La Diócesis celebró la fiesta de la consagración de la catedral de Ciudad Real

Eduardo Muñoz Martínez.- Aunque sin el eco ni la relevancia social que a nuestro entender merece, ayer viernes, nuestra diócesis celebró la fiesta que conmemora la Consagración de nuestra Santa Iglesia Catedral Basílica, dedicada a Santa María del Prado, nuestra Excelsa Patrona.

Aún dando por hecho que la fecha estará bien marcada en las agendas de los ciudadrealeños y ciudadrealeñas, quizá no esté de más recordar que en 1875, -de acuerdo con alguna red social-, el Papa Pío IX autorizaba la consagración de la Catedral de Ciudad Real, levantada entre los siglos XIII y XVI, tratándose de un edificio de estilo gótico, construido sobre las ruinas de un templo románico de la época del Rey Alfonso X, «El Sabio».

Acerca del Sumo Pontífice, decir que Giovanni María Bapttista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti, -Pio IX-, fue el último Soberano de los Estados Pontificios, nacido en Serigallia, Italia, en 1792, muriendo en Ciudad del Vaticano, en 1878.

Los documentos correspondientes desaparecieron con el paso del tiempo, y por razones que todavía se desconocen, por lo que actualmente se celebra dicha efemérides el día 26 de cada mes de mayo, por ser la fecha en que allá por 1967, el entonces obispo prior, Juan Hervás Benet, nacido en 1905, y que regresa a la Casa del Padre en 1982, la consagra oficialmente durante el papado de Pablo VI, Giovanni Bapttista Enrico Antonio María Montini, que nace en 1897, y entrega su alma a Dios en 1978.

Vicente Ramírez de Arellano Rabadán, canónigo de nuestra Iglesia Catedral, que presidió la misa vespertina en dicho templo, nos invitaba a recordar la efemérides. En su homilía nos hacía ver la importancia de la fecha. Nos exhortaba a considerar que nosotros también somos templo, «Templos de Dios», y que por lo tanto hemos de sentirnos Iglesia.

Además, y aparte de la nave eclesial, en la que celebramos, oramos y compartimos, nos proponía fijarnos especialmente en tres puntos del Presbiterio: El Altar, la Sede y el Ambón, o lo que es lo mismo, el Sacrificio, el Magisterio y la Palabra.

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