Michael’s Legacy

Julián García Gallego.- Tengo que reconocer que cuando compré la entrada para Michael’s Legacy, hace ya más de un mes, no lo hice realmente yo. El adulto que vive en mí puso el número de su tarjeta bancaría para conseguir sitio en la fila 12 butaca 14 en el teatro Quijano, pero fue el chaval de diecisiete años el que suplicó que le diéramos una oportunidad al cartel que anunciaba el espectáculo tributo a Michael. Eso suponía un riesgo mucho más allá de lo que os podéis imaginar, puesto que no sabía si debía de decepcionarnos a los dos: el adulto era consciente de que aquel castillo de naipes se podía desmoronar en cualquier momento, pero el corazón del niño de los 80 vibraba con la posibilidad de ver un a su ídolo encima del escenario.

…Una hora antes de que se abriese el telón, os aseguro que sentía mariposas revolotear en el estómago, igual que me sucedió el 23 de septiembre de 1992 a las puertas del Vicente Calderón, cuando me disponía a ver a Michael Jackson en su gira Dangerous, en directo. Aquel día, sabía que iba a ser uno de los más impactantes de mi vida, y así fue. Sin embargo, ayer tuve dudas, y muchas, os lo aseguro. Tendría que ser justo y valorar que el trabajo que iban hacer aquellos artistas estaba medido por unas fantasías que provenían de un adolescente, y que, con mucha seguridad, no sería imparcial. Pero Ximo y el elenco de bailarines, cantantes y músicos lograron que la magia que rodea a Michael estuviera flotando en el ambiente.

Creo que a la mayoría nos pasó algo parecido. Estábamos expectantes, casi deseando que aquel chaval que bailaba como los ángeles, fallara y que el adulto girase la cabeza hacía el niño y le dijera «¡ya te lo decía yo, no te ilusiones, Julián!». Y, sin embargo, el latido de mi corazón, que suele bombear sangre al resto de mi cuerpo, se sincronizó con la música y volví a ser aquel espigado bailarín que practicaba el Moonwalker en el pasillo de casa, regresé al pasado para verme hacer poses frente al espejo y a colocarme el guante y el sombrero tuneados e intentar algún giro con grito. ¡Una sorpresa inesperada!

El humo y las luces, perfectamente guiadas por el equipo escénico, fueron creando un ambiente que sólo se puede sentir allí; nada es comparable como el hecho de palpar la realidad; un lugar y un momento. Y para bordar lo que se desarrollaba entre bambalinas, surgió la asombrosa voz de Ximo, que nos dejó paralizados. ¡Qué buen playback!, pensé. Y esa fue la verdadera y fascinante sorpresa: no había engaño. Además de saltar, girar, contonearse y hacernos creer que él era Michael Jackson, también nos transportó hasta sus mejores melodías. Plasmó su encanto en cada interpretación, y en muchos tramos no sabría identificar al original con el tributo.

Y qué os voy a contar del grupo de baile con el que cuenta Michael’s Legacy, simplemente es extraordinario, y que es capaz de hilar todo el show con una delicadeza sublime. Casi no te das cuenta pero te guían desde una canción hasta la otra como si fuera un sencillo truco de hechicería. La malgama de sensaciones fue subiendo poco a poco, igual que si se tratara de un guiso. Y, de repente, la gente aplaudía, cantaba y levantaba las manos para dejarse llevar. ¡Lo han conseguido, dije. ¡Veíamos a nuestro artista preferido, vivo, resucitado!, y el chico del escenario que cantaba y lo imitaba, que soñó ser Michael Jackson, sabía que estaba cumpliendo los sueños de mi adulto y, por supuesto, del niño que vive en mí.

No voy a añadir nada más, sería robar un pedazo de ilusión a aquellos que no lo habéis visto en directo, y no quiero que eso suceda.

Si podéis, id a ver Michael’s Legacy y Jackson Dance Company. Es un paseo por los grandes éxitos del Rey del Pop, con maestría. A los que os enamora y fascina su carrera, os encantará, y a los que sólo deseéis pasar una tarde diferente, os sorprenderá. ¡Son buenísimos!

Ahora nos vamos a dormir; tanto el chaval, que no para de tararear Thriller en mi cabeza, como el adulto que sigue restregándose los ojos y resignado a que el maldito niño llevaba la razón —la esperanza reside en la inocencia—.

Gracias a Ximo y a todo la gente que formáis la compañía. ¡Enhorabuena por vuestro trabajo!

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