Relato para el verano: La última voluntad del señor Pinkmoon (y 10)

Por Toni Borton

El señor Pinkmoon me cogió del brazo y me invitó a acompañarle a dar un largo paseo por su cuidado jardín. Dimos unos pasos en silencio. Tan solo se oía el ruido de nuestra pisadas sobre la graba y el canto de algún pájaro lejano. La mañana era espléndida y de calurosa no parecía un día típicamente británico. Mi anfitrión no se arrancaba a hablar y el silencio comenzó a incomodarme, es esa incomodidad de estar junto a una persona a sabiendas de que no eres tú quien ha de iniciar la conversación porque no tienes nada que decir. Pero no era mi caso y además tenía mucho que decir. Después de mi encuentro con Thomas momentos antes era consciente de que mi estancia en Crazy Winds estaba llegando a su fin y a cada hora carecía de sentido. Tanto el señor Pinkmoon como yo lo sabíamos. Sir Arthur acabó por arrancarse. Inició la conversación con la mirada fija en la punta de su zapatos según caminaba, sin mirarme.

-Bien, joven, creo que ha llegado el momento de que sepas toda la verdad y qué fue exactamente lo que pasó aquel fatídico día, un horrible día de noviembre de 1898… ¿Cuánto tiempo hace, veinte, veintidós años? Bah, ya da igual.

Me quedé parado, incrédulo. ¿Qué quería decir? Deduje por sus palabras que lo que me iba a contar a continuación difería sensiblemente de todo lo anterior porque si no fuera así, sobraba tanta gravedad. Sir Arthur me volvió a tomar por el brazo invitándome a seguir caminando. Después de tanto tiempo tenía ante mí un material informativo de primera magnitud. Los mejores reporteros de los diarios londinenses e incluso los europeos y los estadounidenses darían media jubilación por estar en mi pellejo.

-¿A qué se refiere con exactamente, señor Pinkmoon?

– No seas tan retórico, joven. Me refiere a lo que supones. Vas a saber exactamente -acentuó cada sílaba de la palabra-cómo se desarrollaron los hechos que me llevaron a ser juzgado y declarado inocente por la muerte de mi esposa y su amante. Par de pájaros… -susurró.

-No sabe cómo se lo agradezco.

-No tiene que hacerlo. Me alegra que sea the rising sun el periódico que dé la noticia.

Mis pies temblaban, mis manos también, me costó trabajo dominar la pluma y el cuadernillo. Todo parecía girar a mi alrededor. Incluso uno de los perros de sir Arthur se acercó a olisquearme y por un momento presentí un ataque que no se produjo. El chucho se fue a un mandado de su amo.

-Escuche bien y apunte mejor, muchacho, quiero que ese histriónico de su jefe esté orgulloso de usted…

-Antes de que… de que… me cuente lo que quiera contarme me gustaría hacerle una pregunta…

-Dispara…

-¿Por qué, señor Pinkmoon? ¿Por qué ha aceptado mi presencia, me ha hospedado en su casa y me ha regalado su amabilidad?

Sir Arthur no me dio una respuesta sorpresiva. Con absoluta parsimonia me dijo.

-Porque lo vi allí afuera, al otro lado de las puertas de hierro de Crazy Winds, en medio del páramo, y me llamó la atención de que no se asustara cuando mis perros corrieron hacia donde tú estabas. Me inspiraste cierta compasión. Y porque ya había hablado con Thomas sobre mi decisión de dejarlo todo y largarme de una vez. No contaba con el imprevisto de tu visita, pero tu llegada después de mi decisión me animó a la idea de contarlo todo. ¡Qué importa ya! Al fin y al cabo mi buen nombre y el de mis antepasados quedaron mancillados para siempre. Nadie escapa al juicio sumario del pueblo…

-Se lo agradezco nuevamente, señor Pinkmoon.

-Bien. Mi esposa y el señor Monthy eran amantes. Ya lo sabe y francamente no me importaba. Pero un día se encontraron en el pub Lonly Star, un bar muy coqueto a la espalda de la catedral. Y hablaron sobre el modo de eliminarme de una vez. No tenemos hijos, como también sabe, por tanto carecemos de herederos. Planearon varias posibilidades, un accidente de caballo, un golpe en la cabeza durante un paseo por la propiedad simulando un paso mortal junto al rio, veneno, incluso un tiro…

Ya sé que en estos momentos te estas preguntando que cómo lo sé. Se lo dijo Thomas: nada se mueve en York sin que llegue a mis oídos, pero en este caso fue el fiel Thomas quien lo escuchó. Los vio entrar, los siguió. El local estaba atestado pero le hicieron enseguida un lugar a mi esposa y su acompañante en una mesa separada por ambos lados por un mamparo de madera, ya sabe como la celosía de los confesionarios. Thomas, muy sagaz, porque realmente lo es, se las apañó para sentarse a una mesa al otro lado del mamparo. Agudizó el oído, estiró las orejas como un gato y se enteró absolutamente de todo. Bueno, de todo menos del día, la hora y el método para darme el pasaporte al otro lado. Para mi suficiente…

-Oh, señor Pinkmoon, la señorita Madeline, la hija del posadero, llevaba razón…

-El pueblo, a veces, lleva razón, joven y mucho más en Inglaterra. Somos la democracia más antigua del mundo pese a ser reino ininterrumpido desde el rey Arturo. Excepto el cretino puritano de Cromwell…

Y prosiguió:

-Así que una vez con la información en la mano, qué mejor que un buen ataque. Si me iban a liquidar lo mejor es adelantarse, ¿no crees?

