El relevo

El origen del deporte es casi tan antiguo como el de la actividad humana y ha sido el complemento necesario para su supervivencia. Correr o lanzar un objeto, son actividades relacionadas con la vida que tienen su reflejo en el deporte. Este ha servido para preparar física y anímicamente a los soldados que iban a participar en batallas, quienes tenían que conseguir un excelente estado de forma.

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En determinadas civilizaciones estuvieron vinculados a las divinidades que adoraban estos pueblos, a rituales de todo tipo, a las prácticas cinegéticas o, simplemente, para el entretenimiento del grupo. Pero, en todos ellos, triunfar en estas actividades, les proporcionaba prestigio y estimulaba a sus participantes, cuando alcanzaban sus logros.

El deporte empezó a estar reglado y muy desarrollado cuando, hace casi tres mil años, se iniciaron las olimpiadas en la antigua Grecia. Estas celebraciones duraron unos mil años, hasta que un emperador romano, Teodoro I, las prohibió. A finales del siglo XIX, cuando se descubrió el enclave de Olimpia —donde se conmemoraban—, se retomaron de nuevo, celebrándose las primeras olimpiadas de la era moderna en 1896 en Grecia y, hoy, siguen plenamente vigentes.

El ejercicio goza del reconocimiento de toda la sociedad, por su contribución a la mejora de la salud y de la calidad de vida, pero también, porque se ha convertido en una actividad muy cotizada en algunas disciplinas. El deporte de élite como espectáculo es un fenómeno social muy valorado por la sociedad. Y hoy, los deportistas de muchas de estas especialidades, gozan de un gran prestigio social.

En España tenemos deportes de grupo que nos han proporcionado grandes éxitos colectivos, como el futbol, el baloncesto o el balonmano. Pero hay deportes cuya práctica es, habitualmente, individual o de un número reducido de participantes. El automovilismo, y el motorismo, entre otras, son disciplinas que tienen numerosos adeptos en nuestro país. Pero si hay que destacar un deporte que atrae la atención de muchos espectadores, ese es el tenis. 

Un deporte que fue muy minoritario en nuestro país, hasta que, el ya desaparecido Manolo Santana, lo popularizó con sus triunfos en Roland Garrós, en Wimbledon y en el Abierto de EE.UU., allá por los años sesenta. Pero aunque hubo grandes tenistas hasta la llegada de Rafa Nadal, lo cierto es que el tenista de Manacor ha marcado un antes y un después en el tenis nacional consiguiendo veintidós Grand Slam. Y sigue en activo.

Pero lo ocurrido el pasado fin de semana, hace sentir al buen aficionado español, que ya se tiene el relevo del manacorí. Eso sí, cuando este decida retirarse definitivamente. Se trata de Carlos Alcaraz que ha sorprendido conquistando el torneo de Wimbledon de 2023, que añade a su palmarés de grandes, tras el Abierto de EE.UU, conquistado el pasado año, y manteniendo el número uno del mundo en el ranking de la ATP.

Y lo ha logrado ante un excelente, —aunque a veces maleducado—, Novak Djokovic. El tenista serbio era el gran favorito ante el murciano. Ya que es quien más grandes posee y ha ganado este torneo en las últimas cuatro ediciones. Djokovic forma parte, junto a Roger Federer y Rafa Nadal, del grupo de mejores tenistas de los últimos veinte años, o quizás, de la historia del tenis mundial. El suizo, ya retirado, fue todo un caballero dentro y fuera de la pista. Y Nadal, ahora lesionado, es uno de los más queridos del circuito tenístico internacional.

El tenista murciano, con su juventud, con los recursos técnicos que posee, con su desparpajo y, sobre todo, con su pundonor, hizo un partido épico que con todo merecimiento ganó a quien, antes de comenzar el partido, le había hecho un gesto muy poco profesional. Bravo por este chico que tenía grandes ilusiones cuando empezaba en su pueblo y que muy pronto ha comenzado a alcanzarlas.

Esperemos que las lesiones lo respeten y que el éxito no lo embriague antes de tiempo. Que siga paso a paso consiguiendo sus metas. Los españoles se lo agradeceremos porque nos levanta el ánimo y su frescura genera nuestra simpatía, deseándole lo mejor. Es la esperanza de una larga etapa deportiva personal, como las de Rafa Nadal, Fernando Alonso o Pau Gasol, entre otros.

Se dirigió a Felipe VI con naturalidad, para pedirle que acuda a sus partidos de los que se ha convertido en su talismán —al haber ganado las dos finales a las que acudió el monarca—, lo que provocó en el Rey una espontánea carcajada de sorpresa y de agradecimiento por la ocurrencia de este palmareño singular con el que a buen seguro disfrutó.

Dicen que en el deporte el espíritu prevalece sobre cualquier otra característica. Se puede tener talento, se pueden tener las mejores condiciones físicas, pero sin la fuerza mental para enfrentarse a cualquier situación, no se consigue el éxito. Eso vale para el tenis —Nadal la posee como su mejor cualidad—, y Carlos Alcaraz parece tener ese espíritu que levanta la pasión del aficionado, al que, posiblemente, proporcionará tardes de gloria.

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