Visita a la Real Basílica de San Francisco el Grande de Madrid

Por José Belló Aliaga

La iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, más conocida como san Francisco el Grande, elevada a la categoría de basílica menor por Juan XXIII en 1963, es lo único que se conserva de un convento franciscano madrileño que, según la leyenda, fue fundado por el propio san Francisco de Asís a comienzos del siglo XIII, durante su estancia en Madrid en peregrinación a Santiago de Compostela, como una humilde estancia de habitación de ramas y barro al lado de una ermita dedicada a santa María, extramuros de la ciudad, junto a la Puerta de Moros, y que a fines del siglo XIV fue sustituida por otra mejor que primero se puso bajo la advocación de Jesús y María y después ya adoptó la definitiva de Nuestra Señora de los Ángeles y san Francisco.

Recorrido por la Real Basílica de San Francisco el Grande de Madrid

El más antiguo convento de Madrid

A partir de ahí, la fundación, el más antiguo convento de Madrid, junto al de los benedictinos de san Martín, ambos previos al asentamiento masivo de diferentes órdenes tras la instalación de la corte en Madrid en 1561, durante el reinado de Felipe II, empezó a convertirse en el templo predilecto de la ciudad y a beneficiarse de abundantes limosnas, donaciones de familias madrileñas de ilustre linaje, que fundaron sus propias capillas funerarias, como los González de Clavijo, los Villena o los Vargas, y privilegios reales, cuando en 1475 su capilla mayor se convirtió en el lugar de enterramiento de la reina doña Juana de Avis y Aragón, segunda esposa de Enrique IV.

Según el plano que Pedro Texeira hace de Madrid en 1656, por esas fechas el complejo ya se componía de iglesia, renovada a comienzos de ese siglo, perdiéndose muchos de los ilustres enterramientos, convento y dependencias anejas, convertido en cabeza de la Orden Franciscana, sede de la Obra Pía de Jerusalén, vinculada desde sus inicios a dicha Orden, sede del Comisariado General de Indias y hospedaje de franciscanos de paso por la corte de la Monarquía Hispánica, adoptando el sobrenombre de “el grande” para distinguirlo del convento de San Francisco de Paula o de la Victoria, fundado en 1561 por fray Juan de la Victoria, Superior Provincial de los Mínimos y que se encontraba en una esquina de la Carrera de san Jerónimo.

La Obra Pía de Jerusalén

La Obra Pía de Jerusalén, creada para la custodia de los Santos Lugares, fue regulada por Felipe IV, que la puso bajo Patronato real, una vinculación que se vio reforzada gracias al respaldo y el interés por relanzarla de los monarcas Fernando VI y Carlos III, y fue precisamente este último, reconocido admirador de los franciscanos, quien en 1760 decidió derribar el viejo convento para levantar uno nuevo, firmando un decreto que convertía el templo en dependiente del Patronato de los Santos Lugares, facilitando así la financiación de las obras.

Aunque en principio el proyecto le fue encargado a Ventura Rodríguez, miembro de la Venerable Orden Tercera y en ese momento en el punto culminante de su carrera, que elabora unas trazas con planta de tres naves y gran cúpula rebajada inspirándose en San Pedro del Vaticano, éstas no gustan a la comunidad porque, entre otras cosas, sitúa el coro en el presbiterio impidiendo la erección de un gran retablo, recurriéndose entonces a fray Francisco Cabezas, un arquitecto lego franciscano casi desconocido que diseña un templo centralizado con seis capillas radiales y cubierto con una gran cúpula que buscó evocar el Santo Sepulcro de Jerusalén y que cumplió perfectamente con los deseos de los comitentes.

Las obras, financiadas por la Obra Pía de Jerusalén, comenzaron en 1761, pero en 1768 la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, se dice que alentada por el todopoderoso Ventura Rodríguez, notificó que los pilares y los muros diseñados no iban a aguantar el peso de la cúpula y Cabezas se vio obligado a abandonar el proyecto, que quedó bajo la dirección del, en ese momento desconocido, arquitecto Antonio Plo y Camín, que descartó el tambor diseñado por Cabezas y que habría dado mayor esbeltez a la cúpula.

