Batallitas patrimoniales (12)

El mes de julio iba avanzando. Mis padres seguían aún con sus rutinas laborales y apenas disponían de unos días en los que pudiesen coincidir en las mismas fechas de descanso. Mi madre, a pesar de sus diferentes clientas, seguía teniendo faena durante los próximos días dado que con quienes estaba comprometida tenían por costumbre llevar a cabo las vacaciones en el mes de agosto. Mi padre, por otro lado, se había cogido algunos días según le permitía el cuadrante de su trabajo aunque realmente continuaría aprovechando el tiempo para hacer alguna chapuza si le requerían.

En aquel mes que hacía honor al afamado líder romano Julio César desde los tiempos de Marco Antonio, estábamos algo aburridos mi abuelo y yo. Él, puesto que tras el susto que se llevó que le hizo recalar en urgencias y pasar una noche de supervisión en el hospital, porque veía limitados sus movimientos cuando el estío se presentaba en todo su esplendor, lo que suele ser un calor sofocante que no invita a salir de casa nada más que a las horas más tempranas y más tardías del día, y eso siendo generoso, pues últimamente cuando se comenzaba a despuntar el día podían ya sobrepasarse los veinticinco grados. Ese tiempo se le hacía insoportable a mi abuelo, aunque también para los demás miembros de la familia.

En cuanto a mí, siguiendo las normas de mi madre, debía cumplir con algunas tareas que no me hiciesen bajar el ritmo durante el verano de tal forma que el curso siguiente supusiera un volver a empezar. Este año se agravaba además pues, tras haber finalizado la Primaria, accedía a una nueva etapa de mi vida escolar, aquello que llamaban Educación Secundaria Obligatoria o, como se suele abreviar, E.S.O.

Así transcurrirían los primeros quince días del mes de julio. Escasas salidas jalonarían nuestra rutinaria vida. Poco más se podía hacer, salvo quedar un rato con el vecino que también era compañero de clase y acercarnos a los jardines del Prado si coincidíamos con algunos más para echar un partido de fútbol o, si el calor era más sofocante, usar como suministro aquella fuente cercana a la entrada de la Catedral para llenar globos con agua y, si nos topábamos con algunas de las compañeras de clase, hace alguna que otra trastada. «¡Cosas de chiquillos!», diría mi abuelo.

Sin embargo, no todo el verano iba a tener las temperaturas de aquellos días que nos llevaban a conciliar escasamente el sueño y levantarnos muy malhumorados. Mi madre, la que más, como era también costumbre. A mi padre le daba más bien igual pues se había acostumbrado a cambios de horario y estaba hecho a ello.

Llegó entonces una semana en la que las temperaturas apenas sobrepasaron los treinta grados en las máximas y nos dieron un respiro por las noches bajando de los veinte. Eso suponía una mayor relajación de nuestros cuerpos, mejor descanso y, por descontado, aprovechar más el tiempo para salir a hacer alguna escapada en cuanto despuntara el día. Mi abuelo, madrugador desde siempre y muy atento a esas cuestiones, fue el primero en proponérmelo:

̶ ¿Qué te parece, Blas, si salimos a dar una vuelta mañana temprano y te cuento alguna cosilla más?

̶ Por mí encantado, abuelo. Supongo que me volverás a sorprender, así que no te voy a preguntar dónde vamos.

̶ Buen chico. Mañana te lo digo.

Era viernes por la mañana cuando teníamos una nueva ruta a seguir mi abuelo y yo. Esta vez no me dio ninguna pista pues sencillamente me indicó:

̶ Sígueme muchacho.

̶ De acuerdo, aunque he de reconocer que me tienes muy intrigado.

̶ Lo supongo, esa es la idea.

