Animus y su gato Averno

Manuel Valero.- (He leído el artículo de Marcelino Lastra con quien no puedo estar más de acuerdo sobre el “combate perdido” Difuntos-Haloween. Precisamente, la madrugada del día 1 de noviembre colgué en mi muro de Facebook, el siguiente texto. No me hurto, aunque ya fuera de foco, de publicarlo en MICR para apoyar la tesis del columnista frontero. Es coincidencia también el poema final, si es que al firmado por mi se le puede llamar poema. Más bien ripio. Pero un ripio reivindicativo en clave de “terror Tenorio” con coda de humor terroso, que, a mi juicio, no empaña, la profundidad y reflexión a que nos invita la lírica del “amigo Pablo” de Lastra, o tal vez él mismo emboscado en un heterónimo)

El frío mordía la casa. Sólo el salón donde se encontraba Animus se caldeaba un poco con la lumbre que agonizaba en la chimenea. Un leño ya consumido lanzó con un chasquido una minúscula esquirla hacia donde estaba el gato Averno. El animal dio un cómico salto y fue a refugiarse en el halda de su dueño. Animus lo acarició con su mano huesuda. Su dedo índice lo circunvalaba un enorme anillo sobre cuyo chatón había colocado una esmeralda del tamaño de una nuez. El resto de la casa estaba sumido en un frio glacial y así se apagó la última llama, la estancia fue tomada por una humedad gélida. Una nubecilla de vapor le salió a Animus de la boca cuando con ternura tranquilizó a su gato llamándolo por su nombre. Se alumbraba con un velón que se derretía sobre la mesa. De todas partes de la casa llegaban hasta Animus quejidos de madera muerta. Las sombras se rompían en las esquinas por las palomillas que siempre ponía la noche de ánimas. La suya propia bailaba en la pared por las oscilaciones del velón.

Cogió un papel que había sobre la mesa, justo en el momento en que la ventana se abrió empujada por el aguacero. Animus se levantó a cerrarla. Su figura alta y enjuta la coronaba una cara alargada por cuyos lados caía en cascada el largo cabello negro. Volvió a encender el velón con un rescoldo, se sentó de nuevo, llamó al gato que acudió con un maullido complacido, sopló las telarañas del papel y leyó:

Tan rica nuestra cultura

de santas compañas y tenorios

y tenemos que soportar la hartura

del americano tonto

Pues aquí te digo, oh Averno

en mi castillo de Torrelodones

y antes que llegue el invierno:

¡Estoy de la gilipollez del Haloween

hasta los mismísimos cojones.

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3 COMENTARIOS

  1. Ya que se ha abierto la posibilidad de contestarle, coincido con usted en lo de que Haloween es una colonización cultural y un negocio consumista culminado por el viernes negro de las rebajas.

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