Pero las obras seguían sin avanzar y la polémica generada sobre la solución a adoptar hizo que el propio Carlos III recurriera a su arquitecto favorito, el siciliano Francesco Sabatini, quién auxiliado por el arquitecto y director de la Real Academia, Miguel Fernández,  finalizó el recubrimiento de la iglesia (aunque hay otras fuentes que atribuyen la cúpula a Plo, que la cerraría en 1770), la fachada clasicista y el recinto conventual, dando las obras por finalizadas, con una solemne ceremonia de inauguración presidida por el monarca y el franciscano, confesor real y arzobispo de Tebas Joaquín de Electa, en 1784.

Artistas más importantes de la época

La decoración de las capillas corrió a cargo los artistas más importantes de la época, los pintores de cámara del rey y académicos de Bellas Artes Francisco Bayeu, Mariano Salvador Maella, Gregorio Ferro, Antonio González Velázquez, José del Castillo y Andrés de la Calleja junto a un todavía poco conocido Francisco de Goya y Lucientes, recién llegado a la corte.

Una vez concluido, el templo se convirtió en la iglesia principal para las ceremonias oficiales, acogiendo bodas y funerales de la familia real y de la aristocracia madrileña, además de conformarse como sede permanente de los Capítulos de varias Órdenes Militares.

Durante la invasión francesa el convento fue ocupado por las tropas napoleónicas y después José I lo destinó a hospital civil e incluso se barajó la posibilidad de convertir el templo en Salón de Sesiones de las futuras Cortes que se iban a formar de acuerdo a la Constitución de Bayona, todo ello dentro de un proyecto urbanístico encargado a Silvestre Pérez que incluía unirlo al Palacio Real a través de una gran avenida con un puente que salvara el barranco de las Vistillas.

Tras las desamortizaciones liberales de la primera mitad del siglo XIX y la expulsión de la comunidad de franciscanos, el convento, que contaba con diez patios, doscientas celdas, noviciado, enfermería y otras dependencias, se convirtió en cuartel de infantería, y la iglesia, que pasó a depender directamente de la Obra Pía de Jerusalén para después quedar adscrita a las estructuras administrativas del Estado, hoy Ministerio de Asuntos Exteriores, quedó abandonada hasta fines de la década de 1850, cuanto tras unas obras de restauración, fue de nuevo abierta al culto, colocándose en el presbiterio veintiséis asientos de la sillería de nogal del coro del monasterio jerónimo de Santa María del Parral de Segovia, con el resto expuesto en el Museo Arqueológico Nacional hasta que hace pocos años esa parte última se devolvió al monasterio segoviano.

En 1869 se ejecutó la decisión de las Cortes de 1837 de convertir San Francisco el Grande en Panteón de Hombres Ilustres, organizándose un gran desfile alegórico de carrozas fúnebres que trasladaron al templo los restos mortales de Juan de Mena, Gonzalo Fernández de Córdoba, “el Gran Capitán”, Garcilaso de la Vega, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, Ambrosio de Morales, Alonso de Ercilla, Juan de Lanuza, Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la Barca, Zenón de Somovedilla Bengoechea, marqués de la Ensenada, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva o Federico Carlos Gravina. Pero los féretros fueron colocados en una de las capillas y permanecieron largo tiempo arrinconados hasta que, abandonado el proyecto, poco a poco fueron devueltos a sus lugares de origen.

Funerales de Alfonso XII

La última intervención decorativa de la iglesia se produjo en la década de 1880 por iniciativa del Presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas de Castillo. En 1885, aunque la decoración no estaba concluida, el templo acogió los funerales de Alfonso XII, y en 1889 terminaron las obras, encomendándose el culto a un cabildo de capellanes, pero en 1926 la iglesia fue devuelta a los franciscanos, que en 1931 también recuperaron el convento.

Durante la Guerra Civil la iglesia sirvió de depósito de obras de arte recogidas por la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico.