Pasamos entonces por la plaza del Carmen, contemplando a nuestra derecha el mismísimo convento que presidía aquel enclave. Luego, ante mi sorpresa, seguimos avanzando sin parar por aquella calle en dirección a la mismísima ronda, aunque sin previo aviso mi abuelo giró a la izquierda. Ahora tenía más claro cual era nuestro destino: la Puerta de Santa María, pues alcanzamos la plazoleta que se hallaba frente a ella en pocos minutos Pero ¿por qué íbamos en esa dirección y qué tenía de importante aquella puerta cuando ni tan siquiera me había mostrado la Puerta de Toledo? Esas dudas no tardaría mucho tiempo en resolverlas. Mi abuelo me lo explicaría todo con detalle.

Antiguo Monasterio de Dominicas Nª. Sª. de Alta Gracia de Ciudad Real (Francisco Blanco Mena)

̶ Como habrás comprobado, Blas, hoy no vamos a ver un edificio del que se pueda hablar de su historia o de su estructura. Tampoco visitaremos un entramado de calles como ocurrió en la judería. Hoy en nuestra visita trataré de explicarte cómo un elemento arquitectónico que pertenecía a otro edificio ha sido utilizado para ocupar un espacio en el que debería haber estado otro en su lugar, si el patrimonio en cuestión hubiese sido respetado como debiera, además de alguna que otra cosilla de historia, aunque para eso deberemos ir por parte.

̶ Abuelo, ¡estamos en la Puerta de Santa María! Salta a la vista. O ¿acaso me vas a decir que no es esto de lo que hablaremos?

̶ Sí y no, hijo. Me explicaré para que me entiendas, pues este es el lugar del que hoy te voy a hablar.

» Como te decía, has acertado con el enclave: se trata, como bien has dicho, de la Puerta de Santa María, aunque el monumento que tienes frente a ti no lo sea. ¿Por qué lo que te digo puede parecer una contradicción? No lo es, realmente. Se trata de una puerta que ocupa la que debería ser de Santa María, una de las que formaban parte de la antigua muralla constituyendo el límite que se situaba al norte del antiguo barrio de la morería. Esta puerta o postigo de Santa María del Guadiana fue sustituida por la puerta que ves hoy en día, la cual correspondía a un antiguo convento, el de las Dominicas de Altagracia que fue derribado y del que sólo se mantuvo este resto. Esa es la explicación de ello, pero aprovechando precisamente este elemento te voy a hablas de dos cuestiones si te parece, ya que podemos estar aquí sentados a la sombra en estos bancos de la plaza y luego acercarnos a ver en un momento algún detalle que quieras conocer. Por un lado, estaría la muralla y las puertas de la ciudad; y por otro, el convento de las Dominicas del que procede la puerta que ves. ¿No te parece que será completa la visita de hoy, Blas?

̶ Vaya que sí, abuelo. De cuántas cosas me vas a hablar. Soy todo oídos y deseando escucharte estoy. ̶ respondió animado el muchacho y orgulloso del abuelo que tenía.

̶ Pero, antes de todo eso, ya que estamos solos, me gustaría saber cómo van las cosas en casa, pues últimamente no tuvimos tiempo para hablar de ello al estar finalizando el curso, tus exámenes y ese tipo de cuestiones.

̶ La verdad, abuelo, es que poco te puedo decir pues no sé si es que mis padres ya no discuten o que prefieren disimularlo delante de mí. Además, esa misma duda te le iba a plantear yo, pues seguramente a ti te hubiesen contado algo más.

̶ Veo que ambos estamos igual de desinformados. Quizás tus padres no han querido molestarte y tampoco a mí.

̶ Eso parece abuelo. Sigamos entonces con nuestra excursión.

Dicho y hecho. Abuelo y nieto nos pusimos a disfrutar de las vistas de aquella portada enclavada en una rotonda a partir de la cual comenzaba la carretera de Porzuna. Dicho lugar tiempo atrás se había visto flanqueado por un antiguo Hospital Provincial que ahora permanece en obras con visos de convertirse en un edificio de carácter administrativo y, por otro lado, en el solar que acogiera al antiguo Banco de España hoy en día se ubica la Oficina de Extranjería.