-Claro que sí, señor -dije justificándolo de manera inconsciente…

-Invité a Paul Monthy a mi casa como otras veces. Y todo salió casi perfecto salvo por la doncella…

-Explíquese…

– Durante la cena vertí en la copa del señor Monthy un buen somnífero. Se retiró a dormir y en pleno sueño…

-¿Qué ocurrió?

-Cuando estaba profundamente dormido, mi fiel Thomas le clavó el hacha en el pecho y le partió en dos el corazón. Lo que hace el amor, jajajaja. Me sorprendió el modo que eligió Thomas en acabar con ese desgraciado, que no solo quería a mi esposa, sino mi propiedad. Yo me hice el dormido. Mi esposa oyó ruidos y bajó a la habitación de nuestro huésped. Se lo encontró boca arriba con el hacha en el pecho. No sufrió estoy seguro. Mi esposa se lanzó hacia el cuerpo de su amante y con el afán de quitarle el hacha se pringó de sangre. Como loca subió a nuestra habitación gritando y se tomó el tarro completo de pastillas. Te confieso que casi me alegré, dos pájaros de un tiro, pero sentí lástima y tal vez por lo que quedaba de mi como su marido traté de salvarla, haciéndola vomitar. Fue cuando entró la doncella y nos encontró forcejeando. Bajó las escaleras hacia la habitación del señor Monthy y bueno, imagínese. Miró hacia arriba y me vio empapado de la sangre de mi esposa. Ese fue el error. De no haber aparecido Celeste, habríamos dado parte a la policía simulando un robo y la muerte de mi esposa debido al susto. Pero no fue así. Todos pensaron que era yo, el marido cornudo y mi dignidad, porque tenemos dignidad aquí arriba de la pirámide social, me impidió incriminar a mi fiel criado. No encontraron pruebas y… ejem… no niego algún cabo que se me lanzó. Quedó en eso. Robo, ya se ocupó Thomas de ello pero mi honorabilidad quedó por los suelos…

-Fue horrible, señor Pinkmoon…

-Bueno, me vine aquí y créeme que la soledad tampoco es tan pesada si vives en Crazy Winds, cómodamente… De vez en cuando Thomas me acercaba alguna muchacha cuando iba a York, ya sabes… Y todo lo demás pues… vida tranquila. No tenia remordimientos. Vivir a espaldas del mundo no es tan terrible… Y eso fue todo.

Me quedé mudo, no podía pronunciar palabra alguna. Se me vino a la cabeza mi jefe haciendo palmas, fumando como un loco, orgulloso de mi, del periódico y sobre todo de sí mismo… Se me vino a la cabeza Madeleine, Thomas, los perros, la casa, la posada, el páramo… Todo giraba sin cesar. Creí desmayarme.

-Un mes antes de tu visita hice un nuevo testamento que rehíce al día siguiente de tu estancia en Crazy Winds con mi última voluntad. Ya todo está dicho y hecho. Y yo estoy cansado de tanta reclusión, sin hijos, sin apellido. Y aburrido, muy aburrido… Y ahora si me lo permite…

El señor Pinkmonn y yo nos dirigimos a su imponente despacho, sin decir una palabra, se acercó a su mesa y de su cajón sacó una pistola, se la puso en la sien y se disparó. Thomas lo había visto y oído todo, como si tuviera el encargo de hacerlo, llamó a la policía y pidió una ambulancia. El atestado policial fue fácil con el testimonio de dos testigos, Thomas y yo. Suicidio. Y fin de la historia. La policía lo entendió, las gentes de York también. El señor Pinkmoon no pudo con esa carga y al final acabó aplicándose él la justicia que merecía. 

Epílogo

No se lo creerán pero vivo en Londres. El señor Pinkmoon dejó a Thomas la propiedad de Crazy Winds y a mi una parte de su dinero y su casa en la capital. No me pregunten por qué, pero esa fue la voluntad, la última voluntad del señor Pinkmoon. The rising sun se convirtió en la estrella de la prensa británica con la publicación de la historia real y exacta, y disparó sus ventas desde entonces. Thomas ha abierto la propiedad a los turistas y mi jefe fue contratado por el Times como responsable de la sección de sucesos y según me escribe tiene como meta llegar a dirigirlo. Seguro que lo consigue. Lo conozco. Y… sí… me prometí y me casé con Madeline a quien fui a verla en varias ocasiones hasta que el señor Harris dio su consentimiento para nuestro matrimonio debido a mi nueva posición. No soy aristócrata, claro, pero vivo desahogadamente. La vida puede cambiar en cualquier momento, lo malo o lo bueno, es que no sabemos cuándo ocurrirá ese momento.

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