En las primeras décadas de la dictadura franquista se restauraron la iglesia, las celdas y otras dependencias pero en 1961 el convento fue derribado para ampliar la Gran Vía de san Francisco, continuación de la calle Bailén, dejando sólo en pie la iglesia, en la que en 1971 se inició, bajo la dirección del arquitecto Luis Feduchi, una nueva restauración que afectó a las cubiertas y las pinturas de la cúpula, aunque las obras quedaron interrumpidas por falta de fondos hasta que en la década de 2000 el Instituto del Patrimonio Histórico Español, bajo la dirección de Antonio Sánchez Barriga, se hizo cargo de las mismas hasta culminarlas.

Monumento Nacional en 1980

En la actualidad la iglesia de San Francisco el Grande, declarada Monumento Nacional en 1980, es propiedad de la Obra Pía de los Santos Lugares, organismo autónomo dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, pues durante las desamortizaciones del siglo XIX, aunque el convento fue expropiado y los franciscanos tuvieron que abandonarlo, no pasó lo mismo con la Obra Pía, que siguió conservando allí su sede.

La fachada principal de la iglesia, orientada al este, abierta a la plaza de San Francisco y elevada sobre una escalinata que circunda el templo, se levantó según el proyecto de Francisco Sabatini en piedra granítica. Presenta forma convexa para adaptarse a la planta circular y se divide en dos cuerpos, uno inferior con tres arcos de medio punto entre columnas y pilastras dóricas, y otro superior con ventanas con guardapolvos entre columnas jónicas, rematada con frontón con la cruz de Jerusalén en el tímpano y remate con acrótera con el escudo franciscano con la corona real sobre la ventana central y balaustradas laterales con seis estatuas de los santos Francisco, Buenaventura, Juan de Capristino, Bernardino Diego y el beato Salvador de Hoto esculpidas por Francisco Martínez en 1774.

También cuenta con dos torres para campanas cubiertas con chapiteles ondulados que están ligeramente retranqueadas respecto de la fachada y que enmarcan la cúpula, rodeada por las cupulitas de las capillas laterales y sin el efecto de grandiosidad con el que se concibió, pues los problemas técnicos que surgieron durante su construcción obligaron a desechar un proyectado tambor que la hubiera elevado, con un resultado bastante achaparrado.

El cuerpo inferior de la fachada aloja un pórtico rectangular revestido de mármoles con siete puertas realizadas en nogal en el siglo XIX por Agustín Mustieles según modelos de Antonio Varela de inspiración gótico-renacentista con escenas bíblicas. Las centrales de acceso al templo reflejan la Pasión de Cristo, las de la Epístola representan a los santos Buenaventura y Basilio y las del Evangelio a los santos Domingo y Francisco. Las otras cuatro puertas están en los laterales y conectan con dependencias anejas.

La iglesia es de planta circular, con amplio espacio central delimitado por grandes pilares con pilastras dóricas que sustentan una cornisa sobre la que se apoya una inmensa cúpula circular, la tercera más grande de la cristiandad de estas características, detrás de las del Panteón de Agripa y la basílica de san Pedro del Vaticano, con linterna central y seis ventanas en su base con vidrieras, seis capillas radiales de planta hexagonal cubiertas también por cúpulas, coro a los pies, ubicado sobre el pórtico y un atrio, y capilla mayor. La cúpula es de ladrillo macizo con un grosor de tres metros en el arranque que va haciéndose cada vez más fino hasta llegar a menos de un metro.

La decoración interior se fecha en la década de 1880 y aúna un discurso político y otro religioso, pues a pesar de ser un edificio religioso, era, y es, propiedad del Estado, dependiente del entonces Ministerio de Estado, hoy de Exteriores, siendo el propio Presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas de Castillo, su promotor, en relación con su gobierno conservador y la Restauración borbónica con Alfonso XII. El proyecto se puso bajo la dirección de Jacobo Prendergast y Moret, funcionario jefe de la Obra Pía de Jerusalén, propietaria del edificio y patrocinadora de la obra, que delegó en un grupo de trabajo formado por el director decorativo José Marcelo Contreras, el pintor Carlos Luis de Ribera y Fieve como responsable de la pintura histórica, su ayudante Casto Plasencia y Maestro, Alejando Ferrant, Francisco Jover, Salvador Martínez Cubells y Manuel Domínguez, todos pensionados en la Academia de Roma, como ejecutores de la misma, los arquitectos Simeón Ávalos y Ramiro Amador de los Ríos y el escultor Jerónimo Suñol Pujol.