̶ Como ya te avisé, voy a tratar de hablarte de dos temas en relación a la Puerta de Santa María que tenemos aquí en frente.

» Respecto a lo que era la muralla y la Puerta de Santa María en sí, hay muchas cosas de las que te podía hablar: esta puerta no pertenecía a la muralla es una de ellas.

Sin embargo, creo más importante hablarte de qué función tenía la puerta original que aquí se hallaba, ¿no te parece, Blas?

̶ Te escucho abuelo. Ya sabes que soy todo oídos y que, con impaciencia, estoy deseando que me cuentes todas las cosas que sabes.

̶ Está bien. A pesar de lo poco que te podría decir de este lugar su inicio, lo que sí tengo claro era el por qué se hallaba aquí y que función cumplía. Esto es que, a pesar de una puerta menor o también llamado postigo, su nombre lo recibió por el lugar conocido como Santa María del Guadiana, que incluso llegó a pertenecer a unos marqueses, aunque aún no recuerdo su nombre, y que poseyó una iglesia que el mismísimo cura de Valverde ocupaba hace ya mucho tiempo. Además era la puerta que limitaba al norte lo que entonces se conocía como morería.

̶ ¿De dónde has sacado esa información abuelo? Eso es difícil que mi profe lo conozca y quizá se lo podría contar, ¿no crees?

̶ Por mí no hay ningún problema, a pesar de que no tuve la oportunidad de hablar con él este año pues no me confirmaste si quería que hablases con él o no.

̶ Era aquella época en la que te conté lo de mis padres. Andaba algo despistado y se me ocurrió hacer una gracia en clase con alguna información de la que me diste para hacerme el gracioso con algunos compañeros. ̶ respondió apesadumbrado.

̶ No sabía nada al respecto ¿A qué se debió eso que hiciste? ¿Por eso no quisiste hablar conmigo durante tanto tiempo?

̶ Más o menos, abuelo. Estaba algo avergonzado y no sabía cómo te lo tomarías. Además con lo de mis padres, tampoco estaba muy estudioso y mis notas empeoraron y eso ellos lo atribuyeron a que me llenaban de muchos pájaros la cabeza. No quise decirles la verdad, aunque la culpa es mía y por ello te digo que lo siento.

̶ ¡Ay, muchacho! ¿Con tan poca cosa crees que me iba a enfadar contigo? Todo lo contrario, pues para mí ha sido una bendición que me acompañes durante este tiempo. Como ya sabes, la abuela falleció y yo no estaba de muchos ánimos para salir a la calle. Que tus padres me encargaran que fuese a recogerte al colegio y luego nuestras escapadas, me ha hecho recuperarme de todo aquello aunque siempre la tenga en mi corazón. Además, que te hayas interesado por las cosas que cuento me hace sentirme más útil y también más joven, como cuando se las contaba a tu madre. Lo que pasa es que ella ahora está en otra etapa de su vida y no se acuerda de todo aquello, pero también se le abrían los ojos como platos ante algunas de las historias que contaba, como es tu caso.

̶ Pero, abuelo, eso ya es pasado. ¿Acaso no me vas a hablar del por qué está esa puerta ahí?

̶ En eso andaba, aunque mi cabeza se fue un poco de viaje, hijo. ̶ expresó con algo de sorna. ̶ Prosigo con ello.

Plaza de la Puerta de Santa María (Paco Laín)

» Como te iba diciendo al llegar a esta plaza, la puerta que ves nada tiene que ver con la original, de la que nada podrás ver ni yo mismo la conocí.

