Mandar no es gobernar

“El poder más peligroso es el del que manda pero no gobierna”
GONZALO TORRENTE BALLESTER

Quienes hoy ostentan el poder en España parecen no tener vocación de servicio público. Más bien les ocurre todo lo contrario. Lo importante para ellos, es seguir en el gobierno y cuanto más tiempo mejor, sin importar la situación de la “gente”, tal como ellos llaman a esa destinataria indeterminada que es la sociedad.

El ordeno y mando de quienes nos gobiernan, es una forma muy autoritaria de actuar que no respeta nada ni a nadie. Y así es difícil que se mejoren las condiciones de vida de los españoles, se resuelvan sus problemas o se acometan con determinación los retos que hoy tiene el país. Ninguno de ellos parece haber mejorado en estos años de gobierno.

Con su actitud parecen ratificar la famosa frase de George Orwell, cuando decía que “el poder no es un medio, sino un fin en sí mismo”. Traducido: el poder es el medio de vida de nuestros gobernantes, a quienes no les importa lo que haya que hacer para seguir en él. La mejora de las condiciones de vida es solo un objetivo irrelevante para quien manda.

En estos años, la práctica totalidad de la actuación pública, ha consistido en plegarse a las desorbitadas demandas de los grupos que, dentro del gobierno o fuera de él, le dan su apoyo. Pero muchas veces se ha convertido en un chantaje que, interna o externamente, ha recibido el gobierno. Y esa no parece que sea una forma digna de ejercer el poder.

En la anterior legislatura, el presidente hizo suyos los postulados más radicales de la izquierda de nuestro país, es decir, los de Unidas Podemos; los de los separatistas de la izquierda catalana, los de Ezquerra Republicana de Catalunya; los planteamientos de los herederos de ETA, los de Bildu; incluso los de los reconvertidos en progresistas del PNV.

A todos ellos, se ha unido en la actual legislatura el fugado Puigdemont y su partido, Junts per Catalunya. Un apoyo que para Sánchez es imprescindible, pero que lo mantiene con respiración asistida. Ya que, además de sus insaciables exigencias, en el momento menos esperado, lo dejan plantado. Como le ocurrió con la conocida ley de amnistía. 

Además de asumir planteamientos ajenos a los que han sido los postulados socialistas tradicionales en España, se han creado problemas que no existían y se han agravado o reactivado otros que parecían de mucha menor entidad de la que tienen hoy. Uno de los más importantes es el problema de la desigualdad entre los españoles y los territorios.

Esto permite que no se actúe éticamente en la administración. Ya que si lo que hoy es ley, mañana se cambia por lo contrario, se da por bueno lo que antes era delito. La rebaja de penas a los ilícitos por corrupción, ha hecho proliferar este delito. Y como decía el historiador Salustio, “difícil es templar en el poder a los que por ambición simularon ser honrados”.

El Estado de derecho en la mayoría de las democracias liberales actuales, —como es la nuestra—, ha permitido disponer de leyes que proporcionan seguridad jurídica y garantías a todos los ciudadanos. Estas leyes se han inspirado en la ética y en los derechos fundamentales del hombre que recogía la Revolución francesa a finales del siglo XVIII.

Pero nuestros gobernantes actuales, prescinden de estos principios, relativizando toda la actuación de las administraciones públicas que, a veces, tiene vías de escape por las que pueden llegar a naufragar. Algunas son pequeñas corruptelas, pero, otras, hacen surgir verdaderas organizaciones criminales paralelas a la administración de la que se nutren.

Eso pudo ocurrir durante la primera etapa de la pandemia en los años 2020 y 2021. Y, de aquellos polvos, estos lodos. Decía el antiguo presidente del PSOE, Ramón Rubial Cavia, “hay que elegir como gestores públicos a los más honrados y vigilarlos como si fueran los peores delincuentes”. Pero esa máxima del histórico socialista parece haberse olvidado.

Lo peor de todo es que los enemigos del Estado, como los lobos, huelen la sangre. La actuación de los separatistas catalanes de Carles Puigdemont con el gobierno, es un claro ejemplo. Al principio pedían menos de lo que hoy le exigen. Ya que al ver que el gobierno cede ante cada nueva petición, aunque sea disparatada, ellos siguen elevando sus demandas.

Por si esto fuera poco, algunos países nos pretenden chantajear, o lo hacen ya, por no se sabe que cuestiones, aunque muy posiblemente estén relacionadas con las conocidas escuchas telefónicas con el programa Pegasus del móvil del señor presidente, practicadas hace años. Eso parece ser que fue lo que motivó el cambio de posición sobre el Sahara.

Sea como fuere, las concesiones que se le están haciendo a Marruecos, resultan más que sospechosas y, muchas veces, son contrarias a los intereses generales del país. Como que sigan cerradas las fronteras de Ceuta y Melilla; que se hagan inversiones multimillonarias; o que se conceden ventajas comerciales a sus productos agrícolas, en contra de los españoles.

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