La pintura mural se realizó al óleo sobre tendido de yeso porque la pintura al fresco había caído en desuso y no había en España especialistas en esta técnica, de ahí los problemas de conservación que ha acarreado.

El programa de la cúpula muestra la Coronación de María ante la corte celestial, para el que se sabe que Casto Plasencia realizó estudios parciales, seguramente dibujos, desgraciadamente no localizados. Así, en el gallón sobre el presbiterio se representa la Coronación de la Virgen por el Espíritu Santo rodeada de los siete arcángeles Miguel, Uriel, Jehudiel, Gabriel, Rafael Seatiel y Barachiel. En el de enfrente, sobre el coro, aparece La impresión de las llagas a san Francisco, milagro al que asisten santos franciscanos. Algunos son reconocibles por sus atributos, como san Buenaventura, san Antonio de Padua, san Pedro de Alcántara o el beato Nicolás Factor; otros, los que tienen capucha, podrían corresponder a san Bernardino de Siena y san Pedro Regalado; en cuanto al resto, aunque presentan hábito franciscano, no cuentan con signo que los distinga.

La corte celestial ocupa el resto de gallones. Los que flanquean a la Coronación de la Virgen, representan a las santas Leocadia, Engracia, Casilda, Isabel, María Cervellón, Teresa, Eulalia de Mérida y Eulalia de Barcelona en el lado del Evangelio y los santos Fernando, Ildefonso, Hermenegildo, Leandro, Vicente Ferrer, Raimundo de Peñafort, Isidro labrador e Ignacio de Loyola en el de la Epístola, ejecutados por Francisco Jover según indicaciones de los dibujos de Ribera o Plasencia, una elección que responde a un marcado carácter nacionalista porque el único nexo de unión entre todos ellos es que son santos españoles, con los que se buscaba exaltar el carácter confesional y la actitud triunfalista de reafirmación nacional de los primeros años de la Restauración.

En el resto de gallones se representan Arcángeles, realizados por Casto Plasencia, y Doctores de la Iglesia, obra de Manuel Domínguez.

La decoración se completa con los cuatro Evangelistas y de las doce Sibilas, la Pérsica, que predijo la venida del Mesías, la Líbica, la Erytrea, la de Cumas, la de Samos, la Cimmeriana, la Europía, la Tiburtina, la Sibila Agrippa, la Délfica, la de Elesponto y la Phrigia, que preconizó la resurrección, en el arranque de los gallones, y con los profetas Jacob, Moisés, Aaron, Gedeón, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Habacúc y Zaracías sobre pedestales enmarcando las ventanas, todos ellos ejecutados por Alejandro Ferrant.

En cuanto a las vidrieras, diseñadas por Francisco Amérigo y Aparici y Roberto la Plaza y realizadas en la casa Mayer y Cia. de Munich en 1882, de acuerdo al programa iconográfico de exaltación de María, se muestran escenas de la Vida de la Virgen, con el Abrazo ante la Puerta Dorada, la Presentación en el templo, la Anunciación, la Visitación, la Huida a Egipto y la Ascensión de la Virgen.

Para el coro, Carlos Luis de Ribera ayudado por Casto Plasencia realizaron una gran escena con La muerte de san Francisco de Asís. Aunque parece tener dos órganos, sólo uno es real, realizado por la Casa Arístide Cavaillé-Coll en 1889. Entre 1836 y 2003 este ámbito alojó una de las sillerías de la cartuja de Santa María del Paular en Rascafría, tallada en nogal y atribuida a Bartolomé Fernández, hoy en su lugar de origen.

El presbiterio, elevado sobre escalinata y acotado por una balaustrada, es de planta rectangular rematado en semicírculo. Hasta las reformas de la década de 1880 estaba presidido por un gran lienzo de Francisco Bayeu con el Jubileo de la Porciúncula, que relata cómo Jesucristo y la Virgen se aparecieron a san Francisco mientras oraba en la capilla de la Porciúncula en la basílica de Asís para concederle el famoso jubileo, hoy en el coro.