» Lo que sí es cierto es que la puerta que tienes ante sí correspondió a un antiguo edificio que fue derribado cuando aún ni siquiera tus padres habían nacido. Luego sería desmontada y guardada durante cierto tiempo. Sin embargo, este lugar por entonces y el parque que ves hoy al lado de la puerta, se había convertido en un auténtico basurero, pues la gente tiraba todo tipo de escombros y basura en el enorme solar que existía. Ese problema de salubridad y de mala imagen le tuvo que poner remedio el Ayuntamiento de alguna manera y trataron de urbanizar esta zona ubicando la puerta que hoy ves, que realmente había pertenecido al antiguo convento de las Dominicas de Altagracia.

» La puerta que ves está restaurada, aunque no fue reconstruida como la antigua, ubicándose en esta rotonda ajardinada que la circunda. Sin embargo, esto suele inducir a error en muchas ocasiones cuando viene la gente de fuera, pues realmente esta portada es originaria del siglo XVII y tiene algunos elementos destacados como la hornacina que acoge la imagen de la Virgen María con el Niño Jesús, o los canes o perros que la flanquean. Esos mismos detalles no los percibe la gente, a pesar de que justo delante de la puerta se encuentre una placa en la que se hace referencia al desaparecido convento de Madres Dominicas y la fecha de su fundación.

̶ Abuelo, hablarme de la puerta que no está en su sitio está muy bien, pero ¿no hay ninguna curiosidad por la que sea conocida esta puerta o la zona que me puedas contar?

̶ Veo que siempre estás al quite, hijo. Un par de cosas te voy a decir, o quizá tres.

» En primer lugar, que la fecha de fundación del convento de las Dominicas es de 1435 y no la que habrás leído en la placa que vimos, teniendo su origen en lo que dispuso en su testamento don Alfonso Pérez de Ledesma, abogado de la señora, y doña Mencía Alonso de Villaquirán.

» Como segunda cuestión, he de decirte que no siempre existieron en esta ciudad frigoríficos pues tampoco estaba al alcance de todos ni hubo electricidad hasta fechas muy recientes. Una de las fórmulas habituales para enfriar ciertas cosas era usar la nieve y por esta zona hubo uno de los pozos de nieve que existió en esta ciudad.

̶ ¿Y qué era un pozo de nieve, abuelo?

̶ Eran construcciones donde se almacenaban y conservaban la nieve y el hielo con el fin de ser vendidos más adelante. En nuestra tierra, habitualmente eran circulares siendo de una profundidad de más de seis metros, incluso subterráneos. Para mantenerse debían construirse con materiales como piedra de la zona, y una mezcla de arena y cal, conformando así la fábrica de mampostería con la que estarían estructurados y ser así más consistentes.

̶ Pero, ¿has dicho que había varios pozos en Ciudad Real? Además del que estuviera aquí, ¿cuáles serían los otros?

̶ Cinco se han conocido en total, según tengo entendido. Uno de ellos lo tuvimos muy cerca cuando visitamos el arco del Torreón, ya que se encuentra allí en el Colegio “Carlos Vázquez”, aunque sólo una parte de él pues la cubierta y otros elementos fueron desmontados por obras de cimentación que se hicieron hace años. Los demás, si no me falla la memoria, serían el del Convento de los Carmelitas Descalzos, el de la Puerta de Toledo y el de Santa María del Guadiana, estando este último lejos del casco urbano de la ciudad y ubicado próximo a la margen izquierda del mismísimo río.

̶  Sí, de acuerdo. Esa era la segunda parte, pero ¿la tercera es?

̶ Un hecho histórico que aconteció en torno a la puerta que hoy podemos contemplar. Eran los tiempos de las guerras carlistas cuando aquello sucedió.

» Según se cuenta ̶ relató el anciano con cierto halo de misterio ̶ una noche del año de 1838, del 27 de mayo para ser más precisos, había una partida de almagreños conocida como “Los Palillos” que trataron de asaltar las murallas de Ciudad Real. Para su defensa apenas se hallaban los milicianos locales y los paisanos, los cuales también habían sido requeridos por el general Narváez que se encontraba en Jaén. “Los Palillos” no lograron el resultado esperado salvo algún trabajador que se había visto obligado a derribar parte de la muralla.

