que me cuentas o hay alguien más?

̶ De lo de dentro te iba a hablar ahora, pues de esa parte la podrás ver mejor esta tarde. – afirmó el anciano.

̶ ¿Eso cómo es posible si hoy sábado no está abierto al público?

̶ Esa es la sorpresa que te tenía preparada para hoy.

̶ Pero aún no me contaste en qué consiste, abuelo.

̶ ¡Uy que prisas tenemos! Te puedo decir, pues todo no lo sé, que esta tarde no seré yo quien te explique tantas cosas, sino que verás el edificio por dentro con otros ojos, con aquellos que te lo van a mostrar. ¿Qué te parece?

̶ ¡Vaya abuelo! Eso sí que no me lo esperaba. ¡Guau!

̶ ¡Ya me contarás qué te parece cuando salgamos de aquí!

Regresamos entonces a casa y de camino mi abuelo me habló de la importancia que tuvo el arquitecto en otro tiempo y los diversos edificios de la ciudad en los que había participado, ya fuese como arquitecto responsable o incluso haciendo la labor de restauración: remodelación de la Plaza del Pilar, el antiguo Casino (Gran Casino entonces) e incluso otros edificios ya desaparecidos. Tras pasar por el supermercado y comprar un par de barras de pan y algo de fruta que nos había encargado mi madre, apenas llegamos con el tiempo justo para asearnos y disponernos en torno a la mesa de la cocina, pues Adela y José ya se encontraban allí.

̶ ¿Qué tal ha ido la visita a la Diputación que tanto decías que ibas a ver, padre?

̶ ¡Ay, mujer de poca fe! No era ahora, sino que esta tarde, tu hijo y yo asistiremos a una visita teatralizada que se lleva a cabo con motivo de la conmemoración del 130 aniversario del edificio. Para vosotros dos – dijo el anciano dirigiendo la mirada hacia los adultos – no hice reserva, pues no sabía si podrías estar o no dado que muchas veces estáis ocupados con vuestros trabajos incluso si de fines de semana se trata.

̶ Estás en lo cierto, padre, pues casi siempre es así –señaló José ocultando que aquel día no se daban esas circunstancias. De reojo miró a Adela, quien fue cómplice de lo que estaba afirmando. Luego habría tiempo de hablar entre ellos, cuando se quedasen solos, algo que así sucedería.

La comida transcurrió sin ningún tipo de contrariedad. Dieron cuenta de un buen cocido, algo a lo que ninguno de los cuatro hacía ascos y que invitaría a llevar a cabo una buena digestión.

Pasaron las horas, la temperatura se fue suavizando y cuando eran poco más de las seis, los que tenían una cita pendiente se dispusieron a preparar sus vestimentas para la visita, a lo que siguió un aseo adecuado. Después regresaron a sus respectivas habitaciones y saldrían de punta en blanco para la ocasión. Apenas serían las seis y media de la tarde cuando, tras despedirse, abandonaron la vivienda para salir a la calle en dirección al Palacio Provincial.

Llegamos entonces a la entrada principal y, grata sorpresa, nos encontramos con el joven que tiempo atrás había atendido a mi abuelo.

̶ ¡Buenas tardes, señor! ¿Me recuerda?

̶ ¡Cómo no, joven! Como ya le dije, aquí estamos mi nieto y yo.

̶ Pasen pues ambos, aquí a la derecha les atenderán los compañeros.

̶ Muchas gracias.

Ambos nos encontramos entonces frente a aquella escalera central que servía como eje vertebrador de muchas de las dependencias e incluso para dar acceso a la planta superior. Todo aquello que teníamos ante nosotros me llevó a dejarme con la boca abierta, de lo que mi abuelo se dio cuenta enseguida.

̶ Todo lo que ves fue obra de quien se encargó de la decoración de este palacio, el artista ciudadrealeño Ángel Andrade. Fue responsable no sólo de las pinturas murales que verás en esta visita, sino que la ornamentación que el propio edificio tiene estuvo a su cargo. Como mano diestra a la hora de llevar a cabo todas estas figuras estuvo Samuel Luna, también pintor, aunque también habrá otros artistas que participarán en este edificio. De ello te hablo luego si no lo dicen en la visita.

Iniciamos entonces el recorrido, tras ser atendidos aquel grupo de algo más de veinte personas por varios miembros de una compañía de teatro que hacía las delicias de los visitantes recreando alguno de los episodios más representativos de la historia del edificio.

Así ocurrió inicialmente con un actor que interpretaba al mismísimo Ángel Andrade, sirviendo de anfitrión para aquel grupo tan variopinto que queríamos conocer cómo se había desarrollado la construcción de aquel edificio. Incluso le acompañó en aquel momento otro que hizo del mismísimo presidente de la Diputación del momento, don José Cendrero, aunque también había personajes secundarios o incluso alguno ficticio. Todos ellos servían para provocar más de una carcajada entre el público que allí estábamos.

Tras abandonar aquel patio nos encaminamos a otro donde los tiempos de la II República y de la guerra civil se recrearon en toda su crudeza. Aquellos personajes cambiaron siendo sustituidos por una cantaora que mostraba su buen hacer despertando el aplauso entre todos los presentes.

̶ Recuerdo que por este patio se encontraban los bustos de los diferentes personajes del “Quijote”

De pronto nos despedíamos de la planta baja para iniciar el recorrido por la superior. Para ello debimos acceder a la escalera que antes habíamos contemplado, encontrándonos con una nueva recreación en la que los tiempos del franquismo se mostraron. Poco después accederíamos al piso superior, no pudiendo despegar la vista de aquella cúpula que teníamos sobre nuestras cabezas que, nuevamente, había sido obra del arquitecto Rebollar y su decoración a cargo de Andrade y Luna. Allí se homenajeaba a las Bellas Artes, nada menos. Más allá vendrían las galerías que mostraban una exposición permanente del que había sido el decorador principal del edificio, Ángel Andrade, a cuya colección se añadirían creaciones de diversos artistas representativos de La Mancha.