Las pinturas murales, enmarcadas por cuatro grandes pilastras compuestas de ribetes dorados, fueron realizadas por Manuel Domínguez y Alejandro Ferrant y muestran episodios de la Vida de san Francisco de Asís, con La Porciúncula central flanqueada por San Francisco orando en su celda es avisado de la presencia divina en el templo y la Confirmación de la Indulgencia de la Porciúncula por Honorio III. En la cubierta de cañón se representa el Tránsito de la Virgen y en la bóveda de horno aparecen pinturas sobre fondo dorado con ángeles con los instrumentos de la Pasión, todas realizadas por José Marcelo Contreras.

En la base de las pilastras y sobre pedestales de mármol negro se sitúan los cuatro evangelistas, realizados en madera bronceada bajo la dirección de Jerónimo Suñol Pujol por Francisco Molinelli y Cano, que ejecutó las de Mateo y Marcos, y Medardo Sanmartí y Aguiló autor de Juan y Lucas, con dorado de Alejo Téllez.

En las citadas reformas de la década de 1880 también se incorporó, restaurada y adaptada a este ámbito por Ángel Guirao, parte de la sillería del monasterio del Parral, una magnífica talla renacentista realizada por Bartolomé Fernández en 1526.

Los dos grandes púlpitos laterales de mármol de Carrara y bronce dorado fueron diseñados por Amador de los Ríos y realizados por Pedro Nícoli, con episodios de la Vida de san Francisco.

Las capillas, abiertas entre los pilares mediante grandes arcos, están cubiertas con cúpulas con linterna, cuentan con rejas de hierro realizadas por Juan González en 1884 y fueron redecoradas por distintos artistas activos en la corte por esas fechas adoptando variados estilos historicistas.

Comenzando por el lado de la Epístola, primero está la capilla de san Antonio o de la Inmaculada, un espacio concebido en líneas barrocas decorado con una Inmaculada Concepción central de Mariano Salvador Maella de 1784, conservada tras las remodelaciones de la década de 1880, flanqueada por el Abrazo entre los santos Domingo y Francisco de José del Castillo, y la Sagrada Familia de Gregorio Ferro. La cúpula está decorada con ángeles músicos de Roberto la Plaza.

A continuación, se ubica la capilla de los Sagrados Corazones o Virgen de la Misericordia o de las Mercedes, que recibe este último nombre porque se consagró a la memoria de la reina María de las Mercedes de Orleans y Borbón, esposa de Alfonso XII. Fue diseñada según características neo renacentistas italianas por Carlos Luis de Ribera y presenta la Apoteosis de los Sagrados Corazones de Jesús y María sobre el altar, cuyo culto experimentó un gran desarrollo en época de la Restauración, y la Aparición del Niño a san Antonio de Padua y una Alegoría del Amor divino en los laterales. La cúpula muestra la Adoración del Cordero místico.

La capilla de la Pasión fue rediseñada por Germán Hernández Amores y adoptó el estilo neo bizantino, de ahí que también se la conozca como “capilla bizantina”. Sobre el altar se ubica un Calvario de Hernández Amores y las pinturas laterales con el Entierro de Cristo y el Sermón de la Montaña fueron ejecutadas, siguiendo bocetos de Hernández Amores, aunque con modificaciones, por Moreno Carbonero y Muñoz Degrain.

Estos últimos también participaron en la decoración de la cúpula junto a Alejandro Ferrant, encargado del diseño, donde se representa al Padre Eterno esperando la Resurrección de su Hijo señalando su sitio vacío, en relación con la Etimasia bizantina, rodeado de los símbolos de los Evangelistas y de las tres Virtudes Teologales y las alegorías de la Verdad, la Misericordia, la Santidad, la Belleza Eterna, la Justicia Divina y la Bondad.

En cuanto a las capillas del Evangelio, la primera es la capilla de san Bernardino, que tampoco fue redecorada en la década de 1880. Aloja a un San Bernardino predicando ante las tropas de Alfonso V de Aragón y Nápoles de Francisco de Goya, donde también se distingue un autorretrato del pintor a la derecha en la parte baja del cuadro, San Antonio de Padua de Andrés de la Calleja y San Buenaventura de González Velázquez.

El zócalo de azulejos procede del palacio de Álvaro de Luna en Cadalso de los Vidrios y la cúpula, con la Apoteosis de las Virtudes, es obra de Luis Menéndez Pidal de 1917.