» Cuando despuntaba el día 28, en torno a la Puerta de Santa María, se inició la lucha encarnizada por ambos bandos. Defensores cayeron algunos, logrando detener el intento carlista con su resistencia. Pero cometieron un gran error el de envalentonarse y tratar de perseguir a la partida que habían huido en dirección a Miguelturra. El error sería mayúsculo pues sería entonces la oportunidad de la caballería de “Los Palillos”, quienes cargarían contra las fuerzas contrarias, provocando que estos cedieran y que fueran perdidas. En ese momento el pesimismo se adueñaría de la ciudad a la par que los carlistas de toda la región veían sus esfuerzos recompensados.

Prosiguió la perorata mi abuelo sobre aquellos tiempos en los que las guerras carlitas se habían hecho presentes en las tierras de aquella conocida como “piel de toro”, concepto que hoy en día no tendría tantos adeptos como entonces.

Así Juan José daría por concluida la explicación sobre los acontecimientos que rodearon a aquella puerta, la que existió en realidad, mas aún quedaba por relatarme todo lo relativo a la que estaba hoy en día en su lugar: la otrora perteneciente al convento de las Dominicas de Altagracia, y la historia del mismo.

Sin embargo, mi abuelo parecía andar escaso de fuelle pues me propuso que buscásemos algún lugar donde hacer acopio de algún refrigerio, ya que cuando nos dimos cuenta caímos en que no habíamos traído ningún tipo de provisiones ese día. ¡Vaya cabecita que tuvimos ambos y con la que estaba cayendo! No podíamos permitirnos estar sin resuello el intervalo que aún nos podía quedar hasta que iniciásemos nuestro regreso. Así fue como el sabio me dijo:

̶ No estaría mal que buscásemos algo con lo que refrescarnos, ¿no te parece, Blas?

̶ Totalmente de acuerdo, abuelo. Estoy bien, aunque tú eres el que más desgaste haces al recordarme tantas cosas y, al hablar tanto, tendrás la garganta muy seca.

̶ Así es, muchacho. Hoy hemos cometido un error mayúsculo y no está el tiempo para andar sin fuelle. Además, cuando regresáramos a casa, si tu madre nos ve con esta facha, como andamos ahora sin haberlo previsto, seguramente el castigo no nos lo levante en todo el verano y, no se tú, pero a mí no me gustaría nada de nada.

̶ A mí tampoco, abuelo. Y tienes toda la razón. Creo que hay un bar cerca de la Puerta de Santa María donde nos podíamos acercar a tomar algo y ya verla por el otro lado.

̶ ¡Eso se llama matar dos pájaros de un tiro, muchacho! Bien pensado. ¡Apoyo la moción!

Tras haber dado un rodeo a aquella rotonda, nos encaminamos hacia aquel local que se hallaba al comienzo de la carretera que iba en dirección a la localidad de Porzuna, aunque antes hubiese en ella lugares tan significados como Las Casas. Pero de aquello ya habría otro día para hablarlo.

Apenas nos entretuvimos veinte minutos en un establecimiento que visitábamos por primera vez. Pareció no darnos muy buena espina a ambos, o al menos eso fue lo que me pareció por el incómodo gesto de mi abuelo.

En aquel rato, mi abuelo comenzó a hablar del convento al que había pertenecido la puerta de la que llevábamos hablando desde hacía dos horas.

Me fue diciendo cómo había sido conocido como un bello edificio religioso, quizá de los más hermosos de su época, en pleno siglo XV; también cómo los habitantes de la ciudad habían asistido a su demolición, cuando ya finalizaba la década de los sesenta del pasado siglo. «¡Un puñal más clavado en el corazón del escaso patrimonio de la ciudad!» , suspiraba mi abuelo recordando aquellos días tan tristes.