Sin embargo, la gran sorpresa vendría cuando llegamos al salón de Plenos donde la actividad de los diputados tenía un carácter más solemne. En aquel entorno, frente a todo el grupo destacaron dos cosas: una era de carácter personal, pues antes ellos se encontraban una actriz que venía a recrear a la que fuera la primera diputada y que nos fue explicando qué representaba aquel lugar y su propia historia y, por otro lado, estaba el mismo entorno que les rodeaba en el que las cosas tanto habían cambiado.

Allí nos encontramos un enorme mural que tenía por título “Vida, Trabajo y Cultura” y cuyo autor había sido el artista ciudadrealeño Manuel López-Villaseñor. Para acoger aquella creación también el entorno se vio modificado arquitectónicamente, siendo el daimieleño Miguel Fisac quien llevase a cabo aquello cambios. Así se alterarían parte del programa decorativo que Ángel Andrade había creado tiempo atrás, aunque aquel lugar despertó igualmente nuestra admiración, pues Andrade aún pervivía en aquel enorme espacio al hallarse sus lienzos en el mismísimo techo.

Tras abandonar aquel lugar, creímos que podríamos visitar la Sala de Comisiones, tal como me dijo mi abuelo, pues allí se encontraban a modo de Galería de Personajes Ilustres diferentes cuadros donde aparecían retratados Hernán Pérez del Pulgar, Bernardo Balbuena, Santo Tomás de Villanueva o el General Espartero, siendo aquellas obras encargadas a diversos artistas como Alfredo Palmero o Carlos Vázquez. Sin embargo, cuál fue nuestra decepción que nos encontramos con una cinta roja que prohibía el acceso a aquella sala, pues permanecía en ese momento en obras.

̶ ¡Lástima, hijo! Ya habrá otra ocasión, pues yo también quería recordar la decoración que esta sala tenía. Incluso había del mundo del Quijote, si no me falla la memoria.

̶ Está bien. Te tomo la palabra, abuelo.

Poco tiempo después, ambos volvimos a la planta baja para llegar a un patio, en el que habíamos iniciado la visita, donde empezaban a escucharse acordes de música mucho más reciente.

̶ Esta música, hijo, nada tiene que ver con el edificio. Creo que nos están despidiendo pues llevamos casi una hora de reloj.

Así había sido. Habíamos estado tan entretenidos disfrutando de las interioridades de aquel lugar que apenas nos dimos cuenta de que ya habíamos acabado. La sonrisa del abuelo mostraba que estaba contento con la visita. A mi también me había resultado agradable ver cómo era aquel edificio, aunque hubiese dependencias que, tras la construcción del otro edificio que había al otro lado de la calle, ya no tenían las mismas funciones originarias.

Llegamos entonces a la entrada. Allí estaba el joven que tan bien se había portado con nosotros y que a mi abuelo trató con tanto respeto. De él nos despedimos con muestras de cariño y así, cuando apenas habían dado las ocho de la tarde, cruzamos el umbral de aquel edificio decimonónico que nos había mostrado parte de la esencia de su pasado

̶ ¿Qué te ha parecido el edificio por dentro, Blas?

̶ ¡Ha sido una pasada, abuelo! Muchas gracias por pedir lo del teatro pues era muy gracioso, sobre todo ese hombre que hacía de uno de Tomelloso.

̶ ¡Ay, hijo! ¡Cuánto me alegro de que hayas disfrutado! A mí también me gusto y hay cosas que me han sorprendido pues se han hecho reformas que no conocía. Un edificio así merece la pena conservarse pues en esta ciudad hay pocos de dicha antigüedad que aún se mantienen en pie. ̶comentó el abuelo apesadumbrado.

̶ ¿Por qué estás triste, abuelo, si te gustó tanto lo que viste?

̶ ¡Hijo mío! Hay cosas que no se mantienen en pie como este edificio. No sé qué pasa en esta ciudad que, cada dos por tres, hay una noticia en la que se ha roto algo de una plaza o se queman papeleras o contenedores de basura o cosas así. ¿En qué piensa la gente para no respetar el patrimonio que tiene, que es más bien poco?

̶ ¿Por qué dices eso, abuelo?

̶ ¿Acaso no sabes la última? Te acuerdas de que hace unos días fueron las cruces de mayo y que había repartidas por la ciudad en diferentes lugares, algunas muy cerca de tu casa. Pues, seguro que no te diste cuenta, ¿a qué no sabes la cruz que rompieron sin ningún tipo de miramiento?

̶ No sé a cuál te refieres. Recuerdo la de la plaza mayor. Creo que había en el Puerta de Toledo y en el Casino, pero más cerca no vi ninguna más.

̶ Pues precisamente al lado del Casino había otra, la del templete del Prado. ¿No la llegaste a ver, hijo?

̶ No, abuelo. No sabía que habían puesto y eso que casi todos los años veía alguna allí.

̶ Pues apenas ha durado dos días en pie, hijo. Y eso que este año había tenido algo más de imaginación pues aparecían incluso las aspas de un molino de viento acompañando a la cruz.

̶ ¡Qué pena entonces! Te doy totalmente la razón en que hay gente que no sabe comportarse.

̶ ¡Ojalá, vosotros, que algún día tomaréis el testigo de esta ciudad enseñéis a respetar los restos del pasado que aún quedan en pie! –señaló categórico el anciano.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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