A continuación, está la capilla de las Órdenes Militares o de Santiago. Diseñada por José Casado del Alisal con características neo renacentistas españolas, complementa iconográficamente a la capilla de los Sagrados Corazones, justo enfrente, pues la representación sobre el altar central de Santiago Apóstol en la batalla de Clavijo es otra alusión directa al concepto de catolicismo como religión nacional del templo, asociándola esta vez a la monarquía de Ramiro I. En los laterales aparecen la Consagración de la Orden por el papa Alejandro III, dibujado por Casado del Alisal pero ejecutado por su discípulo Manuel Ramírez Ibáñez, ante la muerte del maestro, y San Juan bautizando en el Jordán de Juan de Contreras, que debió realizarse para no dejar la pared vacía, aunque la idea primitiva de Casado del Alisal había sido representar la Batalla de Tentudía, más acorde iconográficamente con el resto.

Las pinturas de la cúpula también fueron diseñadas por Casado del Alisal con la Alegoría de la conquista de Granada, pero ejecutadas por Salvador Martínez Cubells, aunque hoy están prácticamente perdidas, distinguiéndose a los santos Juan Bautista y Santiago recibiendo los estandartes de los caballeros fundadores de las Órdenes militares.

Y la última capilla del Evangelio, la más cercana al presbiterio, es la capilla de Nuestra Señora del Olvido o de Carlos III, con decoración diseñada por Casto Plasencia centrada en la exaltación de la monarquía borbónica encarnada en la figura de Carlos III.

Así, aunque sobre el altar se representa La institución de la Orden de Carlos III realizada por el propio Plasencia, su muerte inesperada provocó que Manuel Domínguez se encargara de La concesión del escapulario por la Virgen del Carmen en uno de los laterales y que Eugenio Oliva Rodrigo realizara la Proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada, recogiendo el hecho histórico más contemporáneo pintado en el templo, pues el acontecimiento había tenido lugar en diciembre de 1854. En la cúpula se representan ángeles músicos, obra de Plasencia.

En cuanto a los doce apóstoles ante los pilares que flanquean las capillas, se esculpieron en Italia en mármol de Carrara entre 1885 y 1886 según modelos en barro dados por artistas españoles del momento: un joven Mariano Benlliure se encargó del de Mateo, Elías Martín Riesgo de los de Tomás y Santiago el Menor, Justo de Gandarías Planzón elaboró el de Tadeo, a Jerónimo Suñol Pujol se le encomendó el de Pablo, Antonio Moltó y Luch realizó los de Felipe y Simón, a Agapito Vallmitjana Abarca se deben los de Santiago el Mayor y Pedro, Juan Samsó hizo el de Juan y Ricardo Bellver i Ramón los de Bartolomé y Andrés.   Pinturas barrocas  

En las dependencias anejas a la iglesia, con un corredor que rodea la cabecera del templo y la sala capitular, la antesacristía y la sacristía, se ha organizado un museo con pinturas barrocas, destacando un San Jerónimo de Francisco Ribalta, un San Buenaventura recibiendo la visita de santo Tomás de Aquino de Francisco de Zurbarán, un San Antonio de Padua de Alonso Cano, un Jesús y la samaritana de Artemisia Gentileschi

La antesaristía tiene el techo decorado por Marcelo Contreras a mediados del siglo XIX con el Triunfo de la Iglesia y está rodeada de una sillería de nogal.

La sacristía es una sala rectangular con una mesa central de palo de santo y mármol negro, cajonerías en las paredes y bóveda también decorada por Marcelo Contreras con una Coronación de Santa María de los Ángeles, advocación del convento, flanqueada por las escenas de la Vida de san Francisco de la Estigmatización en el Monte Averno y San Francisco y el Buen Pastor en los lunetos.

La antigua sala capitular contiene algunos valiosos cuadros, como San Antonio de Padua y la Estigmatización de san Francisco en el Monte Averno de Alonso Cano o la Relación de las órdenes mendicantes de Zurbarán. La decoración del techo también fue realizada por Marcelo Contreras con las alegorías de la Fe y la Esperanza.

José Belló Aliaga

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