Sin embargo, no todo fueron silencios en aquella época. Hubo gente muy importante que defendió la existencia de aquel edificio, a pesar de los pesares. Entre ellos mi abuelo recordaba a Julián Alonso, Emilio Bernabeu, Carlos López Bustos o Isabel Pérez Varela, todos ellos nombres ilustres de la ciudad y muy vinculados a la cultura y patrimonio de esta ciudad. Incluso habiendo cambiado su uso por el de hogar o refugio de mucha gente desplazada en plena guerra civil, aún había mantenido sus viejos muros, las columnas y arcos en algunos patios, la estructura de ladrillo y piedra como si de una construcción medieval se tratara, la celosía y el rosetón mudéjares, el ábside de la iglesia y aquella espadaña singular. Y, ¿por qué no?, recordar también los remates de sus contrafuertes. Todo aquello sin embargo, era una mera descripción de la evolución histórica de un edificio de había surgido ̶ como ya me contara mi abuelo  ̶  al comienzo del segundo tercio del siglo XV. De ello me continuó hablando tiempo después de haber dado cuenta de aquel helado envasado en una tarrina que hizo las delicias de ambos.

Comenzó recordando cómo la señora que había dejado en su testamento aquella casa donde surgiría el convento, doña Mencía, había pedido que su enterramiento se llevase a cabo con el mismísimo hábito de monja y que, en el monasterio, apareciera sepultado en un relevante lugar su cuerpo.

 ̶ ¿Qué cosas tenía la gente de entonces? ¿Estar enterrado en un monasterio?

 ̶ ¡Ay, hijo! Eran otros tiempos. Nada es igual en el transcurso de la vida de una ciudad, ni tan siquiera en la propia. Así ocurrirá que a tu infancia le sucederá tu juventud, más adelante llegarás a ser un adulto para acabar como yo, siendo ya un anciano, aunque espero que estés mejor por entonces. Con el tema de los cementerios pasó lo mismo, acabaron por trasladarse a las afueras de las ciudades. Motivos de higiene eran los principales argumentos que se indicaban al respecto.

 ̶ ¡Qué cosas dices, abuelo! Volvamos a lo que es el monasterio. ¿Era de hombres o mujeres?

 ̶ Buena pregunta, muchacho. Fue fundado por monjas dominicas que se hallaban bajo la advocación de Nuestra Señora de Alta Gracia. Como era habitual, gozaría del apoyo de las familias nobles de la ciudad, llegando a ser muy rico en cuanto al patrimonio que lo atesoraba. Llegaría incluso a acoger hasta medio centenar de monjas a finales del siglo XVI, lo que supondría que algunas de ellas partirían hacia otros destinos para fundar nuevos monasterios. Esta riqueza hacía que fueran visitadas con cierta frecuencia por las familias nobles donde algunos de sus dulces corrían de boca en boca por lo deliciosos que eran.

» Incluso te podría hablar de un molino harinero que tuvieron, aquel que se conocía como “La Fuente de Doña Olalla”. Sin embargo, todo esto se vino al traste cuando en el siglo XIX vino la desamortización donde llegarían incluso a subastar el molino del que te hablé y, ya a comienzos del siglo XX, llegaría a hundirse al caerse una cornisa que dejaría heridas a dos monjas y se llevaría la vida de otra.

 ̶ Entonces, abuelo, ¿hace más de cien años que no existe el monasterio? ¿Es eso lo que me quieres decir?

  ̶ No, Blas. No se trata de eso. Aún hasta los años sesenta el edificio se mantuvo en pie. Curiosamente poco antes de la guerra civil aún estaba integrada aquella comunidad de monjas por veinticuatro profesas y una sola novicia. Ya se sabe lo que ocurrió al comenzar la guerra, ¿no es así, Blas?

 ̶ No lo sé, abuelo. ¿Qué es lo que pasó?

 ̶ ¡Ay, hijo! Ya veo que hoy andas algo despistado. Ya te dije hace unos minutos que sería refugio de los que huyeron de las zonas que el general Franco iba ocupando. Pero, para ello, antes habían sido expulsadas las monjas residentes, las imágenes a las que se rendía culto fueron hechas añicos y se instalaría lo que se llamaba una checa, sirviendo de una especie de cárcel para los que más tarde serían asesinados.

Continuó entonces Juan José relatándome cómo había quedado aquel monasterio después de la guerra. «¡Lamentable sería poco!», me decía. Aunque las dominicas volvieron a ocupar aquellos muros durante un tiempo, hasta que tuvieron que abandonarse algunas celdas por el temor a que se derrumbasen sobre las monjas.

 ̶ Poca vida le quedaba por entonces a aquel monasterio, aunque hubo alguna propuesta de una nueva construcción, que lógicamente no se llevó a cabo. La iglesia sería cerrada a los fieles más tarde y poco después se inauguraría un nuevo convento, al año siguiente si mal no recuerdo. Las consecuencias del abandono del histórico monasterio por parte de las monjas no se harían esperar: ¡bloques de viviendas por doquier! Y poco más te podría contar, hijo… ̶ expresó casi entre sollozos aquel anciano que había visto a lo largo de varias décadas cómo tristemente desaparecía los escasos restos de algunos edificios emblemáticos de la ciudad.

Iconos aún quedaban de aquella época y de otras más pretéritas, pero al abuelo se le había puesto un nudo en la garganta y parecía estar embargado por la pena, lo que me llevó a no insistir en que me contase más al respecto.

Permanecimos en la plaza que había frente a la Puerta de Santa María, acompañados por aquella Virgen con el Niño, durante un largo rato para que así el abuelo recuperase la compostura que había perdido al sentirse impotente ante tanta indolencia y desidia que había contemplado a lo largo de su vida. A sus años – que ya se acercaban a los ochenta – aún pensaba en que la ciudad podría haber recuperado parte de su pasado si más de uno hubiese arrimado el hombro y no hubiese estado preocupado en amasar una fortuna a expensas de eliminar cualquier vestigio histórico que mereciera la pena. Así me pareció que había transcurrido más de una hora cuando realmente las manecillas del reloj apenas habían avanzado quince minutos. Entonces vi levantar la cabeza a Juan José y mirándome aún entristecido me dijo:

 ̶ Volvamos a casa, muchacho. Seguramente ya nos estén echando de menos para cenar, ¿no crees?

 ̶ Lo que tú digas, abuelo. ¿Te encuentras mejor?

 ̶ Más o menos hijo, aunque como dice el refrán “agua pasada no mueve molino”, y en esta ciudad ya no se puede dar marcha atrás y respecto a las dominicas ni tan siquiera ellas residen aquí pues partieron hacia Córdoba con los bienes que el monasterio poseía. Vayámonos pues a casa, Blas.

 ̶ Te acompaño entonces. Y gracias de nuevo por darme toda la sabiduría que posees.

Apenas necesitaríamos diez minutos para llegar a la vivienda donde mis padres nos estarían esperando. Estaban ya desapareciendo los últimos rayos de aquel día que, por suerte, nos había sido benigno en cuanto a la temperatura, a pesar de nuestro descalabro a la hora de recabar provisiones para nuestra salida.

¿Qué habría pasado en casa mientras tanto? ¿Habrían vuelto a discutir mis padres? ¿Pondrían solución a las cuentas pendientes de su pasado o tendría que volver a escuchar de vez en cuando alguna que otra salida de tono? No sé lo que habría ocurrido ni tampoco me lo contarían. Tendría que esperar a que las noticias me llegaran de otra manera y sólo había una posible: por boca de mi abuelo.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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